Efraín jaramillo Jaramillo/Colectivo de Trabajo Jenzera
En Póker, el comodín (joker) es una carta que –según las reglas de este juego– puede representar cualquier otra carta de la baraja, para formar un juego –por ejemplo una terna, un full, una escalera, etc.– El comodín no posee un valor nominal específico, real, sino que adquiere el valor de la carta que sustituye. La ilusoriedad temporal que posee, hace que en la baraja esa carta sea representada por un bufón. Por analogía, podríamos inferir, que en la vida real de las organizaciones sociales hay “partidos comodines”, que se usan para representar intereses ciudadanos. No los reales, sino los ilusorios. La historia de Colombia esta plagada de partidos comodines, que emergen en épocas electorales para representar intereses de determinados grupos sociales. Pero que no solo no los representan, sino que, como bufones que son, suelen burlarse de la gente que dicen representar. Un caso patético de una organización ‘comodín’ es la Fundación Ébano de Colombia –FUNECO–, un movimiento político cuestionado por sus nexos con el ex-senador Juan Carlos Martínez Sinisterra, un político afrocolombiano “condenado por concierto para delinquir y hoy preso e investigado por narco-política.”[1] Pues ese movimiento político se creó para avalar los dos candidatos a la Cámara de Representantes, que por circunscripción especial le corresponden a las negritudes. Evidentemente, con una bien aceitada maquinaria electoral, FUNECO se alzó con las dos curules de los afrocolombianos. Lo paradójico de este acontecimiento: Los elegidos ni siquiera eran negros.
A este fenómeno de partidos comodines que usurpan la representación de grupos sociales y bloquean el surgimiento de reales representaciones autónomas, se le suma otra especie de comodines de carne y hueso, que se arrogan el derecho de representar políticamente a sus congéneres, sin tener la más mínima idea de que es hacer política, o lo que es peor, tener una idea errónea sobre lo que es la política. Hay seres humanos que siendo muy inteligentes, no saben pensar, escribió Hannah Arendt en “La Condición Humana”. “No saben pensar en política”, aclaró. Exhiben genialidad en otras materias artes: son ilustres juristas, brillantes periodistas, excelentes escritores, experimentados facultativos, pero en política son auténticos cretinos. No obstante son elegidos por sus logros en las ciencias y en las artes, o en otras profesiones que poco tienen que ver con el manejo de la polis. Y no por tener dotes y saber pensar en política. En Colombia hay curas alcaldes, latifundistas que truecan la cría de ganado por puestos públicos, poetas y hombres de letras que se convierten en presidentes. Hay ‘cuentachistes’ y narradores de partidos de fútbol que aspiran al senado, etc. Un caso memorable sucedió en Cali, la tercera ciudad más importante de Colombia, donde fue elegido como alcalde un invidente[2]. Era un buen orador y hacía aclamados debates en el Concejo Municipal contra la corrompida clase política de la capital del Valle, lo que encumbró su liderazgo popular. Pero no tenía idea de como administrar una ciudad y no sabía nada de política. En el caso particular de nuestro alcalde no poder ver la ciudad era evidentemente un hándicap, que le impedía ejercer su cargo.
Por aquella época rodaba un chiste sobre dos muchachos que lo seguían riéndose de su inseguridad para andar. El alcalde no se inmutó por las impertinencias de los chicos. Cuando más adelante uno de ellos le gritó: “¡cuidado con el hueco!”, continuó caminado, creyendo que era una falsa advertencia. Pero era cierto. Cayó aparatosamente. Uno de los chicos se le acercó y sentenció con compasión: “¡Pobre alcalde, además de ciego, es sordo!”. En política no son comunes estos candorosos percances. Las controversias usualmente están cargadas de injurias y descalificaciones. Es habitual. La política es también la guerra por otros medios: las palabras. Y también aquí se presentan ‘guerras sucias’. Pero aunque en ciertas ocasiones puede llegar a serlo –como es el caso de nuestro alcalde de marras–, no es político ni elegante descalificar a un militante de un partido por su condición de incapacidad física, como lo hace el partido político cristiano ‘Mira’, que veta a sus miembros en condición de discapacidad para ejercer cargos. O descalificarlos por las faltas cometidas por su partido; pero también a la inversa, responsabilizar a un partido por las faltas cometidas por uno de sus miembros directivos
Una figura de ‘guerra sucia’, en el campo de la política y bastante usual en nuestro medio, es la llamada crítica ‘ad hominem’, con la cual se busca zanjar una discusión política, no refutando el argumento del oponente, sino demeritando a la persona, descalificándola o, simplemente injuriándola. Pero esto ya no tiene nada que ver con la política. O mejor dicho, para actuar así no se necesita saber de política. Basta con ser un vulgar y despreciable bufón.
Hay ocasiones en que una clase social produce sus propios líderes. Pero aún así, son escasos los líderes que combinan magistralmente los papeles de “especialista y organizador”, que para Gramsci son los atributos de un “filósofo de la praxis”; un organizador que se mueve como pez en el agua, entre el sentimiento popular y la reflexión teórica. Estos por él denominados “intelectuales orgánicos” son cada vez menos frecuentes en nuestros días. Y a la vez que estos desaparecen del horizonte de las organizaciones, en la modernidad vienen proliferando los ‘hombres-masa’. Los conocedores del pensamiento de José Ortega y Gasset señalan, que aquí el filósofo español fue influenciado por Sigmund Freud, que para esa época (1921) había escrito el ya clásico ensayo: Massenpsychologie und Ich–Analyse (Psicología de las masas y análisis del Yo). En este ensayo Freud define a una ‘masa’ como un “ser provisional”, compuesto de hombres-masa heterogéneos, que se han unido temporalmente –bajo determinados y eficaces mecanismos psíquicos– para constituir un movimiento de masas. De allí Ortega deriva su concepto de ‘hombre-masa’ y su tesis del ser, cuyo ‘yo’ se disuelve en el océano de la masa, constituyendo con otros hombres-masa los ‘partidos-masa’. Un hombre-masa es una persona, que reúne en sí una serie de características psicológicas y sociales, que lo diferencian del intelectual orgánico, y la diferencia no es poca; veamos que dice Ortega:
“El hombre-masa es un hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado […] Más que un hombre, es sólo un caparazón de hombre constituido por meres idola fori[3]; carece de un “dentro”, de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene sólo apetitos, cree que tiene sólo derechos y no cree que tiene obligaciones: es el hombre sin la nobleza que obliga…” [4]
Aquí es necesario diferenciar los ‘partidos-masa’ de los ‘partidos de masas’. Aunque hay varias diferencias entre un ‘partido-masa’ y un ‘partido de masas’, hay una que es fundamental en términos políticos, y es que estos últimos movilizan a las masas de acuerdo a una visión del mundo, es decir de una ideología que busca ordenar el caos que se origina después de la destrucción de un orden establecido, buscando establecer una hegemonía. Un partido-masa, en cambio, carece de ideología, o lo que puede ser lo mismo, utiliza o combina simultáneamente diversas ideologías.
Pero se preguntarán ustedes, que tienen de común todos estos movimientos y partidos de masas. Pues eso: son partidos de masas. No son ‘partidos de clase’, que representan intereses de determinados sectores sociales al interior de un orden social. Los primeros partidos de masas, surgieron en Europa durante el tercer decenio del siglo XX, con el Partito Nazionale Fascista de Benito Mussolini en Italia y principalmente en Alemania con el partido Nazi –Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei (NSDAP). A diferencia de los partidos de clase, que cumplen la función política de organizar los intereses de sus asociados, los partidos de masas, no provinieron de un orden, sino de un desorden social, ocasionado en gran parte por las nefastas consecuencias de la primera guerra mundial, que desestructuraron social y políticamente los Estados de esas Naciones.
¿Podríamos sacar algunas enseñanzas de estos enunciados para la Colombia del posconflicto? Preguntado de otra manera ¿estaríamos enfrentando una reedición de los partidos de masas semejante a como se dieron en la Europa de los años treinta? Aquí se debe proceder con mucha cautela, pues no se trata de repetir la historia ni como comedia ni como tragedia. Veamos, a diferencia de lo que sucedía en la República de Weimar en Alemania después de la primera guerra, donde se fraguó un movimiento de masas (el Nacionalsocialismo) que vació de sentido la política y eclipsó a Europa durante casi dos décadas, en la Colombia del posconflicto de nuestros días se están articulando múltiples alternativas políticas y estamos lejos, de que se hagan realidad los deseos de movimientos autoritarios –de derecha o de izquierda– que ven en el proceso de paz la oportunidad de fundar o ‘refundar’ una nueva República: Para refundar en vastas regiones del país un sistema social “señorial-latifundista”, un sistema que fundamenta su poder en la tenencia de grandes extensiones de tierra de alta productividad agrícola, donde “pasta apaciblemente” el ganado, mientras miles de familias campesinas se aglomeran a su alrededor a contemplar esos “vacíos rumiantes”. Si de algo conocemos de sobra y podemos hablar con solvencia los colombianos es de las patologías que han dejado los conflictos alrededor del acaparamiento de la tierra. Ya felizmente superamos aquel momento, cuando Álvaro Uribe intentó contagiar con su propia patología a toda la Nación. Y como dicen las abuelas “ya no estamos más para esas cosas”.
O para cumplir los sueños de una trasnochada militancia de izquierda, robustecida por el nuevo partido político FARC, que anhela fundar una República socialista à la Chávez, acudiendo, como dice Fernando Mires, “a seres desorientados, personas sin pertenencia ni intereses, en disposición para ser reclutados por formaciones políticas emergentes que ofrecen a las masas desclasadas –no necesariamente empobrecidas- un último refugio: una nación imaginaria…” En vez de dar un giro sensato –como parece estarlo dando Timochenco–, prefieren aferrarse a aquellas convenciones que les permitieron sobrevivir, con alguno que otro sobresalto, este medio siglo; evitando al máximo exponerse a la opinión crítica de un mundo cambiante y complejo, que recién están aprendiendo a conocer. Ahí reside la fuerza de sus convenciones: “tienen vigencia a partir de ellas mismas”[5]. “…la completa y feliz ausencia de contaminación de cualquier realidad” (Kolakowski). Tampoco estamos para esas cosas.
No debemos entonces tenerle miedo a la heterogeneidad de partidos que hay en el país, pues nos ayuda a evitar los autoritarismos de quienes ven en la democracia liberal, representativa y pluralista un peligro para sus intereses, o la consideran un sistema alcahuete y permisivo a toda suerte de fraudes de las clases dominantes.
A lo que sí debemos temer es a los partidos-masa, que carecen de un fundamento filosófico sólido, consistente. Estos partidos se prestan como comodines a todo tipo de intereses, no sólo políticos. Un permanente e insoportable dèjá vu utilitarista. Situación que se torna más insoportable aún, cuando esos partidos, que son fundados para representar intereses de los pueblos étnicos, se llenan de hombres-masa que facilitan la cooptación. Estos inescrupulosos hombres-masa “que están siempre ahí en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa, pues tienen sólo apetitos… hombres sin nobleza” (Ortega), que venden la representación política de sus pueblos. Todos salen gananciosos: los hombres-masa reciben su tributo por la cesión de derechos políticos a otros partidos; las “aves políticas de bajo vuelo” que sin escrúpulos facilitan el ‘enganche’ –“falsos positivos políticos”–, que también son gratificados, y bueno los grandes partidos-masa, que aspiran a manejar los negocios del Estado, pues ¿qué mensaje puede ser más agitador que mostrar en sus filas a los sectores más ultrajados de la sociedad colombiana? Esto además convoca a otros sectores humillados, que ya están dispuestos para la indignación.
Sería conveniente en este sentido –para la salud política de los pueblos indígenas y afrocolombianos–, tomarle el pulso a los partidos políticos que surgen del seno de las organizaciones, pues se rumora que están avalando a diversos candidatos presidenciales, avales que se presentan como alianzas, cuando en realidad son comodines.
Göttingen, 12 de octubre de 2017
[1] Revista Semana: ¿Por qué se indignaron los negros?, Bogotá, abril 7 de 2014.
[2] No quiero decir que los invidentes, por su incapacidad visual sean majaderos, por favor. En la historia de la música han sobresalido invidentes como Ray Charles o Andrea Bocelli, Stevie Wonder o Joaquín Rodrigo; y seguramente en otras disciplinas habrán personas invidentes con excelentes desempeños.
[3] ‘mezcla de ídolos del mercado’
[4] José Ortega y Gasset: La Rebelión de las masas.
[5] H.C.F. Mansilla: “Indigenismo y conocimiento”