Septiembre 24, 2016
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La ardua tarea de entender a los colombianos en el plebiscito

Efraín Jaramillo Jaramillo

Colectivo de Trabajo Jenzera

 

“Los tiranos, para asegurar su poder,

se han esforzado siempre en habituar al pueblo

no sólo a la obediencia y a la servidumbre,

sino también a la devoción hacia ellos.

Esto enseña a la gente a servir más a gusto.”

 Étienne De La Boétie
(Discurso sobre la servidumbre voluntaria)  

Los colombianos son personas sui géneris en América. Lideraron las guerras de independencia en América del Sur, hicieron temblar al Virreinato de la Nueva Granada con el Levantamiento de los Comuneros, desarrollaron las luchas campesinas más importantes de América del Sur. Sin embargo estuvieron postrados ocho años ante el “embrujo autoritario” de Álvaro Uribe Vélez y hoy, seis años después, se encuentran atrapados en el laberinto de un Plebiscito, para definir si quieren volver al pasado y ponerse de nuevo el yugo que empobrece la democracia y coarta las libertades ciudadanas, en aras de vencer a una guerrilla, que aunque maltrecha goza todavía de buena salud y tiene, sobre todo, una enorme capacidad e implacable voluntad para hacerle daño al país. O, la otra elección, de  aventurarse a tomar un rumbo nuevo, lleno de incertidumbres, pero nuevo al fin y al cabo. Hablo de incertidumbres, pensando sobre todo en los habitantes del campo colombiano —afrocolombianos, campesinos e indígenas—, que no tienen para nada garantizado un futuro promisorio.

En las negociaciones de la Habana, las dos partes entendieron hasta donde podría llegar el adversario: El gobierno entendió que las FARC no accederían a desmovilizarse sin una rebaja substancial de penas y un ingreso con garantías a la vida política del país. Esto ha sido interpretado por los detractores del proceso de paz como un ruta a la impunidad, pues dejaría una puerta abierta a futuros movimientos armados ilegales, o como coloquialmente lo dicen: “ser pillo paga”.

Las FARC por su parte entendieron que el modelo neoliberal no estaba en discusión. Era la línea roja puesta por el gobierno, que no podían pasar. Esto ha sido considerado por sectores de izquierda como una capitulación, cuando no traición, a los ideales por los cuales pelearon medio siglo. Dónde quedaron se preguntaban campesinos del Cauca— la demanda de realizar una reforma agraria integral con base en la expropiación de los latifundios. O dónde se quedó se preguntaba un líder nasaaquella propuesta del antropólogo Alfonso Cano de preservar el desarrollo autónomo de las comunidades indígenas y afrocolombianas y respetar sus territorios ancestrales?

Y es aquí donde surge la gran incertidumbre para el futuro de los pobladores rurales, incluidos los pueblos étnico-territoriales. Como lo ilustra Eduardo Sarmiento,([1]) en La Habana se llegó a un diagnóstico acertado del sector agrícola, que se caracteriza por la mayor exclusión de la población y la mayor concentración de la riqueza. Sin embargo la incertidumbre se manifiesta, cuando se evidencia la imposibilidad de superar esta situación, ya que un cambio real se ve impedido por la exigencia del gobierno de restringir el diálogo económico y social a la agricultura, dejando por fuera otros cambios y reformas en el resto del sistema. Esto impide una transformación económica de la agricultura, que requiere de acciones complementarias en la industria y en el sistema fiscal, pero sobre todo en materia comercial y cambiaria, donde la apertura y los TLC inhiben su desarrollo.

Peor aún, todo indica que los espacios que va a dejar el conflicto armado en Colombia terminarán siendo ocupados por una creciente conflictividad por la presencia de diversas formas de actividad extractiva: formal, informal, de pequeña, mediana y gran escala. La apuesta por la paz parece estar acompañada entonces por la paralela apuesta por profundizar el modelo extractivista, que significa un mayor control de los territorios y sus recursos. Este tipo de conflictos, que con mayor precisión pueden ser denominados conflictos eco-territoriales, se vienen presentando en varios territorios colectivos de afrocolombianos e indígenas que han sido ocupados por el conflicto armado. La expansión territorial de actividades extractivas, minería formal e informal y de agricultura de plantación (incluida la coca) es un dato clave para entender esa conflictividad social en los territorios colectivos de estos pueblos en las dos últimas décadas.

El punto aquí es que el Estado colombiano seguirá además impulsando las actividades de exploración y explotación minero-energética (la llamada “locomotora minera”) y la ampliación de los cultivos de palma aceitera, para contribuir a la financiación de los planes y programas del posconflicto. Para el caso del Pacífico esta tolerancia con la minería aurífera, augura contaminar todas las cuencas fluviales de la región, afectando todos los territorios colectivos de afrocolombianos e indígenas. Esto ya se veía venir de tiempo atrás, pues mientras en La Habana se suscribía el primer acuerdo en materia de tierras, el gobierno presentaba un proyecto de ley (PL 133-2014c-), por medio del cual se anulaba el sentido social de la ley de tierras vigente, para darle prioridad a la entrega de baldíos de la Nación a macro proyectos agroindustriales en Zonas de Interés de Desarrollo Rural y Económico (ZIDRES), que en la región de la Altillanura, principalmente, afecta la territorialidad de varios pueblos indígenas semi-nómades, algunos de ellos sobrevivientes de las masacres del Llano de los años 60.

A esto se añade que la presencia del Estado en las regiones étnicas es débil, por lo cual prosperan los cultivos ilícitos, el despojo de tierras, la destrucción ambiental, las violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. Son estas las regiones donde los grupos de poder y los actores armados han impedido que las comunidades se organicen autónomamente, de acuerdo a patrones culturales propios.

El proceso y el contenido de los acuerdos debe tender entonces a revertir esta situación. Actuando en consecuencia, surge el reto para los pueblos y organizaciones étnicas de apropiarse del contenido de los acuerdos y hacer las propuestas pertinentes y necesarias para lograr el objetivo de que sus comunidades sean (o recuperen la capacidad para ser) sujetos de su propio desarrollo.

De no darse una apropiación de los acuerdos, se corre el riesgo de que el proceso sea cooptado por aquellos sectores que están acostumbrados a decidir los procesos y a imponer su voluntad por encima de la voluntad de las comunidades; son sectores que no les interesa mucho las necesarias y reales transformaciones que se requieren; por el contrario, quieren mantener la desigualdad y la exclusión, o quieren seguir decidiendo sobre que es lo mejor para las comunidades. Este es un proceso entonces, que por definición debe ser democrático, o no será.

En los acuerdos ganó consenso entre las partes, de que el proceso de transición del conflicto armado a la paz tiene que ser pensado territorialmente. Aquí cobran importancia los territorios étnicos, porque es allí donde los pueblos indígenas, afrocolombianos y campesinos, se juegan su futuro, pues es a través del territorio que entran en contacto (y en colisión!) con otros actores sociales y económicos —colonos, mineros, cocaleros, terratenientes, empresas extractivistas, cultivos de plantación (palma aceitera, banano, caña de azúcar) y próximamente con desmovilizados de los grupos armados—, pero también porque es en el territorio donde se materializan muchos de los derechos de estos pueblos al gobierno propio, a la participación y a la autonomía.

“El territorio más favorable, sin contradicción,

es aquel cuyas condiciones sean una mejor prenda de seguridad

para la independencia del Estado,

porque precisamente el territorio es el que ha de suministrar

toda clase de producciones.

Poseer todo lo que se ha menester, y no tener necesidad de nadie,

he aquí la verdadera independencia”

 

Aristóteles

“La Política”

Los indígenas y los afrocolombianos han manifestado reiteradamente que le apuestan a la paz, pues saben que si no hay paz en Colombia, ellos tampoco la tendrán. No obstante estos pueblos no están dispuestos a aceptar cualquier tipo de paz. Algunas organizaciones (que no todas!)  tienen claro que en aras de conseguir la paz, tendrán que aceptar hechos amargos, dicho metafóricamente, tendrán que ‘tragarse algunos sapos’. Para ejemplificar esto valga una analogía: En las guerras napoleónicas, los mariscales rusos, impotentes de contender al ejército francés, entregaron territorios, porque el bien supremo a defender era Moscú. Conservar a Moscú era fundamental para evitar la caída de su imperio. De forma análoga, los pueblos indígenas y afrocolombianos en aras de permitir la reconstrucción de la Nación colombiana, tendrán que dilucidar de que cosas pueden prescindir, que cosas deben aceptar, pero también a que cosas no pueden renunciar([2]). En otras palabras, lo que está en juego es poder conservar lo fundamental de sus vidas como pueblos, para después reconstruir sus sociedades. Ese “Moscú” no es otro que sus territorios. Con la frase “Conservar el territorio para recuperar todo” resumía esta idea el dirigente histórico y ex presidente del CRIC, el guambiano Álvaro Tombé, cuando reflexionaba sobre este tema en la Escuela Interétnica.

Somos del convencimiento de que el futuro de los pueblos étnico-territoriales —y en buena medida el de los sectores campesinos— dependerá de la capacidad de sus organizaciones para insertarse en un proceso democrático de transformación y reconstrucción del Estado y la sociedad.

Si el escenario de las negociaciones en La Habana fue un espacio excluyente del Estado y las FARC, que no admitía la participación de terceros, el escenario del posacuerdo para construir un nuevo país es un espacio abierto y democrático a todos los sectores de la sociedad colombiana, en un contexto en el cual las FARC —o el partido o movimiento que funden— deberán respetar la actuación política, social y decisiones colectivas de los diversos sectores de la sociedad civil. Esto es de una importancia capital para los pueblos indígenas y afrocolombianos, pues por primera vez desde que fue promulgada la Constitución de 1991, estarían haciendo uso de lo que constitucionalmente significa ser parte orgánica de la Nación colombiana (definida como multiétnica y pluricultural) para participar en la construcción de la Nación. Y este es un derecho natural inalienable que deberían ejercer directamente los pueblos indígenas, afrocolombianos y campesinos, sin ningún tipo de mediación o condicionamientos. Se trataría de ampliar y cualificar la participación en la etapa de implementación y seguimiento al cumplimiento de los acuerdos de paz a un nivel territorial donde se encuentran las comunidades.

El Acuerdo de La Habana, trae una propuesta de participación política que implica la creación de nuevos partidos, nuevos canales de acceso al Estado y la garantía de la no exclusión. No sólo es la creación de un espacio político para las FARC, sino para todos los demás ciudadanos. En este sentido el éxito de una paz territorial para los pueblos indígenas, afrocolombianos y campesinos dependerá de la capacidad que desarrollen para organizarse políticamente y juntar sus fuerzas y voluntades para participar en el proceso de implementación del posacuerdo y evitar que de nuevo, algunos sectores poderosos decidan por los sectores minoritarios.

Analizando los diferentes documentos y pronunciamientos de las organizaciones étnicas, podemos concluir que para alcanzar una gobernanza territorial en el posacuerdo, sus organizaciones requieren desarrollar las siguientes estrategias:

1. Control y direccionamiento de todas las actividades económicas, pues estas deben responder a los principios de una sostenibilidad múltiple.([3])

2. Fortalecimiento de las instituciones espirituales y culturales de sus comunidades para que no se siga deteriorando la identidad que existe entre un pueblo y su territorio. Por el contrario para que en el marco del cumplimiento de los acuerdos de paz apoyen la restitución de derechos territoriales lesionados.

3. Fortalecimiento de sus autoridades y desarrollo de jurisdicciones propias en sus territorios, como medio para dirimir los conflictos y tensiones internas características de cada pueblo y como vía para ordenar y orientar el cambio social y las relaciones interétnicas.

4. Búsqueda, en el marco del posacuerdo, de un adecuado nivel de coordinación nacional que les permita una interlocución directa con el Estado para concertar políticas territoriales, educativas, de salud y en materia de atención a la problemática de derechos humanos que viven estos pueblos.

En estas estrategias se encuentran gérmenes de un proyecto con particularidades propias que riñen con los fundamentos de un sistema neoliberal. Sobre todo al gobierno (y también a las FARC) le ha faltado ‘sensibilidad’ para entender la integralidad de un territorio propio para la permanencia sociocultural de un pueblo étnico-territorial. Pues parten de una concepción de territorialidad areolar (de área) que define el Estado para delimitar la soberanía de un poder político. A esta territorialidad sin embargo se superpone una territorialidad no-areolar, que llamaríamos territorialidad alegórica([4]), que es definida por los referentes culturales propios de un pueblo étnico-territorial y que no es negociable, pues es un derecho originario, previo a la existencia del Estado.

No obstante, lo importante a tener en cuenta es que este proyecto autonómico que se deriva de las particularidades culturales de los pueblos étnico-territoriales debe ser discutido y concertado entre todos para no incurrir en discordancias que los separen, peor aún, que los alejen de una oportunidad histórica de poder construir una sociedad y un país donde quepan todos, con sus diferencias culturales, históricas políticas y sociales. Y en verdad, Colombia por su historia de errores y nuevos aprendizajes, es el país multiétnico de América que más oportunidades tiene de volverse un modelo de democracia pluriétnica y multicultural para la región.

En una conversación de casi tres horas y luego de muchos tintos, les consultaba a varios dirigentes nasa del Cauca si ellos votarían NO prefiriendo el autoritarismo de Uribe o preferían votar SI, abriéndole con ello un espacio a las FARC para que pudieran llegar por medio de las urnas a los cuerpos colegiados del Estado y desde allí soportar también su autoritarismo. Es decir si estarían condenados a la servidumbre, a la que se refiere el epígrafe de Étienne De La Boétie.

“¡Vamos por la paz,

vamos por la vida,

vamos por nuestros territorios!”

(Consigna Nasa)

La conclusión a la que llegaron fue de una agudeza proverbial: Votarían SI para sacar a los guerrilleros de sus territorios y frenar al autócrata de Uribe. Pero de ahí para adelante decidirían NO votar por fariano alguno a ningún cargo de elección popular, pues esa sería la forma de hacerles saber que rechazaban toda su historia de imposiciones; y despreciaban su también comportamiento autocrático. Mantenían estos dirigentes indígenas, como aconsejaba De La Boétie, una minuciosa vigilancia a los procesos políticos, teniendo a la libertad como punto de mira. Manifestaban esa negación claramente, poniendo la cara y asumiendo las consecuencias de su decisión, como siempre lo han hecho en el pasado.

Los colombianos no quieren más servidumbre y aspiran a que las FARC aprendan esta lección y superen rápido —para su propio bien y por su futuro político— esa arrogancia que se respira en el ambiente donde “hacen pedagogía sobre los acuerdos de paz” algunos de sus ex comandantes. Es muy ilustrativo escuchar a alias “Romaña” respondiendo a preguntas sobre sus secuestros —las ya legendarias “pescas milagrosas”— que ‘no se acordaba de nada’, o de “Marcos Calarcá”, que en el marco de los encuentros pedagógicos del acuerdo de La Habana y ante 8.000 indígenas en el resguardo de La María-Piendamó, no abordó los temas del acuerdo —como lo había hecho Sergio Jaramillo—, sino que invitó a los indígenas a unirse a la (su) lucha popular de la organización política en la que van a convertirse, en su X conferencia. Fastidia a los indígenas, como se lo hicieron saber, esa ya habitual y malhadada pretensión de las FARC de hacernos creer que no son culpables de nada, pues siempre han sido expertos en trasladar las responsabilidades a los supuestos enemigos externos e internos, e incluso a los comuneros y guardias indígenas que los confrontaron.

 

Bogotá, septiembre 23 de 2016

 

 

 

 

 

 


[1] Sí al acuerdo por la paz”, El Espectador, 17 Sep. 2016

 

[2] Los acuerdos de la Cumbre agraria, étnica y popular de marzo de 2014, son un punto de partida para iniciar a dilucidar un recorrido en esa dirección.

[3] Sostenibilidad económica (que sea rentable en el largo plazo), sostenibilidad social (que no genere diferencias sociales), sostenibilidad ambiental (que conserve el patrimonio natural), sostenibilidad cultural (que este de acuerdo con sus culturas y cosmovisiones) y sostenibilidad política (que no altere la gobernanza propia de los pueblos).

[4] Tenemos dificultad para ponerle un nombre a esta forma de entender el territorio. Podría también llamarse territorialidad ‘figurativa’ o ‘simbólica’.

Septiembre 4, 2016
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El día señalado

Chiesie Camila Salinas
Ecóloga

 

Ahora que están volcados los ojos de todos los analistas políticos sobre el acuerdo de paz, colocando la lupa en diferentes sectores del pueblo colombiano para explorar los beneficios que traerá, quisimos entrevistar al antropólogo Efraín Jaramillo Jaramillo, sobre lo que piensa de la utilidad de estos acuerdos para los pueblos indígenas y afrocolombianos de Colombia.

 

 

 

Chiesie Camila Salinas (CCS): Ahora que ya se conoce el texto completo de los acuerdos de la Habana entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ¿cuál es la opinión que te merecen?

Efraín Jaramillo Jaramillo (EJJ): Me ha tomado más de dos días leerlo. Aunque tengo que decir que la mayor parte del tiempo me quedé en el primer punto del acuerdo, lo que tiene que ver con la cuestión agraria, que es a mi juicio uno de los temas más relevantes para la población rural, en especial por supuesto para los indígenas. Sobre los demás puntos estoy a la espera de análisis más profundos de aquellos expertos en temas de derechos humanos, sobre todo los que se refieren a la justicia, la verdad, la reparación y la no repetición. Pero en principio, creo que el marco de los acuerdos brindan herramientas para que los pueblos indígenas continúen luchando para salir de esa oprobiosa situación en la que se encuentran muchos de ellos. Lo más importante, que abre los espacios para que puedan exigir sus derechos, que ya están reconocidos por la Constitución y la ley colombianas.

CCS: ¿Puedes explicar un poco más esto de los derechos…?

EJJ: Los pueblos étnico-territoriales son los sectores de la sociedad colombiana que más tienen derechos reconocidos. La declaración Universal de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas habla incluso del derecho de autodeterminación que tendrían estos pueblos, derechos que los equipara a los que tiene el pueblo francés o el español. Otra cosa es que el Estado se comprometa a defenderlos. En las regiones indígenas, donde impera la ley del más fuerte, sus derechos han sido afectados por un conjunto de intereses económicos de diversa índole: ganaderos, minero-energéticos, madereros y cultivos de plantación (incluida la coca). En esas regiones los derechos no valen y el Estado tampoco ha mostrado voluntad de defenderlos. Por eso es que los indígenas y los afrocolombianos fueron a la Habana a demandar a la Mesa de Negociaciones que al acuerdo final se incorporara un capítulo referente a tales de derechos, de obligatorio cumplimiento por todas las partes. El objetivo de esta exigencia era cerrar cualquier “rendija” por donde pudiesen colarse contingencias económicas y políticas perniciosas que vulneren sus derechos, empezando por blindar los más vulnerables, que son los territoriales. El documento elaborado por las organizaciones no fue recibido con mucho entusiasmo en la Habana. Sólo a última hora fue incorporado al texto del acuerdo. Este ‘capítulo étnico’ del acuerdo es de gran importancia para estos pueblos y fue una acción audaz de las organizaciones indígenas y afrocolombianas([1]).

CCS: ¿Quiere decir esto que votarías por el SI en el plebiscito?

EJJ: Pero por supuesto. Sólo personas que no hayan comprendido la trascendencia que tiene este acuerdo para acabar la guerra y frenar tanta violencia, pueden tener dudas. Pero puede también haber dudas en aquellos que han vivido durante décadas la tiranía de las FARC y sufrido sus vejámenes y por tal razón han perdido la confianza en que pueda haber algún cambio, pero también que perciban que no va a haber verdad, justicia ni resarcimiento. Pero tengo algo que añadir, que si bien es cierto votaré afirmativamente el plebiscito, no voy a dar mi voto a ningún miembro de las FARC para cualquier cargo de elección popular.

CCS: ¿Pero bueno, con ellos o sin ellos en la administración del país, crees que van a haber cambios sustanciales para la población indígena, y va a haber resarcimiento…?

EJJ: Confío en que los haya. Aunque entiendo que en este país a nadie le han dado gratis las cosas, los acuerdos han abierto un espacio de participación política para que las organizaciones indígenas puedan reivindicar con garantías y sin el temor de que les pase algo, muchas cosas que les han sido negadas. Por ejemplo el derecho a que sus territorios no sean intervenidos por empresas que vienen por la riqueza del subsuelo, por sus bosques, sus aguas y un sinnúmero de sus bienes ambientales, bienes que han sido la base de su subsistencia y bienestar. Son empresas mineras, madereras, agroindustriales que son verdaderas aplanadoras, que buscan además apropiarse de lo que otros durante siglos han construido y conservado.

CCS: Pero jugando el papel de ‘abogado del diablo’. ¿No es esto bueno para Colombia? Me explico:  ¿No generan estas inversiones empleo, riqueza y desarrollo para el país, una vía que al final beneficiará a todos, entre ellos a los pueblos indígenas?

EJJ: Esa es la visión y el paradigma clásico del liberalismo económico, de que el mercado con sus precios conduce a que los recursos de un país se empleen de manera eficiente. El mercado orientaría la producción, beneficiando a todos en general. La falacia de este paradigma liberal es que cuando es el mercado (la “mano invisible” de Adam Smith) el que escoge que es lo que se debe producir, entonces se desechan o se destruyen otros recursos igualmente, o tal vez más importantes para la población.

CCS: ¿Puedes dar un ejemplo de esto?

EJJ: Si uno muy sencillo, que ponían los representantes de las comunidades afrocolombianas del Pacífico Sur, cuando en la Escuela Interétnica se analizaba eso que llaman ‘desarrollo’. Ellos señalaban como la gran demanda de madera de mangle, para la extracción de taninos o para la construcción, había destruido el manglar y con ello habían eliminado la piangua, el camarón y otros moluscos que eran la base de la alimentación de muchas familias. A nivel global nos encontramos con las demandas del mercado mundial por productos primarios como el petróleo, el carbón, el oro, el aceite de palma o de soja, etc. Estas actividades extractivistas podrán haber generado “desarrollo” en los países que demandan estos productos, pero aquí han generado pobreza económica, ambiental, social…

CCS: Volviendo al tema, hay personas que piensan que esta manera de concebir el desarrollo no va a cambiar substancialmente en el posconflicto. Más aún, los acuerdos dejan un sabor agridulce, cuando dejan entrever que aún las mismas FARC no estarían en contra de este desarrollo… ¿estoy en lo cierto?

EJJ: Si, aunque ellos matizan las cosas. Dicen que aceptan que en el país, obedeciendo a la diversidad de culturas y formas de pensar el desarrollo, deben coexistir diversas formas de producción, unas capitalistas, otras cooperativistas, otras solidarias o comunitarias, etc. En una entrevista que le dio Timochenko a la ONIC. (una desafortunada entrevista que a todas luces fue acordada, ya que la entrevistadora le pregunta lo que Timochenko quiere responder). Pues en esa entrevista Timochenko con la visión agrarista que tienen las FARC, afirma, palabras más palabras menos, que entre la gente del campo (allí están incluidos todos los pobladores: campesinos, indígenas, afrocolombianos), no habrían mayores diferencias: Todos son colombianos. Podrían sí, según él, haber algunas contradicciones entre ellos, por ejemplo de que unos quieran sembrar papa, otros maíz, otros ullucos, etc., pero esas “contradicciones” serían fácilmente superables. En ningún momento la entrevistadora toca un tema neurálgico, como es la incoherencia que existe entre la política agrarista de las FARC, que durante medio siglo venía planteando que la única reforma agraria posible era la abolición de todos los latifundios y la expropiación de empresas agroindustriales, hasta aceptar en la Habana que la transformación estructural del agro incluye también la creación de grandes empresas agroindustriales con tierras que por ley debían ser cedidas a campesinos sin tierra, como ya viene sucediendo en el Vichada. Deja entrever sin embargo que habrían sectores indigenistas detrás de los pueblos indígenas o asesores detrás de las negritudes, interesados en fomentar y mantener la división entre los ‘pobladores del campo’. La entrevistadora no cuestionó nada y paso a otra pregunta insubstancial. Serán los indígenas y los afrocolombianos, que ahora —no sé la razón— se denominan, o son denominados “agrocolombianos”, los llamados a aclarar estas diferencias, más ahora cuando se habla de la posibilidad de constituir territorios interétnicos, pero sobre todo aclarar lo que para ellos significa, una concepción del desarrollo para el campo, que privilegia en lo fundamental los intereses de grandes inversionistas.

CCS: ¿Crees que los que impulsan el NO están pensando en las desventajas que habría para los campesinos sin tierra, de poner en marcha una reestructuración de la propiedad agraria con esas desventajas para este campesinado?

EJJ: Creo que este tipo de “reforma agraria” que piensa el gobierno de Juan Manuel Santos, no se diferencia mucho de lo que siempre ha planteado el Uribismo. Uribe siempre pensó que el desarrollo del campo debía ser un asunto de grandes inversiones de los que ya tienen la tierra. Mire el caso de su ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias (llamado coloquialmente “Uribito”) que fue condenado por cuenta de su política de “Agro ingreso Seguro” (AIS), que debía promover a pequeños y medianos productores del campo, pero que terminó subsidiando a grandes empresarios.

CCS: ¿Qué sucedería si en el plebiscito gana el NO?

EJJ: En política lo peor que se debe hacer es tratar de adivinar. La política está sujeta a sucesos y por lo tanto nada se puede predecir. Nadie sabe lo qué sucederá mañana, aunque si podemos intuir que este acuerdo puede abrir un nuevo capítulo de la historia de Colombia. No nos quedaremos anclados en el pasado, pues la paz que nos venimos imaginando no es una invitación a que nada cambie. Y esa es  una contingencia nueva que parece irreversible. Por eso creo que si gana el NO, tampoco será una catástrofe. Por qué lo digo. Porque los colombianos hemos dado unos pasos muy esperanzadores en estos últimos cuatro años, que nos van a permitir apropiarnos de nuestro futuro. Algunos dirán que eso pertenece al terreno de la fantasía. Pero como lo comentaba en un texto anterior, hay algo que puede ser fascinante, y es que en la medida en que el pueblo pueda ejercer libremente el voto en el plebiscito —ningún político va a poner plata allí—, puede iniciar un camino para salir de su condición de “masa primaria” y constituirse como pueblo. No en ese “pueblo” que es inventado por los populistas, sino en un “pueblo político”, que busca constituirse como sujeto para lograr un objetivo común, o al decir de Gramsci, una lucha común para que “el pueblo se haga pueblo a sí mismo”.

CCS: Pero eso suena a utopía…

EJJ: Tengo la percepción, y me disculpas mi optimismo, que eso puede estar sucediendo. Mira hay una leyenda popular del Llano, que cuenta, que en un ‘parrando llanero’, uno de los invitados fue abordado por un personaje sombrío, que lo convida a que se vaya con él. Al reconocer que está en presencia de la muerte, el invitado aterrorizado toma su caballo y huye a todo galope, para estrellar su cabeza contra la rama de un árbol y caer mortalmente herido. En su último aliento divisa como el tenebroso personaje emerge de las tinieblas de la noche y oye que le dice: “¿Por qué fuiste tan lejos si sabias que venía por ti, porque hoy te tocaba?

Pues bien algo parecido puede estarle sucediendo a todos los que en este país se han opuesto al desarrollo político de la gente y quieren mantener la tutela que han ejercido siempre sobre las comunidades. Tratan por todos los medios de aferrarse al poder, aún cuando saben que el día señalado se acerca y que todo se les puede acabar, porque sus intereses no tienen vida. El ex presidente Uribe, el ex presidente  Pastrana, el procurador, muchos jerarcas de la iglesia, casi todos aquellos de las derechas, pero también de las izquierdas recalcitrantes, no pueden comprender, como en la moraleja de la leyenda llanera, que ya les llegó la hora y que esto que estamos viviendo puede ser nuestra entrada a la modernidad política que nos genera una gran variedad de nuevas perspectivas para el futuro, que nos devuelvan la autonomía de ser, de poder decidir. Yo me pregunto si esta no puede ser nuestra criolla Ilustración. En días pasados, en un programa de ‘Semana en vivo’, Héctor Riveros —director del instituto de pensamiento Liberal— afirmaba que “Este es el momento de la ciudadanía, las controversias políticas son intrascendentes” para luego afirmar que “para votar el SI no se necesita leer el acuerdo de la Habana”. ¿No se parecen estas palabras a aquellas respuestas que se les daba a los fieles que se atrevían a preguntar por la razón del enigma de la Santísima Trinidad y que recibían como toda respuesta de los jerarcas, que a los fieles no les correspondía pensar en ello, pues para eso “Doctores tenía la Santa Madre Iglesia”. Estas palabras de un orientador de ideas liberales, así parezcan que fuesen dichas en tono irónico, como después lo afirmó, no son propias de un espíritu liberal y en nada alientan el desarrollo de capacidades para manejar las nuevas contingencias que se nos han presentado. Pero bueno ya evolucionarán estas capacidades. Por lo menos al decirle adiós a las armas ya no podrá nadie cohibirnos a ejercitar el pensamiento.

CCS: Efraín, propongo que nos adentremos en temas que son más reales y tangibles para los pueblos indígenas, a la hora de pensar la decantación del acuerdo. Estoy pensando en los territorios y su restitución. Cómo se realizaría y qué cosas se deberían tener en cuenta al momento de restituir los territorios, etc. ¿Ves allí algunas dificultades, problemas tal vez?

EJJ: El concepto de ‘paz territorial’ propuesto por el negociador Sergio Jaramillo es de gran importancia para los pueblos indígenas, pues el territorio es el concepto que por excelencia vincula la vida material con la vida espiritual de los pueblos indígenas y en el cual encontramos un buen ejemplo de lo que significa una visión holística del mundo, donde no están bien definidas las fronteras entre lo económico, lo social, lo religioso y lo político. Es también el espacio que condensa las relaciones de los grupos étnico-territoriales con el resto de los colombianos. Y por supuesto es el centro de todas las tensiones que viven los pueblos indígenas, negros y campesinos con colonos, madereros, comerciantes, ganaderos, mineros, petroleras, ONG, narcotraficantes y grupos armados. Y naturalmente, ha sido también la fuente principal de las ‘broncas’ que han tenido con el Estado. De allí que ubicar la problemática de la paz en el territorio es un buen comienzo. Pero no estoy seguro de si se ha entendido a profundidad el problema de la restitución y lo que esto implica. El reverendo surafricano Desmond Tutu, arzobispo de la iglesia anglicana, dijo en una ocasión que cuando los europeos llegaron a África, “ellos tenían la Biblia y los africanos teníamos la tierra”, entonces dijeron algo así como “cerremos los ojos y recemos”. “Cuando volvimos a abrir los ojos, dice Tutu, ellos tenían la tierra y nosotros la Biblia”. Restituir la tierra es un aspecto fundamental de todas las reivindicaciones de los que fueron despojados de ella. Pero otra cosa que podemos concluir de la sentencia de Tutu es que es también importante devolverles la Biblia a los usurpadores. Esto significa que los territorios deben ser restituidos con toda la espiritualidad y formas de vida ancestral, incluyendo  las relaciones ecológicas y sociales que habían mantenido con sus territorios, antes de que fueran despojados de ellos. Este es el trabajo que tienen que hacer las organizaciones en el pos acuerdo, para que los territorios colectivos de  indígenas y negros vuelvan a ser, al decir de Libia Grueso, “Espacios de vida, alegría y libertad”.

 

Bogotá, septiembre 1 de 2016

Agosto 20, 2016
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Desvaríos rondan el plebiscito

Efraín Jaramillo Jaramillo

Colectivo de Trabajo Jenzera

 

 

 

 

Como cuando se caen las cañuelas de un transformador de energía dejando a un pueblo sin luz, hay momentos en los que uno llega a pensar que a determinados políticos, algunos curtidos en estas lides, y a ciertos analistas de los movimientos sociales de Colombia, algunos de ellos brillantes, se les va la luz y comienzan a desvariar. Eso está sucediendo por estos días cuando se debate sobre el plebiscito para validar o desaprobar los acuerdos de La habana. Algunos opinan que esto se debe a que están siendo sometidos a fuertes presiones, ya que no es fácil de prever el comportamiento de los colombianos al momento de ir a votar por el ‘SI’ o por el ‘NO’, lo que denotaría que hay más cosas en juego, además de decidir sobre los acuerdos. Sea cual fuere la razón para los desvaríos, lo que sí es cierto, es que están confundiendo a muchos colombianos. Una turbación adicional de esa confusión es que la ansiedad creada por un dilatado desenlace final del plebiscito está conduciendo al aburrimiento, un sentimiento parecido al que se siente cuando una tediosa película sin argumento atractivo, se prolonga innecesariamente. Esta situación puede terminar fastidiando tanto a los espectadores, que muchos deciden abandonar la sala de cine, sin ver el final, que ya poco les importa. Para el caso de la paz, restándole importancia al proceso, banalizándolo.

Para mencionar algunas banalidades alrededor del proceso de paz, empecemos con aquella alocución del presidente Juan Manuel Santos, diciendo en tono solemne que la firma del acuerdo con las FARC significaba un nuevo comienzo y que por lo tanto había que votar por el ‘SI’ en el plebiscito. Lo que no dijo es qué es lo que comienza. Y si algo comienza, es porque algo debe terminar. ¿Será que ese enigmático comienzo entraña también como esperan los más perjudicados por la guerra, una real restitución de tierras a los grupos étnicos y a los campesinos? ¿Y lo que termina es el desplazamiento ambiental de esos pueblos, cuyas tierras, bosques y ríos han sido arruinados por la minería? A esa ‘banalidad enigmática’, el ex presidente Álvaro Uribe le opone una ‘banalidad paradójica’, al afirmar con una curiosa lógica, de que votar ‘NO’ a los acuerdos de La Habana, es votar ‘SI’ a la paz. Estas son sin embargo banalidades veniales, comparadas con aquellas que le apuestan a exacerbar el miedo que llevamos por dentro los colombianos: Las FARC estarían preparándose para una guerra en las ciudades, si gana el ‘NO’. Una ‘banalidad embustera’, si se tiene en cuenta que hasta hace algunos días el mismo Timoschenko venía diciendo que las FARC no volverían a la guerra para el caso que gane el ‘NO’, es decir que ya quemaron las naves y que no hay vuelta atrás. La otra versión igualmente dañina, es que el ‘SI’, abriría el espacio a un régimen Castro-chavista con consecuencias económicas y políticas imprevisibles para los colombianos. Esta es una ‘banalidad perniciosa’, promovida desde la cúspide del Centro Democrático y sus áulicos y que avanza sobre el supuesto fundamental del miedo y la alergia que le tenemos los colombianos a la violencia.

No obstante la joya más vistosa en esta contienda verbal por vencer en el plebiscito, la vendría colocando la iglesia. Pues de ser cierto que varios de sus altos jerarcas habrían advertido al gobierno de retirarle su apoyo al proceso de paz, en caso de que el gobierno apoyara el tema de los derechos de la comunidad LGBTI (1), la iglesia estaría apostándole al poder del chantaje, anteponiendo sus juicios morales, a los derechos sociales y políticos de los colombianos. ¿No sería este proceder de los jerarcas de la iglesia una —en palabras de Hannah Arendt— ‘banalidad del mal’?

En todos estos casos se busca influenciar emocionalmente a la población con discursos simples y repetitivos para construir ficciones que se alimentan de la ignorancia, del miedo o de la frustración.

Dejando a un lado estas banalidades, que muestran el bajo concepto que tienen los políticos de las capacidades de los colombianos para discernir el mejor camino a tomar, los sectores que pueden ser más perjudicados por el falaz discurso, de que votar a favor de los acuerdos es abrir el camino a una tiranía tipo Castro-chavista, son precisamente aquellos sectores rurales que más han padecido los rigores del despotismo ejercido por las FARC, pues un ‘NO’ a los acuerdos significaría —hipotéticamente— continuar soportando esos regímenes tiránicos en sus territorios, bajo la mirada indiferente de ciudadanos citadinos, que solo se enteran por los medios de las secuelas que deja la guerra. Un ladrillo demasiado grueso de tragar por campesinos, afrocolombianos e indígenas.

Por último —tal vez lo más importante— es que llama la atención en las campañas por el ‘SI’ y por el ‘NO’ —da igual— el estilo populista como vienen siendo desarrolladas —que envidiaría Donald Trumpf—, lo que indica que la gente sigue siendo no solo un tema fascinante, sino también un tema oscuro de la comunicación política. El lado oscuro es que el pueblo es asimilado a simple “masa”, que debe salir a decidir por el ‘SI’ o por el ‘NO’, como el que elige entre dos marcas de detergentes —disculpen pero formalmente se ve así—. Pero la parte fascinante es que la misma acción de ejercer libremente el voto —ningún político va a poner plata allí—, en un evento plebiscitario, donde se determinaría el rumbo del país en los próximos años, puede ser también la luz en el camino para que el pueblo salga de su condición de “masa primaria” y se constituya como pueblo. No en ese “pueblo” que es inventado por populistas doctrinarios y patrioteros de irrenovables izquierdas y derechas —también da igual—, sino un “pueblo político”, que busca constituirse como sujeto para lograr un objetivo común, o al decir de Gramsci, una lucha común para que “el pueblo se haga pueblo a sí mismo”. Tal como sucedió en Chile para sacar a Pinochet de la vida pública, o lo que está sucediendo en Venezuela con el Referendo Revocatorio.

En Colombia nadie, y menos en política, tiene nada asegurado. Hasta ahora el ‘SI’ no es una “Idea Fuerza” (otra vez Gramsci), que nos permita darle vuelta a la página de la violencia, para dejar de oír ese ruido permanente de las armas y esas vociferaciones pendencieras a las que nos tienen acostumbrados los devotos de las soluciones de fuerza. Sobre todo para que de una vez por todas podamos mirar con optimismo el futuro y renovar nuestra confianza en el género humano.

Por eso y para apoyar esa ‘Idea Fuerza’, votaré por el ‘SI’. Con ello renuevo aquí mi adhesión a la causa de Don Quijote —el de la “cordura” por supuesto—. Pues como buen Sancho, apegado a las delicias terrenales, creo en las premoniciones de mi señor: “Has de saber Sancho …que todas estas borrascas que nos suceden, son señales de que presto ha de serenar el tiempo…”

Bogotá, agosto 18 de 2016

(1) Ramiro Bejarano: “El santo chantaje”. ElESPECTADOR.COM, 13.8.2016.

Julio 31, 2016
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La muchacha y el jaguar

Sergio Ramírez

 

 

 

 

La revolución que triunfó en Nicaragua en 1979 fue la última del siglo XX en América Latina. Y fue, también, una revolución corta, de apenas una década, que tuvo la singularidad de terminar en 1990 con unas elecciones que sacaron al Frente Sandinista del poder conquistado con las armas.

Durante esos 10 años Nicaragua fue una vitrina y un espejo. Una vitrina porque muchos querían observar los pasos de una revolución que se proclamaba distinta desde el comienzo. Y un espejo porque el rostro de aquella revolución principiante podía ser en el futuro el rostro de otras revoluciones novedosas en el continente.

Jamás en tan corto tiempo se escribieron tantos artículos de opinión, ni tantos libros, ni se abrieron tantos debates en los medios de comunicación y en las universidades, acerca de lo que ocurría en un país tan pobre. Y jamás ningún otro hecho histórico, desde la Guerra Civil Española, atrajo tanto la presencia de intelectuales, artistas y escritores, porque el desmesurado enfrentamiento entre Estados Unidos y Nicaragua recordaba la lucha de Goliat contra David, y querían ver con sus propios ojos lo que estaba ocurriendo.

Por Nicaragua pasaron, entre tantos, cuatro premios Nobel de Literatura, Günther Grass, Harold Pinter, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa; algunos que debieron serlo, como Graham Greene, William Styron, Julio Cortázar y Carlos Fuentes; y otro que podrán llegar a serlo, como Salman Rushdie.

Venían a ver cómo trabajaba un modelo que debía convivir, entre contradicciones, sobresaltos y concesiones, con una realidad que no se amoldaba fácilmente a un implante de esquemas ideológicos, y que debía responder a los rigores impuestos por la guerra, a las penurias económicas y al entorno internacional; es decir, responder a las necesidades de la propia supervivencia.

Pero para un observador extranjero, por mucho poder analítico que mostrara, y por mucha perspicacia que tuviera, había muchas preguntas que necesariamente se quedaban sin responder. Concepciones y estrategias se hacían y deshacían en el camino, y el gran debate oculto se estaba dando entre ideología y realidad. Es decir, entre lo pretendido y lo posible. Y es un debate que terminó ganando la realidad.

Salman Rushdie, que vino en 1986, expresó la gran pregunta alrededor del destino de la revolución en un epígrafe anónimo de su libro La sonrisa del jaguar, resultado de la experiencia de ese viaje: Había una muchacha nicaragüense/ que cabalgaba sonriendo a lomo de un jaguar./ Volvieron del paseo/ la muchacha dentro/ y la sonrisa en el rostro del jaguar. El jaguar podía terminar devorando a la muchacha y quedarse con su sonrisa, ése era el gran riesgo, y la gran pregunta.

Cuando Carlos Fuentes vino por segunda vez en enero de 1988, casi al borde del desenlace de la guerra de los contras, acompañado de William Styron, y cuando se daban más intensamente las últimas negociaciones de paz entre los presidentes centroamericanos, ya firmados los acuerdos de Esquipulas el año anterior.

El periodista Stephen Talbot recuerda en un reportaje de la revista Mother Jones esa visita de los dos novelistas amigos: “fueron en jeep a la sierra plagada de contras al norte de Matagalpa. En un helicóptero soviético sobrevolaron campos recién irrigados; cruzaron una y otra vez un lago en una embarcación tan desvencijada y oxidada como The african queen; visitaron cooperativas agrícolas en lucha y una fábrica de calzado baldada por la escasez; hablaron con los heridos en tristes salas de hospital… y hablaron durante horas con los dirigentes sandinistas Daniel Ortega, Sergio Ramírez, Tomás Borge, Ernesto Cardenal y Jaime Wheelock”.

En una de esas conversaciones acerca de las posibilidades que tenía la contra de derrotar a los sandinistas, Tomás Borge “dijo decididamente que algo así era imposible, porque los contras van a contrapelo de la historia”. Fuentes interrumpió para preguntar: ¿Y cuál fue la experiencia de Guatemala en 1954 y de Chile en 1973? ¿No se demostró que la izquierda puede ser derrotada? No, respondió Borge, cortante. Ellos no armaron al pueblo, por eso perdieron.

Después, recuerda Talbot, se discutió sobre el tema de los partidos de oposición. Borge dijo que su opinión personal era que ningún partido de oposición podía llegar a ganar a los sandinistas en las urnas. Ahora no, asintió Fuentes, pero en el futuro, ¿por qué no? Sólo si son antimperialistas y revolucionarios, proclamó Borge, si un partido reaccionario ganara, yo dejaría de creer en las leyes del desarrollo político. Yo no estaría tan seguro de estas leyes, advirtió Fuentes. A veces, los novelistas se vuelven profetas de la historia.

Günter Grass vino en mayo de 1982, acompañado del escritor Johano Strasser. Su pregunta, la de un socialdemócrata convencido, partidario firme de Willy Brandt y testigo de primera fila del conflicto este-oeste que había dividido Berlín, era, al llegar a Nicaragua, la misma de Salman Rushdie: ¿Empezaría la revolución a devorar a sus propios hijos? ¿Se comería el tigre a la muchacha? Lo escribió en su reportaje El patio trasero, publicado a su regreso a Alemania.

Me asombro de estar hablando de acontecimientos tan lejanos, cuando siento que aún puedo tocarlos, ver a Vargas Llosa en mi despacho de la Casa de Gobierno grabando frente a la cámara las entradas de la entrevista que acababa de hacerme para su programa La torre de Babel que se pasaba en Lima por Panamericana de Televisión.

La historia que empezó a escribirse después tuvo pocos testigos, y la que se escribe ahora ya nadie viene a verla. Todo el encanto de entonces se hizo humo. En aquellos tiempos de esplendor, Noam Chomsky daba cursos en la Universidad Centroamericana en Managua, Joan Baez cantaba en el Teatro Nacional, uno podía toparse en las calles con Allan Ginsberg o con Lawrence Ferlinghetti, dos de los grandes poetas de la generación beat. O ver a García Márquez leyendo en una plaza ante miles.

Ahora son tiempos cuando ya sólo queda el jaguar que se pasea con la muchacha dentro de la barriga.

Masatepe, julio 2016

Julio 20, 2016
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El Etnógrafo

 

 

Jorge Luis Borges

 

 

El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro Estado. Cuenta con un solo protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno, de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y está listo a entregarse a lo que le propone el azar: la mística del persa o el desconocido origen del húngaro, las aventuras de la guerra o el álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su habitación en una reserva, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previo, sin duda, las dificultades que lo aguardaban; tenía que lograr que los hombres rojos lo aceptaran como uno de los suyos.

Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, entre muros de adobe o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos, se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse despedido de nadie, Murdock se fue.

En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido, hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que sabía el secreto y que había resuelto no revelarlo.

¿Lo ata su juramento?— preguntó el otro.

No es ésa mi razón —dijo Murdock—. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.

—¿Acaso el idioma inglés es insuficiente?— observaría el otro.

Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.

Agregó al cabo de una pausa:

El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos caminos hay que andarlos.

El profesor le dijo con frialdad:

Comunicaré su decisión al Consejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?

Murdock le contestó:

No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier lugar y para cualquier circunstancia.

Tal fue en esencia el diálogo.

Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale

Julio 14, 2016
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A los 40 años de Karmatarúa

Colectivo de Trabajo Jenzera

Queridos amigos y compañeros,

El Colectivo de Trabajo Jenzera llega a Karmatarúa con emoción para acompañar al resguardo en esta celebración de sus 40 años de existencia y para enaltecer la resistencia de un pueblo que no quiso jamás renunciar a su cultura y tradiciones y mantener viva su lengua, en un mundo que se empobrece culturalmente por la extinción socio-cultural de muchos pueblos indígenas. El pueblo antioqueño y en especial los habitantes de Jardín y Andes deben estar muy orgullosos de tener una comunidad indígena que ha sacado la cara por el resto de comunidades indígenas de este departamento.

Pero eso no es todo. Fue aquí en Karmatarúa donde empezó todo.  Aquí fue donde se oyó el primer grito de rebeldía de los indígenas embera por la libertad. Aquí empezó la lucha embera por la tierra, extendiendo a esta parte de Antioquia las luchas de los indígenas colombianos, en especial las luchas de los indígenas caucanos, que a su vez heredaron las luchas de Manuel Quintí Lame.

Pero hay más aún. Karmatarúa, es el punto central de referencia para el desarrollo institucional de muchos resguardos embera y para la fundación de la Organización Regional de Antioquia, OIA.

Es por esto que consideramos que esta celebración es también una cita con la historia. Es una cita con la memoria, para recordar tantos hechos deshonrosos que ha sufrido esta tierra en su historia, desde el momento en que le fue arrebatado al resguardo su nombre ancestral de ‘Karmatarúa’ (tierra de la pringamoza) por el cura misionero Ezequiel Peláez que llamó a esta tierra “Cristianía”, una tierra que al decir del paisano de los embera Manuel Mejía Vallejo, eran “viejas montañas del indio, desplazado cada vez más hacia otras selvas; pues el avance de la civilización sobre estas tierras era “un derecho tomado, no dolía la injusticia al practicarlo, también la tierra y el hombre debían pagar su tributo obligatorio, pues según el enfoque del colonizador antioqueño, “esta era la ley del arrasamiento creador y civilizatorio del pensamiento campunia”.

Ahora que nos encontramos en un momento crucial en la lucha por la paz y por el reconocimiento de los derechos de los indígenas y campesinos, en un entorno social, cultural y económico que se ha tornado hostil para su bienestar, vale la pena recordar la espléndida visión que tenía Vallejo de esta tierra, visión que contrasta enormemente con la epopeya colonizadora paisa: Decía Vallejo,

“Desde niño cuando salía a pescar en el San Juan, de más piedras que aguas en su cauce, o a pie y a caballo por las trochas de lo que aun era selva grande, ejerció sobre mí una atracción singular ver a los indígenas en sus tambos, o dedicados a tareas cotidianas de sembrar maíz y yuca, modelar vasijas de barro y soplar la flecha en la cerbatana para la caza menor. Esa curiosidad se acentuó al ir conociendo sus costumbres, sus leyendas y poesía, donde aparecía ante mi sensibilidad un mundo inusitado”.

Esta celebración es la ocasión más propicia para volver abarcar con la mirada todo lo que fueron creando estos pioneros de las luchas indígenas de Antioquia en estos cuarenta años de vida del resguardo, recordando a todos sus protagonistas, que con su palabra, su ejemplo y su obra, colaboraron para que Karmatarúa siguiera siendo un emblema organizativo para los indígenas de Antioquia.

Evidentemente un lugar de armonía y regocijo de sus habitantes, “un lugar desde el cual se puede mira con compasión al resto del mundo”.

A Aníbal Tascón, el fundador y primer mártir embera de Karmatarúa.

A Pablito Guasarabe, el gran Jaibaná

A Concepción Carupia, la querida “Conchita, que nos acompañó hasta este año.

A Gloria Tamanís, la acompañante espiritual de los guardias indígenas,

A los maestros Rubén y Macario, que le han dado un vuelco a la educación.

A las poetas y educadoras Gladys Yagarí, Eulalia Yagarí, al poeta e historiador Alejandro González Tascón.

Pero también a la larga lista de gobernadores del resguardo, que ya no están con nosotros:

Joaquín Tascón (1976)

Evelio Yagarí (1977)

Leopoldo Yagarí (1978)

Luis Aníbal Tascón (1979)

Isaías Tamanís (1980)

Iván Cértiga (1981 y 1993)

José Libardo Niaza (1982)

Pedro Pablo Yagarí (1995, 1996 y 1997)

Y a los que están aquí y todavía nos acompañan en estas luchas:

Apolinar Yagarí (1983 y 1988)

José Pompilio Sáigama (1984, 1987, 1992 y 2007)

Gonzalo Carupia (1985)

Carlos Panchí (1986)

Edilberto Tascón (1989)

Darío de Jesús Cortes (1990)

Amado de Jesús Carupia (1991, 1998 y 1999)

Edilson Yagarí Yagarí (2000)

Gilberto Antonio Tascón (2001 y 2003)

Norberto Tascón (2004 y 2005)

Gloria Elena Tamanís (2006)

En especial queremos recordar a su gobernador actual, Aquileo Yagarí Vélez, que dirigió al resguardo los años 1994, 2008 y 2012. Con él nos une una amistad de muchos años, desde que participaba como alumno, primero y como profesor después, de la Escuela Interétnica del Colectivo de Trabajo Jenzera. Experiencia que ha sido muy importante en el acompañamiento de procesos organizativos de otros pueblos embera katío del resguardo Quebrada Cañaveral en el Sur de Córdoba y del resguardo La Puria en el Chocó. Pero también de pueblos indígenas del Llano, presencia solidaridad que ha puesto en alto el nombre de Karmatarúa en el contexto indígena nacional.

Mencionamos por último, aunque hacen parte de las instituciones más importantes del resguardo, a sus guardias indígenas, orgullo no sólo del resguardo, sino de la región, cuyos bastones de mando han hecho respetar y son garantía del orden en su región, como lo demostraron en las marchas cafeteras.

Todos ellos, faltan muchos más, son ejemplos de constancia y pujanza, que tiene nombre propio: Karmatarúa, cuyas montañas y cerros tutelares les dieron la fortaleza para, como ellos dicen, “reafirmarse y pronunciarse limpia y libremente sobre la geografía de Antioquia”, un territorio que fuera considerado baldío por las autoridades, a pesar de la milenaria presencia indígena.

De todos estos hombres y mujeres ejemplares aprendió el pueblo chamí a erradicar de sus vidas el egoísmo, la insolidaridad, la mezquindad y el individualismo y a ratificar día a día el compromiso y voluntad de lucha y resistencia de las comunidades.

El mundo indígena anda enfermo por estos días. Estas palabras con las cuales recordamos la importancia de Karmatarúa quieren ser nuestra contribución a este evento que consideramos que es un ‘Benecuá social’, que tiene como fin devolverle el alma al enfermo, para que todos los territorios de indígenas de Antioquia y Colombia, vuelvan a ser fuentes de vida, alegría, bienestar y libertad.

Enhorabuena un puñado de indígenas chamíes, pobres y desposeídos, humillados y ofendidos, decidieron hace 40 años rebelarse contra el poder de los gamonales para recuperar las tierras de su resguardo. Nos lo decía el corazón: estábamos viviendo una hora americana, de esas insurrectas que le han dado giros radicales a la historia. Hoy sus hijos y nietos tienen la obligación de mantener vivo este legado, no entregar jamás las conquistas logradas, no dejarse doblegar ante la fuerza y continuar el camino abierto por ellos.

Gracias Karmatarúa por habernos recibido con tanta generosidad y hacernos sentir como en nuestra casa. Sobre todo gracias por hacernos participes de tan extraordinario evento.

Karmatarúa, julio 9 de 2016

Julio 4, 2016
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La larga y penosa marcha de los pueblos indígenas de Colombia por la apropiación de sus territorios, el reconocimiento cultural y político, el respeto a sus autonomías y la restauración de su gobernanza.

Por Marcela Velasco

Profesora asociada de Ciencias Políticas

Colorado State University

Una serie de discusiones recientes sobre el movimiento indígena colombiano y la evolución de los derechos étnico-territoriales, indica por un lado, que existe una desigual y lenta implementación del conjunto de derechos, que en los últimos 20 años han venido  transformando la relación política y administrativa que existe entre el Estado y los pueblos indígenas; y por el otro lado, unos cambios importantes en los liderazgos indígenas. Esto obliga a hacer una interpretación juiciosa que permita entender la situación actual de los pueblos indígenas y sus organizaciones en la vida pública del país. Con el fin de esclarecer estas dinámicas sostuve una conversación con Efraín Jaramillo, director del Colectivo de Trabajo Jenzerá y analista de la política étnica en Colombia. Este dialogo se realizó teniendo como telón de fondo las movilizaciones indígenas en el marco de la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular. Presento aquí un documento que reúne las principales ideas de esta conversación.

Marcela Velasco (MV): Efraín, estoy tratando de hallarle sentido a una serie de interpretaciones sobre lo que sucede actualmente en Colombia con las organizaciones indígenas y la capacidad de sus líderes de lograr los objetivos de la autonomía y la gobernanza con base en saberes propios y atentos a las necesidades más sentidas de las comunidades indígenas. Por un lado, encuentro descripciones positivas que perciben un liderazgo indígena nacional capaz de negociar de manera directa con el Estado, ofreciendo planteamientos técnicos que están cambiando la política pública. Y por otro lado me encuentro con visiones más pesimistas que ven a estos mismos liderazgos con preocupación, ya que están perdiendo de vista las negociaciones políticas de fondo en favor de interlocuciones técnicas, o que replican patrones clientelistas, volviéndose susceptibles a la corrupción, o que centralizan su liderazgo a nivel nacional y se desentienden de sus comunidades. Pero primero, para contextualizar lo que está sucediendo actualmente en Colombia con los pueblos indígenas, ¿podrías decirnos algo sobre los antecedentes históricos más inmediatos de las movilizaciones que realizan los pueblos indígenas junto con los pueblos afrocolombianos y campesinos?

Efraín Jaramillo (EJ): El inicio de las actuales luchas indígenas se remonta a los años 70 del siglo pasado. Fue la época en que los pueblos indígenas de Colombia, después de muchos esfuerzos y penurias, iniciaron un proceso de movilización que logró frenar la pérdida de tierras, primero en el Cauca y después en otras regiones indígenas del país. Con esto consiguieron revertir un proceso de extinción sociocultural. Varios de estos pueblos (sobre todo en los Llanos Orientales) eran hasta hace pocos años “escombros” sociales, producto de la agresiva colonización ganadera, primero, y coquera, después. Con la fundación de la Organización Nacional Indígena de Colombia a comienzos de los años 80, y el apoyo de amigos en el Estado, estos pueblos indígenas lograron legalizar sus territorios y empezar una marcha de reconstrucción económica y sociocultural impresionante. El proyecto indígena liderado por la ONIC se convirtió en la mayor experiencia de América en materia de unidad política: Pueblos indígenas de los Andes, la Orinoquia, la Amazonia, el litoral del pacífico y la Costa Caribe (cerca de 70 pueblos) iniciaron un proyecto organizativo para reivindicar sus territorios ancestrales y exigir del Estado su reconocimiento. Producto de esas movilizaciones políticas, los pueblos indígenas poseen en calidad de propiedad colectiva, alrededor del 30% del territorio nacional. Pero no todo ha salido bien. A pesar de estos sorprendentes logros, hoy varios de estos pueblos se encuentran al borde de la extinción sociocultural, como lo declaro la Corte Constitucional con el Auto 004; y gravita sobre los pueblos indígenas la amenaza de desintegración de ese gran proyecto político, que en su época fue liderado por dirigentes como el guambiano Trino Morales y el coconuco Anatolio Quirá, que recorrieron todo el país indígena promoviendo la organización y la unidad de los indígenas a nivel nacional. Por eso son los dirigentes de la ONIC que más reconocimiento han tenido en el país.

MV: Evidentemente han sido logros importantes que sacaron a muchos pueblos indígenas del infortunio. No obstante hacia el futuro ¿no significó un inconveniente para sus desarrollos políticos, que pueblos tan diversos, con historias y problemas tan diferentes, fueran dirigidos por una organización, cuyo origen y desarrollo es de naturaleza andina? Dicho en otras palabras: ¿no se armó un andamiaje organizativo andino que al final ha homogenizado el panorama indígena nacional?

EJ: Si, pero el inconveniente más grande fue que las formas organizativas indígenas que se llevaron a la selva, los Llanos, el Pacífico, la Sierra Nevada y La Guajira, no sólo no configuraron una gobernanza indígena, sino que contribuyeron al des-gobierno de muchos pueblos. Y eso no es lo que quería la dirigencia de entonces. Lo que se pretendía era articular por medio de una organización centralizada todas esas diferencias que mencionas, pues la idea era sumar fuerzas para evitar la pérdida de territorios. En ningún momento se pensó en el riesgo que eso podría significar para la gobernabilidad, y menos que esto generara la primera ruptura de la joven ONIC, entre la Selva y Llano por un lado y los Andes por el otro. Y tampoco se creía que articular esas diferencias y particularidades podría representar una homogenización cultural de estos pueblos. Pero bueno, así se presentaron las cosas y creo, viendo hoy las cosas a esta altura del partido, que no se podía hacer otra cosa. Parodiando a Lucien Goldmann, la “conciencia posible” para la época no ofrecía otras formas organizativas que no fueran las que venían de los sectores populares y movimientos de izquierda. Aquello de adoptar otras formas organizativas más acordes con las culturas indígenas surgiría años después. Por ejemplo aquello de organizarse en consejerías, de acuerdo a áreas de trabajo (territorio, organización, etc.), se comenzó a discutir en un ‘grupo de estudio y trabajo’ que organizó el CRIC([1]) en su oficina en Bogotá([2]), en cuyas sesiones (llamadas ‘tertulias’) participaban dirigentes indígenas y colaboradores de las organizaciones, pero también muchos amigos, estudiosos y simpatizantes de las luchas indígenas. Haciendo aquí un paréntesis, yo tuve la suerte de participar de esas discusiones que fueron muy fructíferas para ayudar a pensar el devenir de las luchas indígenas. Para ponerle un ejemplo, las ideas que allí se esbozaron y los documentos que de allí salieron, orientaron la posición ideológica del movimiento indígena en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991.

MV: ¿Fue fácil hacer ese cambio de una estructura organizativa de tipo sindical, a una estructura de Consejerías?

EJ: Muchos de los que participaron de los debates de entonces eran partidarios de un cambio de esquema organizativo para las organizaciones indígenas, con el fin de que se ajustara más a las necesidades de gobernanza de las comunidades. Esto no fue una causa fácil de defender, por cuanto pesaba mucho la herencia que había dejado la ANUC[3] y los partidos de izquierda en el movimiento indígena. No obstante muchos líderes indígenas eran conscientes de los defectos y frustraciones que este ‘esquema’ organizativo traía para sus luchas. Sobre todo este esquema era problemático para aquellos pueblos de la Selva, los Llanos o el Pacífico, que recién hacían presencia en el panorama político de sus regiones.

MV: Y en lo que se refiere a los cabildos, ¿fue aceptada por los indígenas esta forma de gobierno para sus comunidades?

EJ: La figura de ‘Cabildo’, que heredaron los indígenas andinos del sistema colonial para gobernar sus ‘resguardos’, no era conocida en la mayoría de los pueblos, que estaban organizados de una forma tradicional. En 1981 cuando se creó la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) con Trino Morales como presidente, se empiezan a dar procesos de capacitación para dar lineamientos sobre como conformar los cabildos. Sin terminar este proceso de adecuación y sensibilización, el CRIC y la ONIC instauraron allí los cabildos. Y eso no funcionó, aunque todavía hay muchos que les gusta retratarse junto a los despojos de lo que no funcionó. Muchas autoridades tradicionales, cuya autoridad se fundamenta en la tradición (médicos y otras autoridades tradicionales) fueron desplazadas por cabildantes elegidos por la comunidad. Aparentemente esto es más democrático, pero en la práctica, esa aplicación (mecánica por demás) ha sido problemática, y sigue siendo aún fuente de muchos conflictos en la actualidad. Un conflicto adicional es que los otros líderes tradicionales, que eran los que conducían a las comunidades, seguían ejerciendo un poder, generando cierto paralelismo. El reto que surgió en ese momento era cómo hacer compatibles esos dos tipos de liderazgo para fortalecer las comunidades y desarrollar formas eficientes de interlocución con autoridades políticas y organizaciones sociales de la región.

MV: ¿Podemos mirar algunos ejemplos de este tipo de competencia entre diferentes autoridades?

EJ: En sitios como en el Chocó, por ejemplo, existían autoridades tradicionales, como los “Sarras” que surgían por sus capacidades de organizar la defensa de sus comunidades o por sus facultades como médicos tradicionales, o por sus habilidades para encontrar recursos para la sobrevivencia. Los cabildos en esos constituidos resguardos entran en algunos casos a remplazar o competir con estas autoridades tradicionales. Cuando los nuevos liderazgos obtienen acceso a recursos del Estado, desplazan a las autoridades tradicionales, y estas se marginan de la vida “política” de sus comunidades. Este alejamiento de las autoridades tradicionales de sus comunidades no siempre dan buenos resultados. Este remplazo de autoridades podrían ser exitosos en otros espacios políticos, pero no dieron resultados en las comunidades, que cayeron en una espiral de ingobernabilidad. Era como un trasplante mecánico de lo que hicieron los caucanos y que allí sí funcionó. La diferencia es que los caucanos sí habían internalizado la noción de cabildo hasta tal punto que era ya una forma tradicional de organización, en la cual estaban integrados otros líderes tradicionales.

Un caso extremo, lo representa los Nukak Makú, una población contactada a mediados de los años 80, que difícilmente podría servirse de estos procesos. A ellos los destruye la irrupción violenta de la economía y cultura nacionales, la colonización de los ríos Guaviare e Inírida. Y debido a la llegada de esta colonización y la siembra de coca en sus tierras, abandonaron su territorio, viviendo algunas familias en condiciones indignas dependiendo de la caridad pública. Por supuesto no ejercen ningún control social o económico sobre su territorio. Aquí uno ve los límites de este desarrollo institucional y legislativo, y cómo el gobierno, al limitarse solo a pasarle sus responsabilidades a poblaciones tan vulnerables como son estos indígenas semi-nomades, están contribuyendo a la extinción de los Nukak. Pero el problema es que ninguna organización indígena de la zona está en condiciones de atender a esta población. Paradógicamente fueron médicos del Instituto Lingüistico de Verano, quienes desarrollaron algunos programas de atención en salud, los que mitigaron en algo los problemas de salud de los Nukak.

Cuando una propuesta organizativa nueva no toma en cuenta las dinámicas tradicionales, desbarata los procesos organizativos tradicionales y surge en las comunidades una especie de anomia. Un ejemplo de esto es lo que sucedió en los Llanos Orientales. Ahí los pueblos indígenas sikuani, cuibas, sálivas, etc., estaban orientados por sus capitanes, autoridades tradicionales que se encargaban de dirigir las correrías para recolectar recursos. Aún en los años 1986 o 1987, la ONIC todavía organizaba encuentros con los capitanes del Llano, que eran los verdaderos representantes de esas comunidades. Los cabildos, al no tener recursos, tenían poca incidencia en los asuntos de la comunidad y existían sólo en el papel.

MV: Anterior a los procesos de constitución de cabildos ¿no jugó la iglesia también un papel importante en la formación de los nuevos liderazgos y en el desplazamiento del liderazgo tradicional?

EJ: Si, la iglesia desempeñó un papel preponderante en la formación de nuevos líderes en las regiones de Selva, Llano y Pacífico. En la mayoría de casos esta formación se dio mediante la educación en los internados. Allí se educaron  a los niños y jóvenes indígenas desde una concepción evangélica u occidental de la problemática indígena. Estos liderazgos así formados también desplazaron o relegaron a los liderazgos tradicionales, muchas veces demonizándolos, por cuanto también eran líderes espirituales, que eran la contraparte del proyecto evangelizador de la iglesia. Por lo general son estos nuevos liderazgos los que son nombrados en los cargos del cabildo, cuando se constituyen los resguardos.

MV: ¿Cómo afectó esta nueva institucionalidad a los liderazgos de estas regiones?

EJ: Con la Constitución de 1991, al empezar los resguardos a recibir ingresos de la Nación, se fortalecen más los cabildos y se comienzan a crear intereses alrededor de esos recursos, conformando un núcleo de poder en las comunidades. Pero el problema es que en estas regiones no existían liderazgos con condiciones de dirigir estos nuevos retos y procesos. Y aunque poco a poco se va construyendo y aclimatando todo este nuevo andamiaje organizativo en los resguardos, es un proceso lento y sujeto a muchas incertidumbres. Muchas personas que llegaron a las dirigencias de estas organizaciones avaladas por la ONIC, fueron formados en internados misioneros, donde les fueron borrando de sus mentes la dimensión real de sus pueblos, que ocasionó que se alejaran espiritualmente de ellas, lo que frecuentemente conlleva a que entiendan cada vez menos los problemas y descuiden los apremios más inmediatos de sus comunidades; pero también que se les vuelvan intrascendentes las redes sociales comunitarias y en casos extremos hasta que vayan perdiendo los fundamentos de su identidad colectiva, como son la tierra y el idioma. Estos modernos dirigentes se apropian del discurso de los derechos indígenas contenidos en las instituciones, discurso que se viene desarrollando con las luchas indígenas de la región andina, pero que no se empalma con el sentir y pensar de las autoridades tradicionales.

MV: No se si estoy entendiendo bien. Veo positivo que los indígenas se apropien de un discurso sobre derechos humanos y leyes que los favorecen, pues eso los provee de una plataforma legal para reivindicar sus derechos; pero esta apropiación de saberes conlleva  también la posibilidad de entrar a conocer un mundo nuevo y desconocido y relacionarse con modelos culturales diferentes de los propios, lo que invariablemente los aleja de los referentes culturales de sus comunidades. Me surge sin embargo la duda de que esto sea totalmente negativo, puesto que este distanciamiento de lo tradicional también ofrece la oportunidad de acercarse a la modernidad y ampliar la democracia en las comunidades, muchas veces encerradas en sistemas que “asfixian” a ciertos sectores de la población, por ejemplo las mujeres y las niñas.

EJJ: Por avatares de la vida y circunstancias ajenas a mi voluntad, que me hicieron abandonar el trabajo con las comunidades, que era lo que más satisfacciones me proporcionaba, me dediqué en los últimos años a hacerle un seguimiento a las organizaciones indígenas, leer muchos de sus documentos y analizar los discursos de sus dirigentes. Y encuentro, haciendo una gran generalización, que los modernos dirigentes indígenas no se interesan mucho por debates críticos alrededor de los valores normativos de su propia tradición. Y son reiterativas las alusiones a sus mitos y leyendas de origen, para fundamentar sus posiciones políticas y preservar formas de pensamiento que salvaguarden esos valores que las orientan. No obstante desconcierta que se opongan a considerar puntos de vista diferentes y persistan tercamente en tradiciones que han devenido obsoletas y que los separan de los nuevos contextos sociales en un mundo cada vez más intercultural. Y para mi pesar, asombra no obstante que sean cautivados por ideologías de intelectuales que hablan en nombre de las tradiciones indígenas y que impulsan la idea de que las formas ancestrales comunitarias de organización y la tan alabada ‘democracia directa’ representarían formas superiores de vida social, que serían eficientes contra la globalización. Curiosamente son ideologías que combinan ideas marxistas con enigmáticas visiones indigenistas que no obstante su modesta calidad teórica tienen gran impacto en una población que ha sido aleccionada para escuchar discursos viciados de contenido y con grandes vacíos analíticos, que se llenan con una farragosa retórica izquierdo-indigenista. Se trata de ideologías, que cumplen la función de encubrir la realidad. Poseídos por esas ideología, los líderes se convierten en correas de transmisión de visiones que no tienen ningún asidero en la vida de sus comunidades. Es entonces un distanciamiento sí de lo tradicional, pero que los desvía de la modernidad, pues salen de autoritarismos étnicos para caer en los brazos de ideologías con concepciones autoritarias del orden político y formas jerárquicas sobre cómo organizar instancias para la toma de decisiones. Esta situación conduce que en las comunidades, en un contexto político ‘tóxico’ e inestable, debido al mal manejo de recursos y actuación de pequeñas pero eficientes maquinarias para mover el poder político en sus comunidades, y rodeadas de populismos (de izquierda y derecha), prospere en ellas la erosión de cualquier gobernabilidad. Esto se está experimentando en algunas organizaciones indígenas a nivel nacional, regional y local, poniendo en peligro las normas democráticas que tanto les costó conseguir en el pasado y minando, así, el objetivo mismo de la integración del movimiento indígena. El penoso espectáculo registrado en la Habana, donde la ONIC hizo gala de una pobre presencia con 5 delegados que no representan al conjunto de organizaciones indígenas del país; y en paralelo los 6 delegados indígenas invitados por las FARC, que tampoco representan nada, es una muestra de la desintegración del movimiento indígena colombiano.

MV: No obstante se puede constatar también que hay una serie de procesos sociales y políticos en las organizaciones que avanzan en la dirección de construir formas autónomas en el ejercicio del poder. Por ejemplo cada vez hay más procesos autónomos en la gestión de sus intereses y en la interlocución con el Estado, sin que medien en ello intermediarios políticos.

EJ: Por su puesto que sí. Y es admirable la idea de que los indígenas hagan la interlocución ellos mismos sin intermediarios, pues esto hace parte de un proceso que apunta a robustecer la autonomía. Sin embargo, se debe dimensionar también que es un liderazgo díscolo, que se ha distanciado de las problemáticas reales de las comunidades. Hace poco tuvimos la visita de un cabildo indígena de Quinchía (Risaralda), cuyas comunidades están siendo atropelladas por una empresa minera que amenaza con devastar los recursos ambientales de su territorio (aguas, suelos y bosques). Ante la total inoperancia, por no decir inutilidad, de su organización regional, se encuentran tocando puertas (incluyendo la de la ONIC, donde tienen un delegado) buscando apoyo para esa contienda por la vida, que de todas formas están dispuestos a dar, con o sin apoyo.

Por otro lado, es cierto que existe una necesidad en las organizaciones de desarrollar instituciones en las comunidades para organizar y administrar recursos, y mejorar los programas de salud, educación, o producción. Pero preocupa que esta necesidad se vea aplazada por este distanciamiento entre las organizaciones, sus liderazgos y la gente en las comunidades. Y cuando las organizaciones indígenas no están en condiciones de entender las demandas de sus comunidades y tampoco tienen la fuerza (o voluntad) para apoyar sus luchas mediante mecanismos organizativos, se distorsionan los procesos de autonomía que pueden estar en marcha.

En este contexto es preciso recordar que muchos logros de los pueblos indígenas en materia territorial no partieron de luchas propias y no hubieran sido posibles sin el papel desempeñado por un grupo de funcionarios que trabajaban en el INCORA([4]) y el DNP([5]), que se consideraban amigos de los pueblos indígenas, y que hicieron los estudios socioeconómicos necesarios, para sustentar legalmente la creación de los grandes resguardos en las regiones de la Orinoquía y Amazonía y los resguardos de la región Pacífico. Pero también para convertir las Reservas indígenas en Resguardos([6]). Estos amigos de alguna manera acercaron al gobierno (durante la administración de Virgilio Barco) a las necesidades que tenían los indígenas de tener un territorio propio.

MV: Teniendo en cuenta los patrones que acabas de describir ¿qué podemos concluir sobre el proceso organizativo?

EJ: Pienso en el legado que dejó Kimy Pernía, líder rebelde Embera Katío del Alto Sinú, que se me viene a la cabeza por cuanto este junio cumplió 15 años de desaparecido. Kimy heredó el temple de “sarra” de su abuelo Yarí, el Jaibaná más importante y fundador del pueblo embera-katío del Alto sinú.  Kimy se alimentó del discurso organizativo en boga a nivel nacional, pero nunca abandonó las formas tradicionales de pensar y actuar de sus comunidades. Conformó una organización que le respondiera a las necesidades de la gente sin romper con la tradición. Kimy inclusive revivió mitos y tradiciones de su pueblo para motivar el proceso organizativo. El mito del origen del agua, que explica cómo los embera consiguieron el agua, lo interpretó de manera que permitiera vincular la realidad de los embera con la del país en donde viven, para dar orientaciones y explicar los retos a los que se enfrentaban. Kimy pensaba que para que el pueblo embera siguiera existiendo debía alimentar las raíces de ese gran árbol Jenené, que era su pueblo. Y esto movilizó a su gente, aunque esto le costó la vida. La clase política de Córdoba y los paramilitares no le perdonaron que organizara la rebelión de las comunidades contra la represa de Urra, para defender el territorio y los bienes ambientales del pueblo embera.

MV: Ya para terminar, ¿cómo crees que evolucionarán las luchas indígenas, ahora que viene la materialización de los acuerdos en la Habana?

Ej: El pensador alemán Axel Honneth plantea, partiendo de la premisa antropológica de Fichte (según la cual el hombre solo es hombre entre los hombres”), que los reales procesos de cambio social se producen mediante relaciones de reconocimiento recíproco entre comunidades y pueblos; y que sólo a través del reconocimiento y respeto mutuo, se originan los genuinos avances en materia ética y política. Siguiendo este planteamiento no se presentarían cambios sociales, hasta tanto los indígenas no sean reconocidos y aceptados con dignidad y en igualdad de condiciones en esta Nación, que se encuentra todavía en obra gris; pero tampoco si los indígenas no se reconocen como integrantes esenciales de esa Nación, que los obliga a participar activamente en su construcción, lo   que demanda también compromisos y deberes con la sociedad. No pueden seguir actuando poniéndose de espaldas a la modernidad, como si hacerlo fuera una negación de sus raíces. De no ser así seguirán “chupando rueda” a aquellas ideologías, que no permiten pensar que este mundo puede ser diferente, pero sobre todo que le restan valía a los méritos propios de sus conquistas. El resto de lo que sucederá sólo Dios lo sabe, y hasta ahora no tenemos forma de comunicarnos con él. Hasta allá no llega Comcel.

Bogotá, junio 2016

 


[1] Consejo Regional Indígena del Cauca

[2] Esta oficina, llamada coloquialmente “el consulado” tenía entre otras funciones, la de asesorar a la ‘joven’ organización nacional (nota de MV).

[3] Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, la organización que protagonizó a comienzos de los años 70 la más grande movilización nacional de campesinos que ha habido en Colombia (Nota de MV)

[4] Instituto Colombiano de Reforma Agraria (hoy INCODER).

[5] Departamento Nacional de Planeación.

[6] En la figura de Reserva la propiedad es del Estado, que es cedida a los indígenas en calidad de usufructo. Mientras que el Resguardo es propiedad colectiva de los indígenas (MV).

 

Junio 2, 2016
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15 años sin Kimy

Este 2 de junio se cumplen 15 años de la desaparición de nuestro querido amigo Kimy Pernía. Hoy recordamos al hombre que según Eulalia Yagarí,

“alentó con su palabra y su obra a todos los pueblos indígenas de Colombia… a luchar porque en esta Nación, que también es nuestra, tengamos un lugar donde podamos desarrollar en libertad y a plenitud nuestros proyectos de vida”.

Kimy, como lo reconoce el pueblo embera, fue el líder que encabezó todas las contiendas por la defensa del territorio, como el espacio que garantiza la libertad y la independencia de su pueblo. Para ello recurrió a la historia mítica de su pueblo y ‘extrajo’ de ella los símbolos necesarios para organizar a sus comunidades, una práctica que realizó con éxito y le valió el reconocimiento de los indígenas, aún más allá de las fronteras territoriales de su pueblo. Los hechos que nacieron de sus acciones y de sus palabras, le granjearon la malquerencia de Urrá, de la clase política que gobernaba al departamento de Córdoba, de los madereros, y de todos los grupos armados que hacían presencia en el Alto Sinú. Sobre todo de sus palabras, pues,

“El líder embera-katío Kimy Pernía Domicó incomoda a muchas personas porque sabe hablar. Sus palabras en su lengua o en español fluyen con facilidad y despiertan el espíritu de quienes las oyen. Por eso, para silenciarlo, tres hombres armados, al parecer pertenecientes a las autodefensas, se lo llevaron esposado el pasado 2 de junio de las oficinas del resguardo indígena en Tierralta, Córdoba. Pero fracasaron en su misión porque al secuestrarlo liberaron su mensaje, lo enviaron más allá de las tierras de los cabildos del río Sinú y el río Verde. [1]

Con la desaparición de Kimy, el pueblo embera katío quedó sin dirección y comenzó a experimentar la desestructuración de sus comunidades, sus gobiernos, sus instituciones, quedando muchas familias a la deriva; lo que ha conducido a que en un lapso de 10 años pasaran de ser dueños y señores de sus territorios, a ser cautivos y quedar subordinados a las fuerzas económicas (legales e ilegales) que instauran reglas y organizan a la población de acuerdo a sus intereses.

Quizás ese fue el “castigo” que le propinaron a Kimy, por haber tenido el atrevimiento de rebelarse contra los poderosos dueños de la represa y haber soñado con un futuro promisorio para su pueblo. Decimos “castigo”, pues se equivoca Carlos Castaño al decir que Kimy “impedía el funcionamiento de la represa”. La realidad era muy distinta: la obra ya había concluido y la hidroeléctrica estaba en marcha. Poco podía hacer Kimy para impedir su funcionamiento.

El abogado Luis Javier Caicedo, para la época asesor de los indígenas, es también de la opinión de que se trataba de un ‘castigo’ contra el pueblo embera. No de otra forma se entienden las torturas causadas a Kimy,

“Se trataba también de lesionar la dignidad del pueblo embera y causarle daños en su capacidad para recomponerse, de eliminar su capacidad de resiliencia, como efectivamente sucedió”.

En palabras de Sebastián Leal durante la conmemoración de los 10 años de la desaparición de Kimy,

“El daño a la comunidad es profundo… Dinero en retribución les resulta una afrenta.

El asesinato de Kimy Pernía es mucho más que un asesinato. Los emberá tienen su espacio de remanso después de la muerte y a ese lugar lo llaman «Bâja». Ese tránsito, que es tan primordial para sus hombres, no es posible sino después del ritual de despedida, que llaman «Bewara», y en ese ritual su cuerpo es indispensable. A Kimy no sólo le arrebataron a la fuerza la vida sino también su descanso en la muerte.

El río, la vida, el punto de nacimiento del mundo emberá, por esas paradojas crueles de nuestra realidad, es todavía la muerte de su memoria.”

Bogotá, 2 de junio de 2016


[1] Revista Semana: “El hablador”, 17 de junio de 2001

 

Abril 15, 2016
by jenzera
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Las Plumas Rojas — Idle No More

Pierre Beaucage

Antropólogo

Montreal, Quebec, Canadá

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Apreciado Efraín,

Leímos con interés tu texto, que muestra la situación de la política en las organizaciones indígenas de Colombia.

La  situación en Québec y en Canadá es algo similar. Hace tres años surgió un  movimiento de ‘hartazgo’ de las bases indígenas, en particular de mujeres jóvenes, en todo el país, contra la corrupción y la desidia de sus  autoridades, en connivencia con el Estado. Este movimiento tomó el nombre de “Idle No More” (‘Basta ya de pasividad’), adoptando como símbolo “Plumas Rojas”.

Los líderes, en acuerdo con el gobierno conservador de Steven Harper, hicieron vehementes declaraciones de protesta por la televisión y no pasó nada. En noviembre pasado, valientes periodistas sacaron a la luz la situación que viven jóvenes mujeres indígenas en Val d’Or, una ciudad minera al noreste de  Québec. Estas indefensas jóvenes indígenas que viven por fuera de sus comunidades eran abusadas sexualmente por policías de la ciudad, una de  ellas en la misma comisaría.

El escándalo sacudió a toda la provincia. Hubo un circo de los caciques y de algunas ONGs de la región. El Gobierno compró su silencio con 6 millones de dólares. Y están  empantanadas las investigaciones.

Ahora hay una ola de suicidio en  Attawapiskat, una comunidad indígena del norte de Ontario, donde la  gente vive hacinada en casuchas insalubres, sin higiene y sin trabajo. Allí se hicieron presentes unos ministros del gobierno y dicen que van a mandar sicólogos. Y los diputados indígenas indignados… por cuatro días.

Son tiempos duros pues, de traición más que de represión. Pero no abandonaremos la lucha!

El antropólogo canadiense, Pierre Beaucage, muy cercano a las luchas indígenas de nuestro país escribió una nota sobre este movimiento que surgió desde la base y la repercusión que tuvo en la sociedad canadiense. A continuación el texto:

***

Hace dos años, surgió en Canadá un movimiento indígena de nuevo cuño. Sus protagonistas eran jóvenes mujeres que protestaban contra las condiciones infrahumanas en las que vive la población autóctona de este país, particularmente las mujeres, en las “reservas” y en los barrios pobres de muchas ciudades. La chispa fue la huelga de hambre iniciada por Theresa Spence, jefa del pueblo de Attawapiskat, en el norte de la provincia de Ontario. Harta de ver ignoradas por las autoridades del país sus peticiones por agua potable, viviendas decentes y atención médica, mantuvo su huelga durante semanas. Los medios que la ridiculizaban en un principio, cambiaron de actitud cuando vieron que se ampliaba la protesta. L@s miles de manifestantes que marcharon en todo el país tomaron como símbolo una Pluma Roja, color de rebelión, y adoptaron como consigna  Idle No More (‘Se acabó la pasividad’). Para la mayor parte de la población no indígena de Canadá, el movimiento de las Plumas Rojas significó un despertar a la dura realidad que viven hoy las Primeras Naciones.

La noche del 22 de octubre de 2015, llegó otra “onda de choque”: salieron al aire en la televisión pública de Radio Canadá (francesa) doce mujeres Nishnabe de Val d’Or (ciudad minera al noroeste de Quebec), denunciando la violencia física y sexual de las que vienen siendo víctimas desde hace años por parte de la propia policía (Sécurité du Québec).  Esta vez la chispa fue la desaparición de una mujer nativa, Cindy Ruperthouse, en Val d’Or, ocurrida en abril de 2014. Las denuncias de la familia a la policía quedaron sin respuesta: se archivó el expediente sin hacerse siquiera una investigación con la gente cercana.  El hecho llamó la atención de un grupo de mujeres periodistas de investigación de Montreal: para ellas Cindy era una de las cerca de 2000 mujeres desaparecidas y asesinadas en Canadá en los últimos diez años. La periodista Josée Dupuis fue a Val d’Or y empezó a reconstruir la trama de esta desaparición.

Dupuis logró ganarse la confianza de las amigas de Cindy y estas decidieron TOMAR LA PALABRA,  después de años y años de silencio. Sus testimonios a la televisión pública en un programa de mucha audiencia, consternaron al país. Revelaban las espeluznantes condiciones de vida de las mujeres indígenas que viven en esta ciudad minera (situación que seguramente se repiten en muchos otros lugares).

Muchas jóvenes indígenas llegan a la ciudad «buscando una vida mejor» que la que conocieron en las Reservas Indígenas, donde reina la pobreza con sus secuelas de alcoholismo y violencia. Pero en la ciudad, no hay empleo para ellas y se encuentran rápidamente  en la calle. Su precaria situación económica y el racismo imperante las hacen extremadamente vulnerables y expuestas a más violencias de género. Los testimonios de las jóvenes muestran como los policías de la Süreté du Québec, que deberían protegerlas, se han convertido en sus opresores. Usualmente, después de arrestos arbitrarios, el coche patrulla no se dirige a la comisaría, sino a un camino boscoso, donde son agredidas y violadas. Las que se resisten reciben golpizas. Un castigo alternativo: abandonar a la rebelde en pleno bosque, a dos horas de camino del pueblo (¡ con temperaturas de treinta grados bajo cero!)  Otra indígena narró como a los 19 años, se sintió más segura cuando vio que la llevaban a la comisaría. Pero se equivocó, pues allí mismo la violaron, mientras el personal de la comisaría miraba a un lado.  Cindy fue una víctima más de un sistema generalizado de abusos y su caso terminó trágicamente. Estas valerosas jóvenes sacaron a la luz la verdad, no obstante (confiesan) tener miedo a que su denuncia ponga en peligro su seguridad personal.

La encuesta reveló también como el propio Ministerio de Justicia de la provincia de Québec estaba al tanto desde hace más de cinco meses de estas denuncias contra la policía, sin hacer nada, hasta que se hicieron públicas y ganaron notoriedad en la opinión pública canadiense. El punto es que este mal ejemplo venía desde arriba: El primer ministro canadiense Steven Harper, que detentó el poder durante casi diez años, se negó siempre a ordenar una investigación sobre las miles de desapariciones ocurridas (principalmente en dos provincias occidentales del país, Alberta y Columbia Británica), argumentando que “había que dejar a la policía hacer su trabajo.” Los acontecimientos de Val d’Or prueban que la policía puede ser precisamente parte del problema.

La repercusión de estos hechos, sacados a la luz pública por el movimiento de las Plumas Rojas ya ha arrojado resultados: el ministerio de Justicia ha suspendido (temporalmente) a ocho policías denunciados por sus víctimas; una marcha de protesta juntó en Val d’Or, a cientos de manifestantes indígenas y no indígenas; la Asamblea de las Primeras Naciones de Québec-Labrador, que reúne a los jefes de los diez pueblos indígenas, ha convocado  a una reunión de emergencia en el mismo Val d’Or, para decidir acciones inmediatas; y voces indígenas de todo el país exigen del nuevo primer ministro, Justin Trudeau, que realice por fin las investigaciones independientes a nivel nacional sobre los asesinatos y desapariciones de mujeres indígenas (a la que se comprometió durante su campaña electoral).

¡De un mar a otro, las Plumas Rojas se están alzando otra vez!