Efraín Jaramillo Jaramillo
Colectivo de Trabajo Jenzera
Como cuando se caen las cañuelas de un transformador de energía dejando a un pueblo sin luz, hay momentos en los que uno llega a pensar que a determinados políticos, algunos curtidos en estas lides, y a ciertos analistas de los movimientos sociales de Colombia, algunos de ellos brillantes, se les va la luz y comienzan a desvariar. Eso está sucediendo por estos días cuando se debate sobre el plebiscito para validar o desaprobar los acuerdos de La habana. Algunos opinan que esto se debe a que están siendo sometidos a fuertes presiones, ya que no es fácil de prever el comportamiento de los colombianos al momento de ir a votar por el ‘SI’ o por el ‘NO’, lo que denotaría que hay más cosas en juego, además de decidir sobre los acuerdos. Sea cual fuere la razón para los desvaríos, lo que sí es cierto, es que están confundiendo a muchos colombianos. Una turbación adicional de esa confusión es que la ansiedad creada por un dilatado desenlace final del plebiscito está conduciendo al aburrimiento, un sentimiento parecido al que se siente cuando una tediosa película sin argumento atractivo, se prolonga innecesariamente. Esta situación puede terminar fastidiando tanto a los espectadores, que muchos deciden abandonar la sala de cine, sin ver el final, que ya poco les importa. Para el caso de la paz, restándole importancia al proceso, banalizándolo.
Para mencionar algunas banalidades alrededor del proceso de paz, empecemos con aquella alocución del presidente Juan Manuel Santos, diciendo en tono solemne que la firma del acuerdo con las FARC significaba un nuevo comienzo y que por lo tanto había que votar por el ‘SI’ en el plebiscito. Lo que no dijo es qué es lo que comienza. Y si algo comienza, es porque algo debe terminar. ¿Será que ese enigmático comienzo entraña también como esperan los más perjudicados por la guerra, una real restitución de tierras a los grupos étnicos y a los campesinos? ¿Y lo que termina es el desplazamiento ambiental de esos pueblos, cuyas tierras, bosques y ríos han sido arruinados por la minería? A esa ‘banalidad enigmática’, el ex presidente Álvaro Uribe le opone una ‘banalidad paradójica’, al afirmar con una curiosa lógica, de que votar ‘NO’ a los acuerdos de La Habana, es votar ‘SI’ a la paz. Estas son sin embargo banalidades veniales, comparadas con aquellas que le apuestan a exacerbar el miedo que llevamos por dentro los colombianos: Las FARC estarían preparándose para una guerra en las ciudades, si gana el ‘NO’. Una ‘banalidad embustera’, si se tiene en cuenta que hasta hace algunos días el mismo Timoschenko venía diciendo que las FARC no volverían a la guerra para el caso que gane el ‘NO’, es decir que ya quemaron las naves y que no hay vuelta atrás. La otra versión igualmente dañina, es que el ‘SI’, abriría el espacio a un régimen Castro-chavista con consecuencias económicas y políticas imprevisibles para los colombianos. Esta es una ‘banalidad perniciosa’, promovida desde la cúspide del Centro Democrático y sus áulicos y que avanza sobre el supuesto fundamental del miedo y la alergia que le tenemos los colombianos a la violencia.
No obstante la joya más vistosa en esta contienda verbal por vencer en el plebiscito, la vendría colocando la iglesia. Pues de ser cierto que varios de sus altos jerarcas habrían advertido al gobierno de retirarle su apoyo al proceso de paz, en caso de que el gobierno apoyara el tema de los derechos de la comunidad LGBTI (1), la iglesia estaría apostándole al poder del chantaje, anteponiendo sus juicios morales, a los derechos sociales y políticos de los colombianos. ¿No sería este proceder de los jerarcas de la iglesia una —en palabras de Hannah Arendt— ‘banalidad del mal’?
En todos estos casos se busca influenciar emocionalmente a la población con discursos simples y repetitivos para construir ficciones que se alimentan de la ignorancia, del miedo o de la frustración.
Dejando a un lado estas banalidades, que muestran el bajo concepto que tienen los políticos de las capacidades de los colombianos para discernir el mejor camino a tomar, los sectores que pueden ser más perjudicados por el falaz discurso, de que votar a favor de los acuerdos es abrir el camino a una tiranía tipo Castro-chavista, son precisamente aquellos sectores rurales que más han padecido los rigores del despotismo ejercido por las FARC, pues un ‘NO’ a los acuerdos significaría —hipotéticamente— continuar soportando esos regímenes tiránicos en sus territorios, bajo la mirada indiferente de ciudadanos citadinos, que solo se enteran por los medios de las secuelas que deja la guerra. Un ladrillo demasiado grueso de tragar por campesinos, afrocolombianos e indígenas.
Por último —tal vez lo más importante— es que llama la atención en las campañas por el ‘SI’ y por el ‘NO’ —da igual— el estilo populista como vienen siendo desarrolladas —que envidiaría Donald Trumpf—, lo que indica que la gente sigue siendo no solo un tema fascinante, sino también un tema oscuro de la comunicación política. El lado oscuro es que el pueblo es asimilado a simple “masa”, que debe salir a decidir por el ‘SI’ o por el ‘NO’, como el que elige entre dos marcas de detergentes —disculpen pero formalmente se ve así—. Pero la parte fascinante es que la misma acción de ejercer libremente el voto —ningún político va a poner plata allí—, en un evento plebiscitario, donde se determinaría el rumbo del país en los próximos años, puede ser también la luz en el camino para que el pueblo salga de su condición de “masa primaria” y se constituya como pueblo. No en ese “pueblo” que es inventado por populistas doctrinarios y patrioteros de irrenovables izquierdas y derechas —también da igual—, sino un “pueblo político”, que busca constituirse como sujeto para lograr un objetivo común, o al decir de Gramsci, una lucha común para que “el pueblo se haga pueblo a sí mismo”. Tal como sucedió en Chile para sacar a Pinochet de la vida pública, o lo que está sucediendo en Venezuela con el Referendo Revocatorio.
En Colombia nadie, y menos en política, tiene nada asegurado. Hasta ahora el ‘SI’ no es una “Idea Fuerza” (otra vez Gramsci), que nos permita darle vuelta a la página de la violencia, para dejar de oír ese ruido permanente de las armas y esas vociferaciones pendencieras a las que nos tienen acostumbrados los devotos de las soluciones de fuerza. Sobre todo para que de una vez por todas podamos mirar con optimismo el futuro y renovar nuestra confianza en el género humano.
Por eso y para apoyar esa ‘Idea Fuerza’, votaré por el ‘SI’. Con ello renuevo aquí mi adhesión a la causa de Don Quijote —el de la “cordura” por supuesto—. Pues como buen Sancho, apegado a las delicias terrenales, creo en las premoniciones de mi señor: “Has de saber Sancho …que todas estas borrascas que nos suceden, son señales de que presto ha de serenar el tiempo…”
Bogotá, agosto 18 de 2016
(1) Ramiro Bejarano: “El santo chantaje”. ElESPECTADOR.COM, 13.8.2016.