Efraín Jaramillo Jaramillo
Colectivo de trabajo Jenzera
Intranquilizan y desvelan cuando tienen posturas civilistas, pero asustan cuando son dogmáticas y horrorizan cuando se tornan punitivas, como usualmente ha sucedido en Colombia; bueno también en todas partes.
A la hora de pisar tierra y examinar con criterios éticos la evolución política de gobiernos catalogados de izquierda en Latinoamérica, descubrimos que no son muchas las diferencias con los regímenes llamados de derecha, envolviendo en una nebulosa la frontera que divide la izquierda de la derecha y volviendo improductivo cualquier raciocinio basado en esa nomenclatura para distinguir políticas de los gobiernos.
Ya está lejana la época cuando todavía ocurrían tertulias, donde con esfuerzo intelectual nos permitíamos discurrir con solvencia ética sobre temas como la libertad, la igualdad, los derechos, el poder, lo justo, lo legal, lo legítimo, que son ideas centrales del debate político en cualquier tiempo y en cualquier sociedad.
Cuál es la diferencia de políticas ambientales y de respeto a los derechos de los pueblos indígenas entre el izquierdista Evo Morales que apoya la colonización cocalera del TPNIS, y la locomotora minera y petrolera que impulsa el derechista Juan Manuel Santos en territorios de grupos étnicos. Entre el entonces derechista Álvaro Uribe Vélez, que miraba a un lado cuando los paramilitares desplazaban a campesinos para apoderarse de sus tierras y el también entonces presidente izquierdista Luiz Inacio Lula da Silva que se hacía el de la vista gorda cuando sus paisanos cultivadores de soja avanzaban en campos paraguayos, sacando a los campesinos de sus tierras con uso de la violencia, o cuando Garimpeiros invadían territorio Yanomami, causando estragos en la población. Y cuál la diferencia entre la izquierdista (según Chávez, Correa y Ortega) Cristina Fernández de Kirchner que aprueba la apertura en Tierra del Fuego de una planta de glifosato para la gigante corporación Monsanto, y los gobiernos de derecha que firman tratados de libre comercio con los países capitalistas avanzados. Y así podríamos seguir comparando las políticas indigenistas del izquierdista Correa y el derechista Piñeira, y las conflictivas relaciones con el sistema interamericano de derechos humanos de los izquierdistas Chávez y Correa y del actual gobierno derechista de Honduras.
Con esta nomenclatura de izquierda y derecha dónde situaríamos a Ollanta Humala, el “buen soldado” de Chávez, que se presentaba como un nacionalista de izquierda y convocaba a asambleas plebiscitarias en Bambamarca y Cajamarca para que el pueblo se pronunciara por el agua o el oro, el agro o la mina. Y que aunque la población eligió sus aguas y sus tierras, hoy es el principal promotor de las empresas transnacionales mineras y petroleras. “Los expertos que pensaban que Humala terminaría moviéndose hacia la izquierda, estaban equivocados. El presidente es un hombre de tan pocos principios como de palabras.”, comentaba la revista británica The Economist. Definitivamente el presidente Humala comparte con su antecesor Alan García, la idea de que “los indígenas no son ciudadanos de primera clase” y por lo tanto, no es de estricto cumplimiento honrar los compromisos hechos en campaña (Alan había hecho exactamente lo mismo). Y aquí está el meollo del asunto. Se sabe que es estratégico que políticos de pocos principios luzcan una imagen progresista o de izquierda, para obtener réditos electorales. Pero lo que poco se ha discutido es cuan estratégicos son los gobiernos de izquierda para las transnacionales que vienen por los recursos primarios. Humala es un ejemplo. Igualmente lo es Correa. Y también Chávez, pues como podríamos entonces entender que este izquierdista y antiimperialista gobernante sea el mandatario latinoamericano que más ha acrecentado la dependencia económica de su país con los Estados Unidos, lo que llevó a Obama a afirmar que Venezuela bajo Chávez no representa ningún peligro para los intereses de EE UU.
La franja política que más réditos le ha dado a las transnacionales mineras y petroleras es la izquierda. Naturalmente no los van a sacar gratis y tendrán que pagar un poco más de regalías; eso hace parte del juego. Pero tienen la ventaja de que la gente no se moviliza contra un gobernante de izquierda que ha sido elegido por los más pobres. Y otra vez el Déjà vu que se repite y se repite sin tregua: “A un gobierno de izquierda no se lo puede criticar”. “No se le puede hacer el juego al enemigo”. La enorme ventaja de la que también gozan las transnacionales extractivistas es que la derecha tampoco se movilizaría contra las locomotoras mineras y menos por razones ambientales, pues dónde y cuándo se ha visto que la derecha se haya interesado por la ecología y el respeto a los bienes de la naturaleza de los territorios de indígenas, negros y campesinos.
Para el movimiento indígena colombiano sería conveniente reflexionar sobre el trato que Evo Morales, el izquierdista fundador de Estado plurinacional de Bolivia da a los indígenas que defienden su territorio tradicional del TIPNIS (Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Secure), o el trato que el izquierdista Rafael Correa da a sus indígenas, y compararlo con el trato que le da el gobierno derechista de Juan Manuel Santos a los pueblos indígenas del Cauca. Se encontrarían con muchas similitudes. Pero también se sorprenderían de algunas diferencias. Hasta ahora, ni siquiera el más agreste contendor de los indígenas como Álvaro Uribe Vélez, llegó a referirse a los pueblos indígenas como enemigos internos de la Nación, como si lo han hecho Correa y Evo. Pero más interesante sería que reflexionaran sobre las ideas que tienen los gobiernos que se definen de izquierda, sobre la ecología y el desarrollo económico y las comparen con las de gobiernos de derecha. Aquí las falencias éticas de ambas tendencias políticas se hacen más visibles.
Que Chávez se denomine de izquierda y que presente la estatización de empresas como socialismo, más concretamente como “Socialismo del siglo XXI” es impúdico populismo. “El pasar de los años no te envejece, te desenmascara” comentaba en una tertulia del DIADEM (Diálogos Democráticos) el analista boliviano Iván Arias Durán para referirse a la pérdida de legitimidad del discurso indigenista y pachamamista del gobierno de Evo Morales. También con el correr de los años el Socialismo del Siglo XXI se viene quitando la máscara, apareciendo la verdadera imagen de lo que realmente ha sido: un populismo chabacano, acicalado con términos izquierdistas.
Y así como el estatismo de los medios de producción en Rusia y la abolición por decreto de las clases sociales, no condujeron al socialismo, sino al capitalismo mafioso de Putin, tampoco el control estatal de las rentas del petróleo o el gas y el uso de rituales indígenas y tradiciones culturales precolombinas, presentados como elementos constitutivos del Estado Plurinacional de Bolivia, conducen necesariamente al socialismo. Y es cada vez más evidente que el discurso indigenista del “Movimiento al Socialismo” (MAS), una novedosa mezcla de katarismo, pachamamismo y marxismo, la versión andina del “Socialismo del siglo XXI”, más que un proceso de construcción de una Nación pluricultural y democrática, que es la forma como entenderíamos un socialismo en nuestros países, se trató de una estrategia política para la toma del poder de Evo y de su base social andina, que según el vicepresidente Álvaro García Linera era el “bloque indígena-plebeyo”, que estaba llamado a tomarse el poder en Bolivia. Los pueblos originarios del TIPNIS se encargaron de hacer más visible este infundio, cuando decidieron, apoyados por el resto de pueblos indígenas de la Amazonia y el Chaco, marchar a la capital para defender su territorio ancestral y oponerse también a los intereses de las empresas brasileñas que operan en el TIPNIS.
Resguardo Karmatarua, Julio 16 de 2012