Este 2 de junio se cumplen 15 años de la desaparición de nuestro querido amigo Kimy Pernía. Hoy recordamos al hombre que según Eulalia Yagarí,
“alentó con su palabra y su obra a todos los pueblos indígenas de Colombia… a luchar porque en esta Nación, que también es nuestra, tengamos un lugar donde podamos desarrollar en libertad y a plenitud nuestros proyectos de vida”.
Kimy, como lo reconoce el pueblo embera, fue el líder que encabezó todas las contiendas por la defensa del territorio, como el espacio que garantiza la libertad y la independencia de su pueblo. Para ello recurrió a la historia mítica de su pueblo y ‘extrajo’ de ella los símbolos necesarios para organizar a sus comunidades, una práctica que realizó con éxito y le valió el reconocimiento de los indígenas, aún más allá de las fronteras territoriales de su pueblo. Los hechos que nacieron de sus acciones y de sus palabras, le granjearon la malquerencia de Urrá, de la clase política que gobernaba al departamento de Córdoba, de los madereros, y de todos los grupos armados que hacían presencia en el Alto Sinú. Sobre todo de sus palabras, pues,
“El líder embera-katío Kimy Pernía Domicó incomoda a muchas personas porque sabe hablar. Sus palabras en su lengua o en español fluyen con facilidad y despiertan el espíritu de quienes las oyen. Por eso, para silenciarlo, tres hombres armados, al parecer pertenecientes a las autodefensas, se lo llevaron esposado el pasado 2 de junio de las oficinas del resguardo indígena en Tierralta, Córdoba. Pero fracasaron en su misión porque al secuestrarlo liberaron su mensaje, lo enviaron más allá de las tierras de los cabildos del río Sinú y el río Verde. [1]
Con la desaparición de Kimy, el pueblo embera katío quedó sin dirección y comenzó a experimentar la desestructuración de sus comunidades, sus gobiernos, sus instituciones, quedando muchas familias a la deriva; lo que ha conducido a que en un lapso de 10 años pasaran de ser dueños y señores de sus territorios, a ser cautivos y quedar subordinados a las fuerzas económicas (legales e ilegales) que instauran reglas y organizan a la población de acuerdo a sus intereses.
Quizás ese fue el “castigo” que le propinaron a Kimy, por haber tenido el atrevimiento de rebelarse contra los poderosos dueños de la represa y haber soñado con un futuro promisorio para su pueblo. Decimos “castigo”, pues se equivoca Carlos Castaño al decir que Kimy “impedía el funcionamiento de la represa”. La realidad era muy distinta: la obra ya había concluido y la hidroeléctrica estaba en marcha. Poco podía hacer Kimy para impedir su funcionamiento.
El abogado Luis Javier Caicedo, para la época asesor de los indígenas, es también de la opinión de que se trataba de un ‘castigo’ contra el pueblo embera. No de otra forma se entienden las torturas causadas a Kimy,
“Se trataba también de lesionar la dignidad del pueblo embera y causarle daños en su capacidad para recomponerse, de eliminar su capacidad de resiliencia, como efectivamente sucedió”.
En palabras de Sebastián Leal durante la conmemoración de los 10 años de la desaparición de Kimy,
“El daño a la comunidad es profundo… Dinero en retribución les resulta una afrenta.
El asesinato de Kimy Pernía es mucho más que un asesinato. Los emberá tienen su espacio de remanso después de la muerte y a ese lugar lo llaman «Bâja». Ese tránsito, que es tan primordial para sus hombres, no es posible sino después del ritual de despedida, que llaman «Bewara», y en ese ritual su cuerpo es indispensable. A Kimy no sólo le arrebataron a la fuerza la vida sino también su descanso en la muerte.
El río, la vida, el punto de nacimiento del mundo emberá, por esas paradojas crueles de nuestra realidad, es todavía la muerte de su memoria.”
Bogotá, 2 de junio de 2016
[1] Revista Semana: “El hablador”, 17 de junio de 2001