Comunidad yukpa de la serranía del Perijá (foto ONIC)
Efraín Jaramillo Jaramillo
El 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo. En este día en Colombia se hablará mucho de sus derechos y sobre los problemas que tienen con grupos armados en sus territorios; naturalmente, el gobierno a través de sus funcionarios indígenas ensalzara sus ejecutorias. Los indígenas hablaran por su parte de la deplorable situación humanitaria por la que atraviesan sus comunidades por la ausencia de planes y programas para sus pueblos, pero también sobre el tema obligado, de cómo se imaginan la paz en Colombia. Nada nuevo entonces. De mi parte voy a aprovechar esta oportunidad para adelantar una reflexión más sobre un tema tan trascendental para bienestar de los indígenas, como es el desarrollo de las economías propias de sus pueblos. Esa es mi forma de saludarlos y de agradecerles por todo lo aprendido de ellos.
En un artículo anterior (¿Descolonización o recolonización de las culturas indígenas?), decíamos que ocurría un malestar en los pueblos indígenas por las decisiones económicas que tomaban algunos liderazgos indígenas para buscar el desarrollo económico y social de sus comunidades a como diera lugar y al precio que fuera, pues los angustiaba que la sociedad mayor que los rodea se modernizaba aceleradamente, mientras sus comunidades escasamente evolucionaban, pero sí crecían sus apremios de salud, nutrición y educación y sus deteriorados territorios ya no tendrían la capacidad de garantizarles la alimentación.[1] Decíamos también que este malestar creaba situaciones políticas insostenibles, cuando los fundamentos filosóficos que orientaban sus movilizaciones, más que responder a necesidades materiales de sus pueblos, los sumergían en una nebulosa fundamentalista que satisfacía anhelos de dignidad y necesidades de valoración social, pero poco aportaban a su desarrollo real. Al final abríamos un interrogante sobre si esta situación era el resultado de una falta de realismo de los líderes indígenas. Sin embargo presentíamos, que más que ausencia de realismo, se trataba de un esencialismo cultural que resistía el paso de los tiempos, una suerte de mística colectiva que condicionaba la conducta de las comunidades y los individuos, a la cual se acudía para explicar todos sus actos, que por demás, no requerirían interpretaciones racionales.
En este texto, que puede ser visto como una ampliación de las ideas del anterior, queremos señalar cómo la estructura económica propia que les da el sustento a las comunidades indígenas se ha deteriorado de tal manera, que no garantiza una vida digna en el territorio. Son comunidades en vías de “extinción económica” (no se me ocurre otro término). Hay varios pueblos que entran dentro de esta categoría (“guahibos” de Tame, yukpas del Perijá, chimilas de las sabanas de San Ángel, etc.). Uno de ellos que es afectado sobremanera es el pueblo embera, pues además de las penurias económicas que experimentan sus comunidades, se presenta en ellas una creciente “desterritorialización”. Abrumadas por necesidades materiales, estas comunidades muestran una tendencia a abandonar sus tierras y a ocuparse en otras actividades económicas, diferentes a las denominadas tradicionales (aprovechamiento de la oferta ambiental).
Son suficientemente conocidas las razones por las cuales los recursos ambientales de los territorios indígenas han sido sobreexplotados, hasta llevarlos a su extinción (tala indiscriminada del bosque, sobreexplotación de la fauna, minería, contaminación de ríos, cultivos ilícitos, incluida la palma aceitera, ganaderización, etc.). Sobre eso ya se ha hablado bastante. Queremos entrar a enunciar otros hechos conexos que se soslayan porque tocan aspectos internos de las organizaciones indígenas y eso les fastidia a algunos dirigentes. Pero qué le vamos a hacer, hay que mencionarlos.
El punto es que mientras en los territorios indígenas haya recursos que explotar, se aplaza el colapso económico. Aunque ya algunas comunidades se encuentran “raspando la olla”, este colapso puede ser alargado artificialmente, lo que sucede cuando algunos jefes de hogar, en su desespero por sobrevivir en sus desvencijados territorios, recurren a la sobreexplotación de la mano de obra de sus allegados (en general mujeres e hijas), con consecuencias tan dolorosas como es el suicidio de niñas, o el “desarraigo” (otra forma de suicidio, pues constituye una segregación, una desmembración con sus espacios de vida).
Pero esto es el resultado y no el origen del problema. La raíz del problema es que las comunidades, sobre todo sus dirigentes y organizaciones, no han sido capaces de realizar innovaciones en la estructura económica de las comunidades, utilizando de forma eficiente cuantiosos recursos de la cooperación al desarrollo. Pues no existen en las comunidades núcleos orgánicos, comprometidos y con formación en economía, que impulsen las necesarias transformaciones económicas de sus pueblos. Estas son fallas que se enmascaran con una sobrepolitización de la problemática económica. En lo general se cae en una retórica aparentemente radical, que busca las causas de su infortunio exclusivamente en las acciones de agentes externos (colonización, sustracción violenta de los bienes ambientales y medios de vida, narcotráfico, despojo de tierras, etc.).
Esa retórica radical se apoya en la suposición de que las insurrecciones se presentan allí donde las injusticias han tocado fondo y cuando “los proletarios no tienen nada más que perder salvo sus cadenas” (Manifiesto comunista). De allí se deriva la idea de que todo intento por mitigar la opresión, es prolongar la adversidad de los oprimidos. Contrariamente a esto, son excepcionales los casos en que la miseria ha provocado la insubordinación de los oprimidos. La regla ha sido que las insurrecciones se han producido allí donde se han presentado mejoras en las condiciones de vida de los oprimidos. Y no será un indígena caucano quien diga lo contrario, a menos que haya olvidado su propia historia y desconozca que las asombrosas movilizaciones indígenas contra un régimen tan intransigente como fue el de Uribe, no hubieran sido posibles, sin una mejora substancial de sus economías en las dos décadas anteriores, que condujeron a que tomaran conciencia de la injusticia que se cometía contra ellos. No quiero con esto minimizar o aún exculpar las actuaciones dolosas de los usurpadores de ayer y de hoy, que han arruinado los territorios de indígenas y negros, no faltaba más. Pero sí busco entender, lo que no significa justificar, lo que sucede con las economías de los pueblos indígenas.
En esa búsqueda por entender, nos hemos encontrado que se repite en muchas partes una suerte de “retórica ilusionista” de líderes indígenas, que proyectan el futuro de sus comunidades con una visión idealizada y romántica de un pasado glorioso, un reino de la abundancia, un paraíso que fue destruido por la maldad de los occidentales. Por esa vía se exculpan aquellas conductas (tradicionales o no, adoptadas o impuestas, da igual) que aprisionan a los resguardos y que incentivan estos éxodos (Jaibanismo extremo, autoritarismo, exceso de politización, mal manejo y deficiente distribución de los recursos, incluyendo la tierra).
“Los resguardos (también las organizaciones indígenas de todos los niveles, diría yo), deben pensarse de nuevo, buscando democratizar las relaciones a su interior”, decía el dirigente Chamí Aquileo Yagarí,. Este pensamiento expresado, aunque no desarrollado, en la Escuela Interétnica, llevó a que otros indígenas, pero también afrocolombianos como Silvano Caicedo, hablarán aún, de una “refundación de la democracia intercultural” para garantizar la paz en los territorios interétnicos.
Si hay algo seguro en Colombia, es que las ideologías (de derecha y de izquierda) han demostrado su incapacidad para construir una sociedad más incluyente y democrática, sobre todo para generar desarrollo económico y social. Pero esa incapacidad se enmascara con excesos de política. Y esto, como nos lo enseñara Hannah Arendt, no es una “verdad de opinión”, sino una “verdad de hecho”.
Mal harían los pueblos indígenas seguir enmascarando sus fallas vía excesos de política, pues por esa vía también se destruye la democracia y se desmovilizan y dividen las organizaciones y los pueblos. Ese es un pensamiento que han prestado de occidente, del cual tienen que sacudirse si quieren frenar la nueva recolonización de las economías propias de los territorios colectivos, que se encuentra en marcha. Las instituciones políticas prestadas, es como la ropa prestada: no sirve. Porque o les queda grande y se enredan al caminar o les queda chica lo que les impide moverse libremente.
Niñas chimila de las sabanas de San Ángel (foto ONIC)
Resguardo Embera katío
Quebrada Cañaveral del Alto San Jorge, Córdoba
9 de agosto de 2013
[1] http://servindi.org/actualidad/79016