Octubre 26, 2013
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La estupidez, mal común y tragedia de nuestro tiempo

 

 

Foto Jesus A. Colorado

Desmovilizados del Bloque catatumbo de las AUC/foto: Jesús Abad Colorado

 

Efraín Jaramillo Jaramillo

 

Colectivo de Trabajo Jenzera

¡Qué falta de respeto,

qué atropello a la razón!

¡Cualquiera es un señor!

¡Cualquiera es un ladrón!

Cambalache

 

Una ya clásica obra de teatro de Peter Handke, publicada por la editorial Suhrkamp en 1973, lleva como título “Los estúpidos se extinguen” (“Die Unvernünftigen sterben aus”). Pero contrario a lo que podría deducirse de este enunciado que despierta optimismo y renueva la confianza en el género humano, los insensatos aumentan por estos días en Colombia, cuantía que va en crescendo, mientras el número de los que se valen de la razón, va en descenso. Eso es lo que se puede colegir de la atmósfera política del país en este año que termina. No obstante la estupidez, como el cáncer, tienen síntomas similares: se piensa que sólo le sucede a los otros, que está por fuera de nosotros.

Con una analogía genial, los filósofos alemanes fundadores de la Escuela de Frankfurt, Theodor Adorno y Max Horkheimer ofrecen una reflexión crítica sobre la inteligencia y la estupidez[1]:

El “símbolo de la inteligencia” se asemeja a las antenas del caracol, que son su “vista táctil”. Ellas se retraen inmediatamente ante un obstáculo (peligro), para ocultarse en el “caparazón protector de su cuerpo”. Allí permanecen por un intervalo de tiempo, para después aventurarse a salir de nuevo con extrema cautela. Si no encuentra ningún peligro externo y el terreno lo favorece, el caracol avanza con sus antenas desplegadas, ampliando así su mundo. Pero “si el peligro está aún presente”, las antenas vuelven a retraerse. Ante la permanencia del peligro, los intervalos entre salidas y retracciones de las antenas se vuelven cada vez más largos.

La vida de la inteligencia –la “vida espiritual”- se expresa de forma similar: “es en sus orígenes infinitamente frágil y delicada” y así como la sensibilidad del caracol se halla confiada a un músculo, y los músculos se debilitan y terminan atrofiándose cuando se estrecha el margen de movimiento del caracol, así mismo el cuerpo humano puede quedar paralizado por una lesión física, y la vida espiritual, la inteligencia, puede atrofiarse por circunstancias adversas del mundo exterior, que para el caso que ocupó a estos filósofos, era el terror del régimen nazi.

La estupidez, siguiendo con esta analogía que nos plantean Adorno y Horkheimer, podemos entenderla como la parálisis de la vida espiritual, como una cicatriz: “un punto en que la inteligencia –esa curiosidad que, en un cuerpo a cuerpo con el mundo, ensancha la experiencia posible– ha sido impedida por el terror, y en su exacto lugar ha crecido una callosidad del sentir, un miedo ignorado que aprieta los límites del mundo”[2].

La estupidez definida entonces como ausencia de toda curiosidad y de toda sensibilidad, como una callosidad que impide una ampliación del mundo. Una manifestación esa callosidad es la ‘frialdad e indiferencia’ frente a las contingencias sociales. Frialdad e indiferencia que posibilitan que los sujetos interioricen los imperativos sociales, manteniendo bajo control sus afectos.

Frialdad e indiferencia que han hecho posible que convivamos con pequeños infiernos, esparcidos por todo el país, desde los Andes hasta el Amazonas; desde las llanuras del caribe hasta las llanuras orientales; desde el desierto de la Guajira hasta las selvas del Pacífico. De ese tamaño es nuestra estupidez.

Una estupidez de la cual pensamos que podemos emanciparnos con una firma en la Habana. El punto es si es posible (y cómo), restablecerse de esa callosidad que ha endurecido el sentir, motivando la frialdad y a la indiferencia, que son funciones del principio de realidad.

Dicho en otras palabras: El alto nivel de renuncia y sacrificio que han tenido que interiorizar los milicianos (guerrilleros o paramilitares, da igual) para adaptarse a las actuales condiciones de recrudecimiento del conflicto armado interno colombiano, donde además de ser rechazados por significativos segmentos de la población colombiana, están arriesgando sus vidas en cualquier recodo de la selva, lleva a que se transformen en atroces sádicos, dedicados a cometer actos perversos contra la vida y dignidad de pueblos campesinos, negros e indígenas en los últimos años. ¿Será que esos jóvenes que fueron reclutados contra su voluntad, la nostalgia de su vida familiar y el amor que un día recibieron ya no los gratifican? ¿Será que esos recuerdos se vuelven intolerables y optan por ello aplicarse en la crueldad?

“Dale nomás, dale que va,

que allá en el horno nos vamos a encontrar.

No pienses más y hacete a un lao,

que a nadie le importa si naciste honrao”

Río Yurumanguí, octubre 26 de 2013


[1] En su notable y clásico texto “Dialéctica de la Ilustración”.

[2] Cristián Sucksdorf: “Acerca de la estupidez”.

 

 

Septiembre 20, 2013
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El paro agrario y la lucha por la tierra en Colombia

 

Efraín Jaramillo Jaramillo

Colectivo de Trabajo Jenzera

 

Se han hecho muchos análisis sobre el paro agrario, pero a mi juicio faltan los que más necesitan los campesinos, sobre todo de aquellos que no tienen tierra. La mayoría de ensayos sobre el paro agrario, han sido ideológicos o textos que buscan los responsables de la crisis del agro colombiano sólo en los Tratados de Libre Comercio (TLC), el neoliberalismo, la globalización, que remplazaron a los culpables de antes, el imperialismo, la CIA  y otros espantos.

Lo que también es necesario hacer es volver la mirada atrás y hacer una historia política de los procesos que han conducido a este levantamiento general de los campesinos, que ya llevan un mes y que aunque amainado, no ha terminado.

Este paro llama la atención porque en determinadas zonas ha adquirido rasgos de insubordinación, comparables a aquellos protagonizados por la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) a comienzos de los años 70 del siglo pasado, puesto que de este paro hacen parte también campesinos sin tierra que tienen otras necesidades diferentes a que se solucionen problemas de infraestructura, se subsidien insumos para la producción agrícola, haya control de precios a fertilizantes y de entrada de productos subsidiados, eliminación del contrabando, ampliación de créditos; pero también a que se frene la firma de TLC con otros países, o aún que se suspendan los ya firmados, etc.

Pero también llama la atención el que estas miles de familias campesinas sin tierra, las eternas cenicientas del campo, que estando entre el montón no son fácilmente visibles, ven como en las rondas de negociación del gobierno con los líderes campesinos, corren chorros de babas (las del vicepresidente Angelino Garzón han sido las más abundantes y sinuosas), sin que en ningún momento se mencione que en el centro de la problemática agraria de Colombia está la concentración y el acaparamiento de tierras. Este ruidoso silencio se presenta porque para el Estado es más barato repartir plata, sobre todo porque no azuza los demonios terratenientes, más en un país donde todas las violencias han tenido origen en la alta concentración de la tierra.

Un campechano análisis mostraría que todas las guerras internas que han agitado al país, parten de que hay gente que le quiere quitar la tierra a otra gente y esta a su vez se defiende para no dejársela quitar. Y en caso de que la haya perdido, estará esperando condiciones favorables para recuperarla y así sucesivamente ha sucedido desde la época de la conquista.

Quizás esa historia debería recordarse para sacudirnos ese esquema interiorizado por la izquierda de encontrar culpables y no profundizar en las razones de las luchas por la tierra en Colombia, haciendo un seguimiento serio a los acontecimientos que las han originado.

Este texto no pretende hacer un registro de esas razones, sino de mostrar un aspecto de ellas poco tratado en estos días.

Para abordar este tema nos vamos a remontar a la segunda mitad del siglo pasado, cuando se originó esa época horrenda, que en menos de 10 años cobró la vida a 300.000 campesinos. Independientemente de las causas que se le atribuyan a esta época llamada “la violencia”, el resultado final de ella fue el despojo de tierras de cerca de 400.000 familias campesinas y la ampliación o conformación de nuevos latifundios con base en ese despojo.

Esta violencia fue la respuesta de las oligarquías terratenientes a un anterior proceso de avance campesino en los años 30 y 40, donde muchas familias campesinas lograron hacerse a una considerable cantidad de tierras hacendatarias, en poder de una élite terrateniente. Ello había sido posible gracias a las reformas legales en favor de parceleros y arrendatarios introducidas por Alfonso López Pumarejo, primer presidente liberal después de varias décadas de hegemonía conservadora, partido muy ligado a los intereses de la iglesia y de los terratenientes.

Los campesinos tendrían que esperar más de una década para empezar a recuperarse y cobrar fuerza para volver por la tierra arrebatada. Una coyuntura favorable se daría a finales de la década del 60, en el gobierno de otro liberal, Carlos Lleras Restrepo, que igual que López Pumarejo, entendió que al desarrollo económico del país, se oponía una desmedida concentración de la tierra en pocas manos. Apoyados por el gobierno los campesinos sin tierra inician las  movilizaciones, originando la más importante lucha por la tierra que se ha dado en Colombia. En esa ocasión se movilizan de nuevo los indígenas en defensa de los resguardos. Decimos “de nuevo”,  porque en los años 20 y 30 ya habían dado grandes batallas para evitar que los terratenientes se apoderaran de las tierras de resguardo en el Departamento del Cauca, como había sucedido en el Departamento de Nariño, para ese entonces la región más indígena de Colombia. Esas luchas habían sido dirigidas con éxito por el terrajero páez Manuel Quintín Lame.

La presencia de organizaciones de izquierda fue un factor decisivo en la evolución y ascenso del movimiento campesino, pues  jugaron un papel positivo al sacar a los usuarios campesinos de la orientación reformista del gobierno de Lleras Restrepo y posibilitar así la dinamización de sus luchas y la formación política de sus dirigentes.

Pero después estas mismas organizaciones ayudaron a desmantelar lo que habían ayudado a construir. Al pretender que unas comunidades campesinas de incipiente organización y conciencia se convirtieran en un medio de su asalto al poder (¿se acuerdan de la ORP?), lo que lograron fue desmontar la base reivindicativa de un movimiento social con grandes perspectivas. Hoy no se menciona esa historia para no incomodar o recibir los estigmas de aquellos amigos de entonces, que como dice Fernando Mires, malos de la cabeza interiorizaron “la tesis que popularizó Galeano, la de que siempre somos víctimas y nunca hechores”.

Una primera pregunta que nos hacemos, mirando el pasado reciente, es de si la violencia paramilitar que vino después y que se intensificó en la década de los 90, no es otra cosa que una nueva anexión violenta de tierras por parte de antiguos y nuevos terratenientes. Sea cierto o no este interrogante, el resultado es que con dineros provenientes del narcotráfico y utilizando la violencia, se llevó a cabo en menos de una década, una “contrarreforma agraria” que desalojó de sus tierras a más de tres millones de campesinos. Un estudio de la Contraloría General de la República revela que durante esos 10 años los narcotraficantes se apoderaron del 48% de las tierras más fértiles del país. Los terratenientes habían recuperado con creces el número de hectáreas adquiridas por los campesinos durante 30 años de reforma agraria. Esto lleva a suponer que el desplazamiento forzoso de campesinos, indígenas y negros no es sólo un efecto colateral del conflicto armado, sino que obedece en parte a una estrategia macabra, asociada a los intereses de esos antiguos y nuevos latifundistas de volverle a quitar la tierra a los campesinos.

La segunda pregunta que nos hacemos es de si un desarrollo consecuente del paro agrario actual, no llevará temprano o tarde a plantear la recuperación de la tierra por parte de los que la perdieron ayer, de los sin tierra, de los campesinos desposeídos por la violencia. Eso llevaría a plantear un cambio de nombre a esta movilización, significando que no es sólo un paro agrario, sino un “paro campesino por la tierra” o para anudarlo con las luchas de ayer un “movimiento campesino por la tierra”.

Pero parece que la izquierda y los movimientos ambientalistas que lo apoyan están más interesados en irse lanza en ristre contra el TLC, los transgénicos, etc., que siendo demandas importantes, lejos están de ser suficientes para solucionar la crisis del campo colombiano. Puede que eso dé réditos políticos de cara a las elecciones, o recursos del ambientalismo internacional. Hay mucha astucia charlatana rondando esas toldas. Pero no se está abordando el problema fundamental del país, que es la extrema desigualdad en la tenencia de la tierra. Con el agravante de que la tierra en Colombia se ha convertido en la principal estrategia de acumulación y lavado de activos provenientes del tráfico de drogas, para la siembra de palma, coca y otros cultivos agroindustriales, creando extensos desiertos verdes, que junto a la ganadería se vienen expandiendo en el país y reviviendo un sistema social “señorial-latifundista”, que se engalana con caballos de paso fino colombiano, poncho, carriel, sombrero aguadeño o “vueltiao” y otras parafernalias, que acostumbran a lucir los notables y poderosos señores de esas regiones. Este sistema fundamenta su poder en la tenencia de grandes extensiones de tierra de alta productividad agrícola, donde “pasta apaciblemente” el ganado, mientras miles de familias campesinas se aglomeran a su alrededor a contemplar estos “vacíos rumiantes”.

Bogotá, septiembre de 2013

 

 

Septiembre 4, 2013
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Colegio Kimy Pernía se apaga

Escudo del colegio

Escudo del colegio

El colegio distrital Kimy Pernía, se encuentra en la localidad de Bosa, ubicada en el sector sur occidental de Bogotá. El colegio fue construido en el 2009 sobre rellenos de lo que fue el humedal de Chiguazuque. Este importante humedal ha sido descuidado por las administraciones municipales desde hace muchos años y convertido en un vertedero de desperdicios y basuras de esta localidad, ocasionándole un grave daño al manto terrestre que lo rodea y al canal del humedal. A este problema se suma la quema de llantas para reciclar metales y los hornos artesanales para la producción de carbón de leña. Ambos hechos provocan nubes de humo que invaden al colegio, afectando la salud de profesores y alumnos.

El colegio Kimy Pernía, una emblemática y moderna estructura gigante de hormigón, es la única presencia estatal en este sector de Bosa, localidad, que con alrededor de un millón de habitantes tiene una de las más altas densidades poblacionales de Bogotá.

Este ambiente deteriorado, que alguna vez fue habitado por indígenas y donde abundaba una rica fauna silvestre y bosques naturales, es el espacio donde conviven estudiantes y profesores durante las dos jornadas escolares. Los niños esperan con ansias las inundaciones para escapar de las clases y bañarse en la ciénaga de aguas putrefactas que en no pocos casos contienen cadáveres de animales abandonados.

El colegio no cuenta con rutas de acceso y muchos estudiantes llegan a pié desde sitios lejanos, lo cual se vuelve un tormento por los lodazales que se forman en épocas de lluvia. La parte de la localidad por donde se llega al colegio es un barrio olvidado, donde los jóvenes no vislumbran un futuro digno de vivir. De allí que a trabajos de subsistencia como el reciclaje, el lavado de costales y el pequeño comercio, se sumen actividades delincuenciales de bandas que se dedican al robo, al atraco y al microtráfico de narcóticos.

El colegio lleva el nombre de un líder embera katío, que con su palabra y su obra animó a todos los pueblos indígenas de Colombia a luchar por sus derechos. A luchar para que esta Nación, que también es la de ellos, todos los humillados y ofendidos tengan un lugar donde puedan desarrollar en libertad y a plenitud sus proyectos de vida.

El Kimy Pernía acoge a cerca de 3.000 estudiantes, que en su mayoría provienen de familias humildes, muchas de las cuales han llegado allí debido al conflicto armado que los expulsó de sus regiones. El Kimy Pernía es un crisol de culturas negras, indígenas, campesinas, una pequeña Colombia multiétnica y olvidada, que aspira a convertirse en un espacio de paz y convivencia que ayude a sanar las heridas y a superar el desarraigo de estos infantes.

A actuar inmediatamente para que esta llama de esperanza no se apague, estamos convocados todos los amigos del colegio Kimy Pernía. Esta es una forma de honrar la memoria de un líder indígena y curar la afrenta que le infligieron los paramilitares a su pueblo al desaparecer a este hombre excepcional por conducir a su pueblo a ese lugar de vida y de respeto a la naturaleza, que se encuentra plasmado en el mito embera katio del origen del agua, que todos los niños y niñas del colegio llevan anclados en su corazón.

Las palabras de Kimy, en embera bedea o en castellano, despertaban entusiasmo y deseos de actuar en quienes las escuchaban, por eso tuvieron que silenciarlas. ¿Será que vamos a aguantar también que se silencie el colegio y se apague este espacio de vida digna para estos infantes olvidados de la gran ciudad?

Los profesores del colegio Kimy Pernía, sus estudiantes, el Colectivo de Trabajo Jenzera y la Alianza Social Independiente, ASI, están convocando a un conversatorio para diseñar una campaña de rescate del Kimy Pernía. Más adelante comunicaremos fechas. ¡Los esperamos!

Bogotá, septiembre 2 de 2013

Dibujo de estudiante


Agosto 16, 2013
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Recolonización de las economías de los pueblos indígenas

Comunidad yukpa de la serranía del Perijá (foto ONIC)

Efraín Jaramillo Jaramillo

El 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo. En este día en Colombia se hablará mucho de sus derechos y sobre los problemas que tienen con grupos armados en sus territorios; naturalmente, el gobierno a través de sus funcionarios indígenas ensalzara sus ejecutorias. Los indígenas hablaran por su parte de la deplorable situación humanitaria por la que atraviesan sus comunidades por la ausencia de planes y programas para sus pueblos, pero también sobre el tema obligado, de cómo se imaginan la paz en Colombia. Nada nuevo entonces. De mi parte voy a aprovechar esta oportunidad para adelantar una reflexión más sobre un tema tan trascendental para bienestar de los indígenas, como es el desarrollo de las economías propias de sus pueblos. Esa es mi forma de saludarlos y de agradecerles por todo lo aprendido de ellos.

En un artículo anterior (¿Descolonización o recolonización de las culturas indígenas?), decíamos que ocurría un malestar en los pueblos indígenas por las decisiones económicas que tomaban algunos liderazgos indígenas para buscar el desarrollo económico y social de sus comunidades a como diera lugar y al precio que fuera, pues los angustiaba que la sociedad mayor que los rodea se modernizaba aceleradamente, mientras sus comunidades escasamente evolucionaban, pero sí crecían sus apremios de salud, nutrición y educación y sus deteriorados territorios ya no tendrían la capacidad de garantizarles la alimentación.[1] Decíamos también que este malestar creaba situaciones políticas insostenibles, cuando los fundamentos filosóficos que orientaban sus movilizaciones, más que responder a necesidades materiales de sus pueblos, los sumergían en una nebulosa fundamentalista que satisfacía anhelos de dignidad y necesidades de valoración social, pero poco aportaban a su desarrollo real. Al final abríamos un interrogante sobre si esta situación era el resultado de una falta de realismo de los líderes indígenas. Sin embargo presentíamos, que más que ausencia de realismo, se trataba de un esencialismo cultural que resistía el paso de los tiempos, una suerte de mística colectiva que condicionaba la conducta de las comunidades y los individuos, a la cual se acudía para explicar todos sus actos, que por demás, no requerirían interpretaciones racionales.

En este texto, que puede ser visto como una ampliación de las ideas del anterior, queremos señalar cómo la estructura económica propia que les da el sustento a las comunidades indígenas se ha deteriorado de tal manera, que no garantiza una vida digna en el territorio. Son comunidades en vías de “extinción económica” (no se me ocurre otro término). Hay varios pueblos que entran dentro de esta categoría (“guahibos” de Tame, yukpas del Perijá, chimilas de las sabanas de San Ángel, etc.). Uno de ellos que es afectado sobremanera es el pueblo embera, pues además de las penurias económicas que experimentan sus comunidades, se presenta en ellas una creciente “desterritorialización”. Abrumadas por necesidades materiales, estas comunidades muestran una tendencia a abandonar sus tierras y a ocuparse en otras actividades económicas, diferentes a las denominadas tradicionales (aprovechamiento de la oferta ambiental).

Son suficientemente conocidas las razones por las cuales los recursos ambientales de los territorios indígenas han sido sobreexplotados, hasta llevarlos a su extinción (tala indiscriminada del bosque, sobreexplotación de la fauna, minería, contaminación de ríos, cultivos ilícitos, incluida la palma aceitera, ganaderización, etc.). Sobre eso ya se ha hablado bastante. Queremos entrar a enunciar otros hechos conexos que se soslayan porque tocan aspectos internos de las organizaciones indígenas y eso les fastidia a algunos dirigentes. Pero qué le vamos a hacer, hay que mencionarlos.

El punto es que mientras en los territorios indígenas haya recursos que explotar, se aplaza el colapso económico. Aunque ya algunas comunidades se encuentran “raspando la olla”, este colapso puede ser alargado artificialmente, lo que sucede cuando algunos jefes de hogar, en su desespero por sobrevivir en sus desvencijados territorios, recurren a la sobreexplotación de la mano de obra de sus allegados (en general mujeres e hijas), con consecuencias tan dolorosas como es el suicidio de niñas, o el “desarraigo” (otra forma de suicidio, pues constituye una segregación, una desmembración con sus espacios de vida).

Pero esto es el resultado y no el origen del problema. La raíz del problema es que las comunidades, sobre todo sus dirigentes y organizaciones, no han sido capaces de realizar innovaciones en la estructura económica de las comunidades, utilizando de forma eficiente cuantiosos recursos de la cooperación al desarrollo. Pues no existen en las comunidades núcleos orgánicos, comprometidos y con formación en economía, que impulsen las necesarias transformaciones económicas de sus pueblos. Estas son fallas que se enmascaran con una sobrepolitización de la problemática económica. En lo general se cae en una retórica aparentemente radical, que busca las causas de su infortunio exclusivamente en las acciones de agentes externos (colonización, sustracción violenta de los bienes ambientales y medios de vida, narcotráfico, despojo de tierras, etc.).

Esa retórica radical se apoya en la suposición de que las insurrecciones se presentan allí donde las injusticias han tocado fondo y cuando “los proletarios no tienen nada más que perder salvo sus cadenas” (Manifiesto comunista). De allí se deriva la idea de que todo intento por mitigar la opresión, es prolongar la adversidad de los oprimidos. Contrariamente a esto, son excepcionales los casos en que la miseria ha provocado la insubordinación de los oprimidos. La regla ha sido que las insurrecciones se han producido allí donde se han presentado mejoras en las condiciones de vida de los oprimidos. Y no será un indígena caucano quien diga lo contrario, a menos que haya olvidado su propia historia y desconozca que las asombrosas movilizaciones indígenas contra un régimen tan intransigente como fue el de Uribe, no hubieran sido posibles, sin una mejora substancial de sus economías en las dos décadas anteriores, que condujeron a que tomaran conciencia de la injusticia que se cometía contra ellos. No quiero con esto minimizar o aún exculpar las actuaciones dolosas de los usurpadores de ayer y de hoy, que han arruinado los territorios de indígenas y negros, no faltaba más. Pero sí busco entender, lo que no significa justificar, lo que sucede con las economías de los pueblos indígenas.

En esa búsqueda por entender, nos hemos encontrado que se repite en muchas partes una suerte de “retórica ilusionista” de líderes indígenas, que proyectan el futuro de sus comunidades con una visión idealizada y romántica de un pasado glorioso, un reino de la abundancia, un paraíso que fue destruido por la maldad de los occidentales. Por esa vía se exculpan aquellas conductas (tradicionales o no, adoptadas o impuestas, da igual) que aprisionan a los resguardos y que incentivan estos éxodos (Jaibanismo extremo, autoritarismo, exceso de politización, mal manejo y deficiente distribución de los recursos, incluyendo la tierra).

“Los resguardos (también las organizaciones indígenas de todos los niveles, diría yo), deben pensarse de nuevo, buscando democratizar las relaciones a su interior”, decía el dirigente Chamí Aquileo Yagarí,. Este pensamiento expresado, aunque no desarrollado, en la Escuela Interétnica, llevó a que otros indígenas, pero también afrocolombianos como Silvano Caicedo, hablarán aún, de una “refundación de la democracia intercultural” para garantizar la paz en los territorios interétnicos.

Si hay algo seguro en Colombia, es que las ideologías (de derecha y de izquierda) han demostrado su incapacidad para construir una sociedad más incluyente y democrática, sobre todo para generar desarrollo económico y social. Pero esa incapacidad se enmascara con excesos de política. Y esto, como nos lo enseñara Hannah Arendt, no es una “verdad de opinión”, sino una “verdad de hecho”.

Mal harían los pueblos indígenas seguir enmascarando sus fallas vía excesos de política, pues por esa vía también se destruye la democracia y se desmovilizan y dividen las organizaciones y los pueblos. Ese es un pensamiento que han prestado de occidente, del cual tienen que sacudirse si quieren frenar la nueva recolonización de las economías propias de los territorios colectivos, que se encuentra en marcha. Las instituciones políticas prestadas, es como la ropa prestada: no sirve. Porque o les queda grande y se enredan al caminar o les queda chica lo que les impide moverse libremente.

Niñas chimila de las sabanas de San Ángel (foto ONIC)

Resguardo Embera katío

Quebrada Cañaveral del Alto San Jorge, Córdoba

9 de agosto de 2013


[1] http://servindi.org/actualidad/79016

Julio 26, 2013
by jenzera
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Día Internacional de defensa del Ecosistema Manglar

El 26 de julio se conmemora aquel día de 1998 en que Hayhow Daniel Nanoto, activista ambiental originario de Micronesia, murió de un paro cardiaco durante una acción de reforestación de una zona de manglar devastada por la instalación ilegal de una langostinera. A partir de la muerte de Hayhow, esta fecha se estableció como el Día Internacional de defensa del Ecosistema Manglar.

El manglar es La zona más biodiversa y productiva de los Ecosistemas Marinos Costeros Ecuatoriales. Es un espacio de vital importancia para los pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes que habitan y conviven con el manglar, pues es una rica fuente de recursos: alimentos, medicinas y materiales para la construcción de sus viviendas.

Los bosques de manglar en Colombia cubren una superficie aproximada de 300.907 hectáreas. Los manglares están ubicados principalmente en el litoral Pacífico (233.403 Ha) y el resto en el Caribe (67.504 Ha). En los manglares colombianos del Pacífico se han identificado nueve especies de mangle, mientras que en el Caribe solo se encuentran cinco. Los manglares en Colombia se encuentran desde la desértica península de la Guajira con rangos de precipitación de 150 mm anuales, hasta los 8.000 mm en los departamentos del Valle del Cauca, Cauca y Nariño.

En la Costa Pacífica los manglares se distribuyen en una franja casi continua, desde el río Mataje en el departamento de Nariño, hasta las cercanías de Cabo Corrientes en el departamento del Chocó, donde se interrumpe para continuar con pequeñas franjas en el golfo de Tribugá, la ensenada de Utría y en Juradó, en los límites con Panamá.

En el Litoral Caribe debido a la poca penetración de la marea, los manglares se reducen a estrechas franjas inundadas a lo largo de la línea intermareal, formando parches dentro de lagunas, ciénagas, estuarios y desembocaduras de ríos y quebradas.

Las mayores extensiones de manglar se encuentran en la ciénaga Grande de Santa Marta,

el canal del Dique y los deltas de los ríos Sinú y Atrato. Pequeñas áreas se ubican en las desembocaduras de los ríos Palomino y Don Diego en el Parque Nacional Natural Tayrona en el Magdalena y en el territorio insular, en los archipiélagos del Rosario y San Bernardo en el departamento de Bolívar, además de las islas de San Andrés y Providencia.

La costa del Pacífico se divide en dos regiones diferentes: La primera está ubicada al Norte, entre Cabo Corrientes y Panamá con una extensión de aproximadamente 375 km de longitud. Esta parte está constituida por costas altas muy accidentadas, de acantilados que llegan al mar desde la serranía del Baudó y alcanzan hasta100 metros de altura a poca distancia de la costa. La segunda zona tiene inicios en el Cabo Corrientes y se prolonga hacia el Ecuador. Esta región de la costa es baja, aluvial, con planos inundables cubiertos por manglares y sólo interrumpidos por pequeños tramos de acantilados en las bahías de Málaga, Buenaventura y Tumaco.

En la costa del Pacífico la explotación del mangle se remonta al año de 1945, cuando se inició la utilización de la corteza como materia prima para la industria de taninos. La mayor explotación de taninos se dio entre 1952 y 1968, años en los que se obtuvieron en promedio 30.000 toneladas, equivalentes a un volumen maderable de 315.000 metros cúbicos/año. Esto se suspendió afortunadamente. Pero se siguió extrayendo mangle en pequeñas cantidades para las construcciones de las comunidades y para la elaboración de carbón vegetal. Sin embargo, en los diferentes encuentros y recorridos que hicieron las comunidades en el marco del trabajo de la Mesa Manglar, que orienta el Colectivo de Trabajo Jenzera, surgieron preocupaciones y denuncias por un incremento en el volumen e intensidad de extracción del mangle para vender directamente pilotes y para obras de construcción civil en los municipios costeros de Nariño.

El Pacífico costero, con sus manglares, playas, espléndidos bosques y admirables culturas, atraviesa otras realidades mucho más fuertes que impactan los manglares y las comunidades. En los últimos años pasó de ser una zona olvidada de Colombia y un remanso de paz, a ser uno de los escenarios más crudos del conflicto armado. En los últimos 10 años, la coca ha adquirido un crecimiento vertiginoso que incluye todas las fases de economía ilegal: Producción, síntesis, tráfico y lavado de activos. Esta economía ilegal ha irradiado la esfera política, contribuyendo a la desinstitucionalización de las regiones.

Más recientemente se ha incrementado de forma desastrosa la extracción de recursos del subsuelo, fundamentalmente del oro. Esta minería, además de ser ilegal, viene apropiándose de vastos territorios del Pacífico, vía concesión legal de títulos, y degradando de forma irreversible los ríos y territorios de comunidades negras e indígenas.

Los casos más visibles se presentan en los ríos Dagua, Anchicayá, Mallorquín, Cajambre, Timbiquí y muchos otros más.


Junio 10, 2013
by Marcela Velasco
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A Hannah Arendt, con amor

Efraín Jaramillo Jaramillo

¿A cuántos colombianos no se les ha desarraigado de su tierra y mutilado sus vidas? Semejante a lo que vivió y sintió Hannah Arendt; ¿cúantos colombianos no son parias como ella, en su propio país, producto de ideologías totalitarias que les han usurpado el espacio público excluyéndolos de todas las formas de relación interétnica, obstaculizando por demás toda posibilidad de construir una sociedad pluralista?

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Hannah Arendt

Mayo 21, 2013
by Marcela Velasco
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La cuestión Umbra

Luis Javier Caicedo

En discusiones sobre su identidad, los indígenas de Riosucio (Caldas) miran el legado histórico y arqueológico de sus antepasados, entre ellos los Umbra, quienes producían objetos de uso ritual hermosos y sugerentes como el que se aprecia en la foto. Pero ¿quiénes eran, o son, los Umbras? Lea aquí este documento preparado por Luis Javier Caicedo para aprender más sobre esta cultura.

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Umbra

 

Abril 8, 2013
by Marcela Velasco
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Inercia y repetitividad discursiva del proceso de cambio

Inercia y repetitividad discursiva del proceso de cambio

Arturo D. Villanueva Imaña

Sociólogo boliviano. Cochabamba
– Bolivia, abril 4 de 2013

Jenzera comparte este texto donde Arturo Villanueva critica la gestión del presidente Evo Morales a partir de una lectura que Arturo Villanueva hace de su alocución con motivo de la conmemoración de los 18 años de fundación del partido de gobierno, el Movimiento al Socialismo (MAS). Bajar texto. Cuando todo el mundo esperaba una evaluación crítica de estos 18 años del partido oficialista, con 7 años de gobierno, la alocución fue una monserga farragosa, que no decía nada sobre “lo que verdaderamente importa para alcanzar los objetivos de la descolonización… (y) la construcción del paradigma alternativo al capitalismo salvaje… el socialismo comunitario para Vivir Bien en armonía con la naturaleza que, prácticamente, han dejado de ser mencionados.” Según Villanueva, el presidente no encontraría “mejores ideas… que no sean aquellas que reafirmen su cada vez más inocultable inclinación por la inversión desarrollista, la construcción de obras de diverso tipo, la explotación de los recursos disponibles y la acumulación de ingresos y ganancias…”

Marzo 12, 2013
by Marcela Velasco
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Réquiem por Sabino Romero

Efraín Jaramillo Jaramillo

Colectivo de Trabajo Jenzera

Después de haber sido encarcelado durante 18 meses, lo que generó una gran solidaridad en Venezuela y la huelga de hambre del padre jesuita José María Korta.

Después de que trataron infructuosamente de acallarlo por denunciar a los hacendados ganaderos del Estado del Zulia, de invadir la tierra de su pueblo Yukpa.

No satisfechos de haberlo deshonrado con los calificativos de ladrón, violador y asesino y haber sido “hostigado permanentemente” por la guardia venezolana.

Disgustados por su insolencia de rechazar las ofertas para vender sus tierras a los nuevos colonizadores que explotan hidrocarburos.

No complacidos con haber desprestigiado a organizaciones que como Homo et Natura han colaborado con las luchas del pueblo yukpa, el domingo 3 de marzo de 2013, en la serranía del Perijá, en el Estado de Zulia (Venezuela), fue asesinado el cacique yukpa Sabino Romero.

El Programa Venezolano de Educación y Acción en Derechos Humanos (PROVEA) acusó al Gobierno de haber realizado una campaña de desprestigio y “constante criminalización”  contra Sabino, “debido a su movilización en defensa de los derechos del pueblo yukpa”.

En Colombia, hoy como ayer, sus amigos lo recuerdan. Paz en su tumba.

Bogotá, marzo 8 de 2013


Marzo 8, 2013
by Marcela Velasco
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Aerial sprayings in indigenous and Afro-Colombian community lands in the Lower Naya Basin

On February 11 , 13 and 25 several anti-narcotics police planes fumigated coca crops, also sprayed with strong chemicals the entire area of the lower Naya basin, including agriculture lots, forests and mangroves. The Eperara Siapidaara indigenous reservation of Joaquincito and the Afro-Colombian group of women agricultural producers from the communities of Merizalde, Santa Cruz and Joaquin Grande had established seed plots where they are trying to recover traditional seed varieties and produce rice, plantains, papachina, pineapples, cassava, and aromatic and medicinal plants. After the spraying, local indigenous and Afro-Colombian authorities evaluated the extent of the damage and estimated that 80% of their subsistence crops were sprayed. They verified spraying over the mangroves, where they breed and grow hundreds of species of fish and shellfish. This is a basic attack on communities whose livelihoods depend on the mangrove ecosystem.

These fumigations endanger the lives of our families who live in the mangrove and from the mangrove, threatening our food sovereignty, and possibly triggering the mass displacement of our people from our land. We, the indigenous and Afro-Colombian authorities from Merizalde, Santa Cruz and Joaquin Grande condemn this serious damage to our crops, sources of drinking water and the health of our people, as evidenced in the community of Santa Cruz where two farmers were sprayed and have wounds on their bodies.

This is the second time in two years that our community’s food is destroyed (see press release). On March 16, 2010, the women’s plots which are situated close to our Casa Grande, our religious and ceremonial center in the Siapidaara village were sprayes. Also at that time, the plots of our Afro-Colombian sisters from Santa Cruz were fumigated. We have been working together as Eperara and Afro women in an agro-ecological production experience, to find alternatives to illicit crops that are invading the Pacific rivers, crops that destroy community economies and sustainable forms of using the environment.

These damages have been committed against our indigenous and black communities, even though we have always advocated that the eradication of coca crops be done manually.

We call on neighboring communities, the Pacific Coast Community Councils, social organizations, academia, friends, and advocates of nature, and civil society in general to denounce these detrimental acts against nature and the food sources of black and indigenous communities. We call on the Regional Autonomous Corporation of Valle del Cauca (CVC) and the Ministry of the Environment to publicly explain the environmental and social implications of fumigating mangroves and creeks where water is taken for human consumption and to demand the immediate suspension of these actions.

Buenaventura, March 3, 2013

Grupo de mujeres productoras de alimentos de las comunidades de Santa Cruz,

Joaquín Grande y Puerto Merizalde.

Asociación de Cabildos Indígenas del Valle, región pacífico, ACIVA – rp

Proceso de Comunidades Negras, PCN

Colectivo de Trabajo Jenzera