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Al CRIC en sus 40 años de lucha
Efraín Jaramillo Jaramillo
Colectivo de Trabajo Jenzera
Queridos amigos y compañeros,
Esta es una cita con la historia. Una cita con la memoria, para recordar con aflicción a los que ya no están aquí con nosotros. Ese es el precio que tenemos que pagar por estar vivos. Hablar en presente para referirnos a ellos es no solo disminuir la tristeza por su ausencia, es también dar a entender que están aquí presentes, acompañando y avivando espiritualmente estas luchas libertarias. Recordémoslos para impedir que sus imágenes se desvanezcan de la memoria.
Esta celebración es la ocasión más propicia para volver a contemplar y abarcar con la mirada todo lo que fuimos acumulando con la lucha en estos cuarenta años de vida del CRIC, la organización indígena más importante del país y quizás de América.
Quiero hoy recordar a todos estos protagonistas de las luchas indígenas que con su palabra, su ejemplo y su obra colaboraron para que el espíritu de rebeldía, que todavía se percibe en este espacio, sea indestructible.
Empecemos recordando al más grande entre los grandes. A Juan Tama, el hijo de la estrella que señaló el primer camino y le legó a los Paeces lo fundamental de las leyes de origen. De él aprendieron los indígenas a andar el camino de la unidad. De él heredaron la enseñanza de que si permanecían unidos, serían invencibles.
Traigo también a la memoria a la cacica Gaitana, que puso en práctica la unidad para derrotar a las huestes españolas, entre ellos al tenebroso conquistador Pedro de Añasco, que pagó con su vida la insolencia de haber matado a su hijo.
En Manuel Quintín Lame, recordamos al hombre rebelde que jamás se doblegó ante la injusticia de los poderosos y que descubrió en estas montañas y páramos la sabiduría y la fuerza para defender los resguardos. De Quintín Lame el C.R.I.C. heredó su inquebrantable lucha por la tierra y la importancia de utilizar las leyes para apuntalar sus luchas. Pero también la capacidad de movilización, las famosas quintinadas, que hicieron temblar a los terratenientes y gamonales de Tierradentro.
Recordamos también a todos aquellos colombianos que sin ser indígenas entendieron la justeza de estas luchas y dieron sus vidas por esta organización indígena. Estamos hablando del líder agrario Gustavo Mejía, del Padre Pedro León Rodríguez, de Luis Ángel Monroy (“Moncho”), Jaime Bronstein, Oscar Elías López y un largo etcétera. De ellos aprendimos que las luchas indígenas hacían parte de las luchas de todos los oprimidos y excluidos de Colombia.
Del Yanacona Gregorio Palechor aprendimos las artes de la oratoria y el poder que tienen las leyes, si tenemos claro cuándo y sobre todo, cómo utilizarlas. A él le debemos haber desarrollado el programa jurídico del CRIC, un pilar fundamental de las luchas indígenas por la tierra.
De la mano de Álvaro Ulcué Chocué el querido Nasa Pal, reforzaron los paeces su espiritualidad. De él aprendimos que hay un Dios de los pobres.
De la mano del inefable maestro de escuela Roberto Chepe, aprendieron los niños indígenas de la Laguna-Siberia a conocer y a amar la tierra, sus plantas y sus huertos.
En el coconuco Anatolio Quirá tenemos el mejor ejemplo de lo que es ser un líder orgánico.
Quisiera recordar las admirables contiendas de todos aquellos indígenas que abonaron con su sangre las luchas del C.R.I.C., y que nos enseñaron que la dignidad de los pueblos no tiene precio. Estamos hablando de Benjamín Dindicué, Avelino Ul, Justiniano Lame, Marcos Niquinás (“Alberto”), Genaro Sánchez, Rosa Elena Toconás, Mario Sánchez, Genaro Yonda, Cristóbal Sécue, Marden Betancur, Rodolfo Maya Aricape y una larga lista más de indígenas, cuyos nombres están gravados en la memoria de los pueblos indígenas del Cauca. Guiados por la memoria de estos hombres y mujeres ejemplares los pueblos indígenas del Cauca han persistido en sus luchas, desarrollado su resistencia y construido una solida organización, para continuar decidiendo autónomamente el futuro de sus comunidades.
Este recuerdo sería incompleto si no ponemos en la balanza de la historia las luchas y sueños de todos aquellos líderes indígenas y no indígenas, aquí presentes en este 40 aniversario, que empezaron la lucha y nos siguen acompañando con su firmeza y entrega desinteresada. Se trata de Álvaro Tombé, Guillermo Tenorio, Trino Morales, Juan Cometa, Rogelio Mestizo, Ángel María Yoinó, Miguel Sécue, Gregorio Aguilar, Daniel Cotocué, Arcenio Hío, Javier Calambás, Pablo Tattay, Graciela Bolaños, Edgar Londoño y, afortunadamente, un largo etcétera. Sin olvidar a los cientos de líderes y colaboradores que han trabajado en los programas sociales de la organización, buscando un mejoramiento de las condiciones de vida para los indígenas. A manera de ejemplo mencionamos a Jesús Avirama, Aida Quilcué, Alfonso Peña Chepe, José Domingo Caldón, Jorge Caballero, Eliseo Ípia, Inocencio Ramos, Henry Caballero, Alejandro Ávila, Marcos Yule, Alcibiades Escué, Rosalba Ípia, Luz Mery Niquinás, Alicia Chocué, Avelina Pancho, y bueno, un “ejército sin fin”, como dice el himno del CRIC, de luchadores y defensores de los derechos indígenas.
Quiero mencionar, aquí de últimos, pero no por eso los menos importantes, a todos aquellos guardias indígenas, muchos de ellos anónimos, que han levantado con sus bastones muros inquebrantables a todos los grupos políticos, civiles o armados, que han querido arrebatarle al CRIC la conducción política de su movimiento. Mención de honor a estos heroicos defensores de las comunidades, del territorio y la autonomía de sus organizaciones, herederos desarmados del Comando Manuel Quintín Lame, sin el cual la lista de mártires de las luchas del Cauca hubiera sido más larga.
De todos estos hombres y mujeres ejemplare aprendimos a erradicar de nuestras vidas el egoísmo, la insolidaridad, la mezquindad y el individualismo y a ratificar día a día el compromiso y voluntad de lucha y resistencia de las comunidades.
Hoy todas estas luchas, sueños, ideales y herencias espirituales han dado sus frutos. Los indígenas pueden darse por satisfechos y pueden decirle al pueblo colombiano que han cumplido con la misión que le dieron sus mayores, pues sus luchas han sido el puntal de las conquistas económicas y políticas en el Departamento del Cauca, ampliando los espacios de participación política para indígenas y afrocolombianos en el país y convirtiendo a su organización el CRIC en un emblema de las luchas populares en Colombia. Estas luchas tienen el mérito de haber derrotado a una clase retardataria, cuyo poder se basaba en el control de la tierra, excluyendo de ella a miles de indígenas, campesinos y negros. No es una exageración decir que este camino abierto por el CRIC abrió la trocha para el desarrollo económico, modernización política y progreso social del Cauca.
En hora buena un puñado de terrajeros indígenas del Credo en Toribío, de San Fernando y el Gran Chimán en Guambía y de Loma Gorda en Jambaló, los más pobres y desposeídos, los más humillados y ofendidos, decidieron hace 40 años impugnar el poder de los gamonales para recuperar las tierras de sus resguardos. Nos lo decía el corazón: estábamos viviendo una hora americana, de esas insurrectas que le han dado giros radicales a la historia. Hoy sus hijos y nietos tienen la obligación de mantener vivo este legado, no entregar jamás las conquistas logradas, no dejarse doblegar ante la fuerza y continuar el camino abierto por ellos.
Por mi parte quiero darles mis agradecimientos por haber permitido estar al lado de ustedes en esos momentos cruciales de estas luchas y por todo lo que aprendí de ellas.
Para terminar pido para todos ellos, los aquí presentes y los que ya no están con nosotros, un vehemente aplauso,
Resguardo La María, Febrero 24 de 2011
Noviembre 2, 2010
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Carta a un candoroso chavista Con motivo de la huelga de hambre de José María Korta
José Roberto Duque comentando la huelga de hambre de un sacerdote a favor de los derechos de los pueblos indígenas de Venezuela comentaba que “Este episodio será aprovechado por la derecha para echarle mierda a un Gobierno aliado como el de Chávez“[1]. Apreciado amigo Roberto, un refrán popular reza que “palabra y piedra suelta no tienen vuelta”. En otras palabras, “la cagaste”, como decimos en Colombia, cuando recriminas a José María Korta, un octogenario misionero jesuita, que solo le quedan su dignidad y sus magras carnes, para ofrendarlas a sus queridos hermanos indígenas yukpas y barí, en defensa de sus territorios y recursos, asaltados por ambiciosos terratenientes ganaderos del Zulia y rapaces compañías mineras. La preocupación por la salud de Ajishama (‘garza blanca’ en lengua makiritare) que sólo pide con su huelga de hambre (“no basta con rezar” cantaba Alí Primera), que se demarquen las tierras de los pueblos indígenas de Venezuela, pasa a un segundo plano, cuando tu perturbación es que este, llamado por ti episodio, sea aprovechado por la derecha. Seguro que la derecha lo aprovechará, ni bobos que fueran. Pero también lo van a aprovechar los que luchan por más espacios democráticos.
Quizás no has intuido lo provechosa que ha sido esa frase (“nadie sabe para quién trabaja”, perdón, para quien escribe), pues con ella has desatado una verdadera controversia, alentando un movimiento en defensa de los derechos indígenas, que aunque tímido, se mueve, convirtiéndose en una piedra en el zapato para el gobierno de Chávez. Enhorabuena, pues no es justo que un líder como Sabino Romero y otros presos yukpas como Olegario y Alexander, se encuentren injustamente encarcelados, como lo han expresado reconocidos juristas. Venezolanos, no colombianos.
Creo que te has pasado de buenazo y piensas que Chávez es un aliado. Lo que yo estoy casi que seguro es que no lo es de los indígenas. ¿Por qué? Pues porque para Chávez los indígenas son iguales en derechos a todos los venezolanos. Consecuentemente con este precepto que él considera revolucionario, se precia de rescatar a los indígenas de su condición de marginamiento, elevándolos por ley a la categoría de ciudadanos. Alguien mencionó, en este contexto, la publicitada entrega de 140 cédulas de ciudadanía venezolana a indígenas Wayúu en el Estado Carabobo. “…no me vengan a decir pues, que el gobierno no está haciendo nada por estos hermanos indígenas de la República Bolivariana de Venezuela…”, declaró en un programa radial de Aló Presidente. Tendrán pues el derecho, como decía irónicamente uno de los comentarios a “inscribirse en el censo nacional electoral y formar consejos comunales socialistas“. A Chávez y a sus asesores no les ha pasado por la cabeza, que para ser elevarlos a la categoría de verdaderos ciudadanos, los indígenas requieren algo más que cédulas de ciudadanía. En esto el comandante no ha leído a su mentor Bolívar, o si lo leyó….. A esto me voy a referir enseguida citando textualmente un ensayo anterior sobre la interculturalidad[2].
“Según Bolívar la condición de ciudadano solo la adquirían los hombres en libertad. Esta idea la tomó de Rousseau, quien argumentaba que dentro de la esclavitud, los esclavos pierden todas sus facultades y llegaban incluso a amar la esclavitud. “El alma de un siervo, dice Bolívar al referirse al Perú, rara vez alcanza a apreciar la sana libertad, se enfurece en los tumultos o se humilla en las cadenas” (Carta de Jamaica, 1815).
Su ya célebre frase para definir los estamentos de la sociedad, que recién se independizaba del poder colonial, es de un significado proverbial. Decía Bolívar sobre los criollos (hijos de españoles nacidos en América) que, “no somos indios ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país y los usurpadores españoles”. (Carta de Jamaica 1815).
Cuando Bolívar define a los españoles como “usurpadores” y a los indígenas como “legítimos propietarios”, implícitamente está delineando la tarea que le corresponde a los criollos que están en medio: quitarles la tierra a los usurpadores y devolvérsela a sus legítimos propietarios. Era la única vía para convertir a los indios en ciudadanos. Aquí Bolívar está enunciando en su propia historia, como criollo que era, la causa de los aborígenes. Este planteamiento de Bolívar nos remite al problema central, aún no resuelto, sobre la formación de nuestra nacionalidad: que para hacerla realidad la población indígena y negra debía adquirir la ciudadanía, la verdadera, no la del papel para ejercer derechos civiles.
Si los criollos, una vez culminadas con éxito las guerras de la independencia, no restablecían estos derechos, significaba simple y llanamente que se había cambiado de amos y señores, pero persistía el derecho de conquista, impuesto por los españoles.
La apropiación que había hecho Bolívar de la causa de los negros y de los pueblos originarios, no hizo escuela en América, pues eran más fuertes los poderes de la clase criolla emergente, que se beneficiaba de las tierras y bienes arrebatados a los españoles. Repudiado por los criollos, habiendo sobrevivido a dos atentados, Bolívar marchó al exilio. Murió en Santa Marta. Otro prócer americano de la independencia, José Gervasio Artigas, corrió igual suerte y buscó refugió en Paraguay, “acompañado sólo por su guardia personal de 250 lanceros, hombres y mujeres, todos negros y entre ellos Ansina, compañero de Artigas, hasta la muerte”[3]. No le perdonaron los criollos a Artigas que a su paso victorioso, fuera liberando esclavos. Los Camba Cua —cabecitas negras en guaraní— son hoy sus descendientes. Un dirigente afrocolombiano nos recuerda que en una de las acciones para repeler “los muchos intentos por terminar de despojarlos de las últimas tierras que les quedan, de las que les fueron asignadas en el siglo XIX, colocaron sus banderas de barras horizontales azules y blancas sobre sus casas, entonaron el himno de la República Oriental del Uruguay y se negaron a ser tratados, en esta tierra a la que llegaron por leales, distinto a lo que eran: invitados de honor”[4].
Para terminar José Roberto, me parece que los comentarios que se han hecho sobre esta polémica desatada por las palabras y la acción de Ajishama, son hechos por gente decente, que con espíritu liberal, exigen que se respeten los derechos de los pueblos indígenas. Están demás entonces las palabras de “maldito cobarde” para increpar a uno de los que critican tu frase.
Admiro de nuestros amigos venezolanos la forma solidaria en que han rodeado a Ajishama y lo acompañan en su lucha por los derechos de los pueblos indígenas.
A Ajishama le deseo muchos años más de vida y de lucha. Reciba un abrazo de un amigo que lo conoció por allá en los años 90 en esos andurriales de la Orinoquia que trajinan los pueblos indígenas. Usted quizás no se acuerda. No importa. Lo que verdaderamente interesa es que aquí en Colombia hay mucha gente que lo admira y valora su talante decidido. Me cautiva, cosa que echo mucho de menos en Colombia, la pasión que ha despertado su gesto fraterno y noble como arriesga su vida por los pueblos más excluidos y vapuleados de la sociedad venezolana.
A usted José Roberto le envío un saludo cordial, ofreciéndole disculpas por haber utilizado de pretexto para estas notas, una desafortunada frase suya.
Bogotá, octubre 22 de 2010
[1] Comentario de José Roberto Duque a “Razones de mi huelga de hambre” de José María Korta. El pueblo soberano.net. octubre 22 de 2010.
http://www.elpueblosoberano.net/2010/10/razones-de-mi-huelga-de-hambre/
[2] Jaramillo, Efraín: “La pluralidad étnica y la Nación colombiana”. Servindi, Lima, 4/08/2008.
http://www.servindi.org/actualidad/3756
[3] Rosero, Carlos: “Alcances, limitaciones y posibilidades de la resistencia civil”, en Revista ASUNTOS INDÍGENAS 4/03 de IWGIA.
[4] Ibidem
Octubre 18, 2010
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Asesinado Rodolfo Maya Aricape, secretario general del cabildo indígena de López Adentro
El pasado14 de octubre de 2010, a las 4:30 PM en su casa de habitación en El Guabito y en presencia de su esposa Rosaura Conda Ílamo y su hija Shirly Xiomara de 5 años, fue asesinado Rodolfo. Recibió varios disparos que le propinaron dos hombres desconocidos que se movilizaban en una motocicleta. Tenía 36 años de edad.
Un perseverante comunicador social
Desde temprana edad Rodolfo se destacó en su comunidad por sus facultades de liderazgo. Su campo de trabajo predilecto era el de la comunicación y como tal fue un destacado integrante del Tejido de comunicación de la ACIN.
Hoy recordamos con agradecimiento los aportes que hizo a la Escuela Interétnica para la Resolución de Conflictos, participando en dos de sus módulos y realizando un video, que pronto daremos a conocer.
Remembranzas, tristeza y dolor
Los señores de la guerra nos arrebatan al amigo que nos honró con su amistad y nos brindó, con su comunidad El Guabito, una generosa hospitalidad en las varias ocasiones en que la Escuela Interétnica celebró allí sus encuentros.
Negros y wounaan del Bajo San Juan, indígenas eperara siapidaara, nasa, negros y campesinos del Naya, chamíes de Antioquia y sus amigos de Jenzera, estamos orgullosos de haberlo conocido, recibido sus enseñanzas y compartido las reflexiones que hicieron los dirigentes de la comunidad, a la cabeza de ellos Julio Conda, sobre las luchas por la tierra, llevadas a cabo 20 años atrás. Unas luchas que desataron la ira de los entonces todopoderosos terratenientes, que ocasionó la masacre de El Nilo el 16 de diciembre de 1991, cuando fueron salvajemente asesinados 21 hombres y mujeres de su comunidad El Guabito.
A nuestra amiga Rosaura y a su hija Shirly Xiomara, a Jorge Conda, compañero de andanzas por el Naya, a Miguel, el maestro, en fin a todos nuestros amigos del Guabito les enviamos un abrazo solidario. Hoy manifestamos nuestra indignación y dolor, recordando el sentido de la frase que una vez, inspirados en Neruda, colocamos en el barranco donde cayó asesinado el nasa pal Álvaro Ulcué en 1984:
Hemos de volver al Guabito,
como si allí estuvieras hermano.
Ten presente que nuestra lucha
continuará con más fuerza
aquí en la tierra.
Bogotá, octubre 15 de 2010