¿Es el partido verde una opción política para los pueblos indígenas?

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Efraín Jaramillo Jaramillo, Colectivo de Trabajo Jenzera

El genocidio de la conquista, las epidemias, la aculturación forzada y la espiritualidad reprimida por la manipulación misionera, condujeron en lapsos de tiempo relativamente cortos, a que se desplomaran las sociedades indígenas. Estos colapsos fueron tan desastrosos que impidieron a estos pueblos reponerse y repensarse durante toda la era colonial.  Cinco siglos después, tenemos una larga lista de pueblos indígenas desaparecidos en América.  

Salvo algunos grupos que permanecieron por razones geográficas en un absoluto aislamiento hasta comienzos del siglo veinte (algunas regiones del Amazonas), los pueblos sobrevivientes sufrieron la política de tierra arrasada de los imperios coloniales, perdiendo bienes y territorios. Ante todo su libertad. Algo similar sucedió  a los pueblos afrocolombianos, que fueron arrancados de sus territorios en África. Todos, indios y negros fueron confinados en minas y haciendas para sostener con su mano de obra esclava los imperios coloniales que los subyugaron y forjar la acumulación básica del naciente capitalismo. No se ha reconocido, fuera de algunos discursos de plaza pública, el verdadero aporte que han hecho estos pueblos a Colombia, a su independencia y a la construcción de la nacionalidad.

Como resultado de esta historia de violencia, opresión y humillación, hoy perduran muchos pueblos, comunidades y familias indígenas y negras viviendo en la miseria, sin tierras suficientes y fértiles, algunos por fuera de sus territorios, la mayoría de ellos subsistiendo en condiciones indignas y con identidades ‘reprimidas’. Indudablemente una situación que avergüenza a todos los colombianos.

Las biografías políticas de Antanas Mockus y Sergio Fajardo están, desde sus orígenes, vinculadas a los pueblos indígenas. Para las dos alcaldías más importantes que ha tenido el país, la de Mockus en Bogotá y la de Fajardo en Medellín, fue la Alianza Social Indígena la que colocó el aval, cuando ningún partido político daba un peso por estas candidaturas. Cuando se inicia este recorrido por conquistar un espacio de gobierno alternativo en las dos más importantes ciudades de Colombia, Mockus y Fajardo contaron con la confianza y el apoyo de los pueblos indígenas. Esa amistad ha persistido, a pesar de los altibajos característicos del fragor político. Y consideramos que debe seguir perdurando, madurando y ampliándose, más allá de los compromisos históricos que unen a Antanas y a Sergio con los indígenas, buscando una alianza más orgánica, donde los intereses de los indígenas se sientan representados en el partido verde. Pero esto, como toda construcción política, es un proceso que se forja en el diario trajinar.

También a los pueblos indígenas y afrocolombianos los une con Antanas y Sergio el ideario de que el futuro de Colombia es impensable sin ellos.  Ante todo no conciben una Colombia donde estos dos pueblos sigan siendo subyugados y no puedan ejercer el derecho de gobernarse autónomamente y decidir sobre los destinos de sus regiones, que fue el espíritu de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, que también por primera vez en la historia republicana, sentó las bases para superar la negación de estas áreas de civilización y cultura, básicas para construir en Colombia una nueva institucionalidad humanista que reconozca el valor y el aporte de todos los grupos socio-culturales en la construcción de la Nación. De no poder estos pueblos ejercer estos derechos, seguiríamos encubriendo y reprimiendo sus identidades, manteniendo abiertas las puertas a toda clase de ignominias, aplazando la posibilidad de construir un país moderno, realmente pluricultural y tolerante. Peor aún, bloqueando la perspectiva de transformar lo que ha sido violencia y opresión en un nuevo encuentro fértil. Más que encuentro, un reencuentro del país mestizo con esa extraordinaria riqueza de proposiciones espirituales, ideológicas y políticas, que han manifestado los pueblos indígenas y afrocolombianos en estos últimos años.

Abogamos entonces, porque este año 2010 sea el año del cambio para todos los colombianos. Sea el año de ruptura. Sea el año en que demos unos pasos firmes en la búsqueda de una combinación acertada, tolerante e igualitaria de las diferentes experiencias políticas y vías históricas de los diferentes pueblos y grupos sociales que conforman la Nación colombiana, incluida la mestiza y blanca, como punto de partida en la producción de nuevas condiciones para el desarrollo social, económico y político que garanticen la convivencia. Los logros alcanzados en la Constituyente por el movimiento indígena y la emergencia del movimiento negro, hacen hoy día imposible seguir pensando e identificando a la Nación colombiana sólo con la tradición espiritual de occidente, por grande y fértil que ésta sea.

No obstante, las masacres a indígenas y afrocolombianos para apoderarse de sus territorios y sus riquezas, han abierto grandes heridas en estos pueblos y pone en evidencia la incapacidad de aquellos intereses económicos egoístas, intolerantes e intransigentes, que tienen el poder en Colombia,  para entender un propósito civilizatorio nuevo, diferente a los anteriores, basado en la coexistencia y no en la eliminación de las diferencias culturales. Un proceso civilizatorio amplio y cargado de humanismo que evite la homogenización y empobrecimiento de la diversidad social, política y cultural. 

Estamos convencidos de que Antanas y Sergio van a iniciar este proceso civilizatorio. Es una nueva oportunidad que tiene Colombia. De no iniciarse este proceso, estaríamos persistiendo en la actitud ramplona y suicida que ya ha tomado rumbos irreversibles, si vemos la multitud de expresiones culturales que han desaparecido para siempre.

Pero los intereses económicos, que han gobernado a Colombia, últimamente ligados a poderes mafiosos no conocen, ni aceptan un mundo diverso y múltiple. Y van tratar de impedir que se haga realidad ese otro mundo posible de la multiculturalidad y del desarrollo con inclusión social y respeto a todas las formas de vida. Por el contrario persistirán en su insensato y suicida modelo de desarrollo basado en la explotación de recursos ambientales y mineros, arremetiendo contra todos los pueblos que no se imaginan un futuro sin bosques llenos de animales y ríos limpios.

La Asamblea Nacional Constituyente de 1991, atípica en su conformación, como hoy día sabemos, estuvo en gran parte dispuesta a renovar los instrumentos legales en favor de los grupos étnicos. Estos logros son legales, y en país donde campea la ilegalidad, son formales, están lejos de realizarse y vienen siendo sistemáticamente abolidos por las políticas neoliberales de las administraciones posteriores. Dependerá de la capacidad política del movimiento indígena y del afrocolombiano y su fuerza ideológica, para que estos logros constitucionales, que tanto esfuerzo costaron,  se traduzcan en beneficios para sus pueblos. Ante todo para evitar que estos derechos  sean derogados, como es la tendencia del momento.  

La Alianza Social Indígena recoge la experiencia de lucha y perfil ideológico más destacado del movimiento indígena, que ha colocado como divisas de sus luchas lo más valioso de sus comunidades: el estilo de vida comunitario, el apego a la tierra, el respeto a la naturaleza, la reciprocidad, modestia y sobriedad en el manejo de las relaciones de producción y consumo. Estos son valores que son apreciados y son motivo de orgullo para todos los colombianos. Tienen los indígenas un ascendiente ético para mostrarle el camino a Antanas y Sergio y pedirles desde ya que se comprometan con la defensa de los territorios colectivos de los pueblos étnico-territoriales. ¿Sería mucho pedirles que adhirieran a la declaración de los pueblos indígenas y afrocolombianos del Pacífico rechazando la destrucción de sus ríos y manglares? No nos aceleremos. De todas formas creemos que en la coyuntura política actual, el partido verde es la mejor tribuna que tienen los indígenas y los negros para exponerle al país el tipo de sociedad que quieren construir.

Es la hora de que entremos a la ofensiva para avanzar, por lo menos para superar el gobierno que ha posibilitado que indígenas, afrocolombianos y campesinos sean desarraigados de sus territorios. Para recuperar la legalidad, para recuperarle el Estado a las pandillas que hoy gobiernan en todas las regiones del país. Para construir el país que todos los colombianos queremos, incluyente en lo económico y político, pero también en lo social y cultural.

Los indígenas han estado actuando en el plano de la resistencia y de la defensa de sus territorios. Pero es la hora de actuar también para cambiar al país y las formas clientelistas de hacer política. Esta es  una dimensión política e ideológica de mayor envergadura, pues abre la perspectiva de realizar en la práctica y unidos, una opción de desarrollo regional y nacional que reconozca la participación activa de los grupos étnicos, con sus experiencias, sus conocimientos, sus soluciones, sus organizaciones y sus aspiraciones, dentro de una política general que establezca y garantice un margen de autonomía en la gestión de sus intereses. Esa es una opción política que podemos y queremos ayudar a construir en el partido verde, pues nos negamos a pensar que los indígenas tengan que volver a levantarse para defender sus territorios, dicho en palabras del Jefe Seattle, advirtiendo contra la inutilidad de más violencia:

“Cuando nuestros jóvenes se enojan

 por alguna mala acción

y desfiguran sus rostros con pintura,

sus corazones también se desfiguran.

Entonces su crueldad es incansable

y no conoce límites. Y nuestros ancianos

no pueden detenerlos.

Pero tengamos la esperanza

de que las hostilidades entre el hombre rojo

 y sus hermanos blancos no regresen jamás.

Tenemos todo para perder y nada para ganar….

Después de todo, podemos ser hermanos”

Abril de  2010

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