Murió Ágnes Heller, la pensadora de las necesidades radicales y de la vida cotidiana. La filósofa que a partir de Hegel y Marx desentrañó el proceso reconstructivo esencial para comprender el espíritu de su tiempo. http://jenzera.org/web/wp-content/uploads/2019/08/A%CC%81gnes-Heller.png
Hungara de origen judio, Ágnes Heller —personificación de lo que Giambattista Vico definió como “mente heróica — fue discipula de György Lukács, el notable filósofo húngaro, a quien le debemos la recuperación del pensamiento dialéctico, constitutivo del historicismo filosófico, que renovó las ideas de Marx a través de una perspectiva interdisciplinaria. A Lukács le debemos, sobre todo, el haber develado la desvergonzada manipulación cometida por el aparato ideológico ruso del pensamiento filosófico de Marx, convertido en la era estalinista en ideología del Estado soviético, lo que es “quizá uno de los mayores crímenes cometidos contra los rigores de la inteligencia” (José Rafael Herrera – JRH). No se quedan cortos los que atribuyen al pensamiento de Lukács el fundamento filosófico que dio origen a la fundación de la Escuela crítica de Frankfurt y a la Escuela de Budapest, de la cual sería una destacada exponente Ágnes Heller, la “recia y siempre irreverente Madame Heller” (JRH), quien develó los vicios insertos en los engranajes de la cotidianidad. A partir de allí Ágnes Heller creó la “teoría de los sentimientos”, que aborda las relaciones entre el pensamiento y las emociones. Critica a la sociedad que aliena el campo de las emociones y sostiene una imagen de un hombre orientado por la razón.
Ágnes Heller es una de las grandes pensadoras del siglo XX, junto con Hannah Arendt y Rosa Luxemburg. Como brillante discípula de Grörgy Lukács, expresaba que “no confíaba en los ‘ismos’ sino en el pensamiento critico sobre la realidad social”. Consecuente con esa actitud crítica, rompió cobijas con el marxismo reduccionista, canonizado por el régimen comunista implantado por Stalin, que “muy poco tenía que ver con Marx” (José Rafael Herrera).
Fue víctima del Nazismo. Varios familiares suyos murieron en el Holocausto nazi, mientras ella se salvó de ser deportada a los campos de exterminio. Su padre fue deportado junto a 450 mil judíos húngaros, luego de haber ayudado a otros judíos a emigrar. Después de la guerra, Ágnes Heller comenzó a estudiar física y química en Budapest, disciplina que cambió por la filosofía al conocer a György Lukács.
Resistió al comunismo, poniendo en evidencia los daños que ocasionaba el severo regimen comunista impuesto por la URSS a su país, reflexiones que compartía con Hannah Arendt, quien también seguía de cerca los acontecimientos en Hungría, surgidos con la rebelión de 1956, que cuestionó al gobierno estalinista. En esa ocasión soldados húngaros se unieron al levantamiento y derrocaron al régimen pro-soviético. Consejos improvisados de los rebeldes arrebataron el control al partido comunista húgaro y nombraron un nuevo gobierno encabezado por Imre Nagy, quien disolvió la policía secreta y prometió restablecer elecciones libres. El ‘politburó’, tras haber anunciado su voluntad de negociar con el nuevo gobierno el retiro de las fuerzas soviéticas, cambió de idea y decidió aplastar la rebelión. El ejército soviético invadió a Hungría el 4 de noviembre de 1956. Para enero de 1957, el nuevo gobierno de Janos Kádár instalado por los soviéticos, había aniquilado la rebelión. Imre Nagy se entregó confiando en las garantías que se le dieron. Fue condenado a muerte y ejecutado dos años después.
Aunque se dedicó a desarrollar sus ideas, no dejó de analizar y opinar sobre lo que sucedía en su país y se vio obligada a abandonar Hungría, en 1977, a Australia primero y, más tarde, en 1986 a Estados Unidos, donde ocupó la cátedra que había pertenecido a Hannah Arendt.
El 19 de julio muere Ágnes Heller en Balatonalmádi (Hungría) a los 90 años de edad, dejándonos un legado de reflexiones, como aquellas de que los llamados valores universales son consecuencia de la producción y reproducción cotidianas, como se desprende de los dos párrafos siguientes de la valoración que José Rafael Herrera hace de su pensamiento, vean:
“Se nace dentro de ciertas y determinadas relaciones sociales ya existentes, en un país, una ciudad, un vecindario y una familia que no se han escogido. El individuo se ve obligado a aprender, a interiorizar, el entorno que lo rodea, tanto las relaciones objetuales con las que se encuentra como los signos, las formas, que estas contienen. El individuo se va moldeando al entorno, se va integrando a sus relaciones, al modo de vida que ahora comparte con sus familiares, con sus vecinos, y comienza a reproducirlas. La sociedad le enseña a vivir en y para la cotidianidad. En ella crece hasta madurar, una vez que ha desarrollado plenamente las capacidades y conocimientos de lo cotidiano. Ahora es un yo. Pero su yo ha sido mediado por el nosotros, de manera que el yo es una construcción social, y por eso mismo, sus necesidades, por más específicas que sean, siempre estarán condicionadas por el espíritu de su pueblo y de su tiempo”.
“Un niño que nace en una sociedad severamente empobrecida, con un cuerpo de relaciones sociales basada en la sospecha y el miedo, el odio y la agresión, con un lenguaje cada vez más pobre y limitado, carente de instituciones sólidas, sin alimentación, salud, seguridad, cultura y educación, es un niño que con toda certeza reproducirá las relaciones dentro de las cuales se ha formado. Es “Coqui”, el violento y sanguinario, el hombre del malandraje y la mediocridad, el pobre de cuerpo y alma. Ese no es precisamente el ‘hombre nuevo’, sino más bien el hombre que ha sido condenado a la condición de las bestias, que ha vuelto al salvajismo del estado de naturaleza, a la prehistoria de la humanidad.”