Cada vez que surgen levantamientos populares en el país, emergen los análisis de historiadores, sociólogos, antropólogos, expertos de la paz o de la guerra, da igual, que aventuran toda suerte de conjeturas sobre la guerra y la paz y a predecir el agotamiento del modelo belicista ensayado desde Uribe o el eterno retorno de las FARC. Con el levantamiento indígena del Cauca, estos análisis reciben nuevos alientos. El problema es que casi siempre los pronósticos y predicciones sobre la evolución de los acontecimientos sociales se estrellan frente a realidades sociales que no son fáciles de estructurar. Es por esto que el papel que debe jugar un analista no es ofrecer pronósticos, pues la historia no es un laboratorio, donde suceden procesos claramente identificables, mensurables y predecibles. La Historia, desde una perspectiva antropológica, es en esencia una ‘rememoración’ (función simbólica de la memoria), con el objetivo de interpretar hechos pasados. Un ejercicio que es necesario, pues más a menudo de lo que se advierte, suele suceder que los pueblos pierden, en algún momento traumático de sus vidas, la relación con su pasado.
Los antropólogos, si bien no faltan los astrólogos clarividentes, tienen más oportunidades de estar en contacto con los fogones indígenas (tullpas que llaman los indígenas andinos) y acceder a la memoria colectiva de los pueblos, para entender, por ejemplo, que la violencia y exclusión sufridas han infringido heridas que lesionan la memoria. Lo más importante: de esa memoria colectiva es que derivan su fuerza y su optimismo. Y eso que viene desde las comunidades, pensado y decidido desde las tullpas, es lo que en definitiva cuenta a la hora de ‘pisar tierra’ para defender sus derechos.
Mantener viva la memoria se constituye en un deber para la sobrevivencia de un pueblo, por aquello de que el olvido es “el triunfo definitivo del enemigo” y “una injusticia absoluta”, como lo consideraba el rumano Elie Wiesel, que como niño judío vivió los horrores del exterminio Nazi en ‘Buchenwald’. En un hermoso texto de dos cuartillas, “Los peligros de la indiferencia” (1999), explica Wiesel:
“…ese niño creyó que nunca volvería a ser feliz. Liberado un día antes por los soldados americanos, recuerda su rabia ante lo que encontraron allí. Y mientras viva, ese joven siempre les agradecerá su rabia y también su compasión. Aunque no entendía su idioma, sus ojos le informaron de lo que necesitaba saber: que ellos también recordarían y darían fe de lo que acababan de ver.” Y concluye su alocución diciendo que, “Una vez más, pienso en el chico judío de los Cárpatos. Ha acompañado al hombre anciano en el que me he convertido a lo largo de estos años de lucha y búsqueda. Juntos caminamos hacia el nuevo milenio, impulsados por un profundo temor y una extraordinaria esperanza.”
Prodigios de la memoria. No es gratuito que el poder le tenga temor y animadversión a la memoria de los pueblos.
Hace un par de años fui invitado por la Universidad Indígena del Cauca, UAIIN, a dar un concepto sobre su desarrollo. No sabía mucho sobre lo que tenía que hacer. Pero sí tenía en la cabeza ese texto de Elie Wiesel sobre la necesidad de no olvidar. Y fue allí donde encontré el camino para enunciar un concepto sobre el proyecto de educación del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). Todavía no sé sirvió de algo. Para mi sí fue útil, pues me di cuenta de la importancia que ha tenido el proyecto de educación del Cauca para la recuperación y conservación de la memoria de los pueblos indígenas. Sobre todo, para evitar que las nuevas generaciones que entran en escena, borren de la historia, por conveniencia o por indiferencia, episodios esenciales del desarrollo de sus instituciones y de la política. Un par de ejemplos pueden ilustrar este fenómeno frecuente en la historia de los pueblos. Los totalitarismos del siglo XX pusieron en práctica el aforismo de George Orwell en “1984”, que quien controla la memoria (el pasado), controla también el futuro. Es conocido el hecho de que Stalin quitaba de las fotografías a sus contradictores; el más emblemático caso fue el de Trotsky, que fue borrado de todas las fotos, de la historia oficial y de este mundo. Pero también es conocido el caso de los Astecas, que para esconder y hacer olvidar su humilde origen de pueblos cazadores y guerreros de las praderas del Norte, construyeron sus templos sobre los templos Olmecas y Toltecas, una vez se tomaron el poder en México. Lo mismo hicieron los cristianos, que una vez caída Tenochtitlan, construyeron sus iglesias y catedrales encima de los templos Astecas. Abreviando, esa suerte de talibanes que destruyen templos y estatuas, borrando de la historia a sus contradictores y moldeando la memoria de los pueblos para imponer su propio relato del pasado, los hay muchos, en todo el mundo y en todas las épocas, y en todas las doctrinas. Por eso la necesidad de mantener viva la memoria, como la de ese chico judío, o la de las ya “abuelas” de la plaza de mayo en Argentina. O a través de la recostrucción de hechos pasados para la dignificación de la memoria de las víctimas, como lo ha hecho la Comisión de Memoria Histórica en Colombia.
Pero volvamos al Cauca. En esa ocasión y queriendo honrar a la Universidad Indígena del Cauca, me aventuré a hacer memoria sobre las luchas indígenas y el papel que había jugado el proyecto de educación en la formación de los dirigentes y en el desarrollo de su organización, el CRIC. Hoy quiero volver a hacer memoria para ofrecer una lectura de lo que ha venido sucediendo con las llamadas “revueltas indígenas” en el Cauca.
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En el Cauca indígena se mueven tres proyectos políticos, cada cual pugnando por encontrar el camino de su supremacía sobre los otros, pues son proyectos contrapuestos, están enfrentados y se excluyen mutuamente. Definitivamente no pueden convivir. Son proyectos arraigados en las comunidades, con ideologías propias. Nada más lejano entonces esa idea que sostenía el alcalde indígena de Toribío, Ezequiel Vitonás, que lo que sucedía era que todos los actores armados habían infiltrado a los indígenas. Esa inútil idea de la infiltración y conspiración, ni es cierta, ni explica nada. Es la maniobra del avestruz. Ni nada más torpe que la idea expresada por el senador indígena Marcos Avirama de que “nos mamamos”, para explicar las acciones de la guardia indígena, pues como el resto de burócratas indígenas del país se entera por los noticieros de lo que sucede en sus pueblos.
El primer proyecto político que ha habido en el Cauca es el del Estado. Siempre ha estado ahí. Es una hydra con varias cabezas: está el proyecto de la iglesia (hoy tenemos que hablar en plural: iglesias), el de los terratenientes, los comerciantes y los partidos tradicionales (liberal y conservador), más recientemente el del narcotráfico y la minería. Contra este proyecto, del poder económico y político, dominante en su época, se alzó el legendario líder páez Manuel Quintín Lame y posteriormente el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC). La respuesta que dio este proyecto político del Estado para no perder su hegemonía, fue múltiple. Puso en práctica todas las formas de lucha. Para enfrentar a Quintín Lame, los terratenientes y la oligarquía caucana armaron a un contradictor de las luchas indígenas, el también líder indígena páez Pío Collo, que logró temporalmente frenar las “quintinadas”. Y para el caso del CRIC en los años 70 desplegó una inusitada violencia, que produjo en un lapso de 10 años más de medio millar de muertos indígenas.
Combinando con esta forma de lucha violenta, Cornelio Reyes, conservador laureanista y ministro de gobierno del presidente liberal Alfonso López Michelsen, puso en marcha la vía desarmada: creó el Consejo Regional Agrario del Cauca (CRAC) para hacerle contrapeso al CRIC y mantener en cintura a los cabildos indígenas, que se escapaban a su control. La promesa del gobierno al CRAC era la entrega de tierras y recursos, siempre y cuando se abandonara la toma de tierras que venía impulsando el CRIC. Este intento del gobierno por destruir al CRIC fue vano y fracasó estruendosamente.
Es alucinante la semejanza del CRAC con la creación en marzo de 2009 de la Organización de los Pueblos Indígenas del Cauca (OPIC), impulsada por el ministro del interior Fabio Valencia Cossio, durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Este engendro del gobierno, al igual que el del CRAC, se realizó para contener los avances del movimiento indígena, en este caso de sus marchas. No sorprendió a nadie el hecho de que tras su conformación, la OPIC hubiera declarado su apoyo a la Seguridad Democrática y alabara la Confianza Inversionista, proyectos bandera del presidente Uribe.
El proyecto político del Estado perdió terreno y dejó de ser el dominante, aunque todavía tiene vida en la OPIC, que actualmente se ha convertido en la principal contradictora de los indígenas del CRIC y de la ACIN. La presidenta de esta organización, Ana Cilia Secue, es hábilmente utilizada por la prensa cercana al gobierno, ante todo al ex presidente Uribe, para desacreditar este vigoroso levantamiento indígena contra todos los actores armados en los territorios indígenas del Cauca. Y es obvio que la presencia de las Fuerzas Armadas del Estado en sus territorios, se hace no sólo para proteger intereses de actores económicos de la región que soportan el proyecto del Estado. También están allí para contender otros proyectos sociales que le disputan al Estado el poder político en la región.
El segundo proyecto político en el Cauca indígena es el del Partido Comunista (PC), que tuvo su auge en los años 60 y se fortaleció con la creación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Toribio, hoy en el centro del conflicto, fue el baluarte más importante del PC en el Cauca. El gran dirigente indígena del Norte del Cauca, Avelino Ul, pertenecía al PC, en momentos en que las luchas indígenas por la tierra se extendían de la zona Centro a la zona Norte del Cauca. Avelino apoyó las luchas indígenas por la tierra impulsadas por el CRIC, lo cual provocó un distanciamiento de éste con su partido. Y aunque Avelino es asesinado, la movilización por la tierra continuó en el Norte del Cauca, dándole la supremacía al CRIC en esa región; al proyecto del PC le infunde energía las FARC, a las cuales el PC le entrega el liderazgo del proyecto comunista, poniendo así en práctica todas las formas de lucha.
Por esos años algunos propietarios de tierras de resguardo habían entrado a hacer parte de la Unión Nacional de Oposición (UNO) fundada por el Partido Comunista, con el “combativo respaldo” del Movimiento Obrero Independiente Revolucionario (MOIR). Fue por esa la época cuando los indígenas recibieron la advertencia de las FARC de no “invadir” (“recuperar” para los indígenas) las tierras de militantes de la UNO. Lo que comenzó siendo una advertencia, terminó con el asesinato (“ajusticiamiento” según las FARC) en febrero de 1981 del líder José María Ulcué y ocho indígenas más. Este hecho se había venido fraguando varios años atrás. Con la típica jerga historicista, el proyecto comunista venía instituyendo un espacio político unipolar, que exigía que todo girara alrededor de su órbita ideológica. ¿La finalidad?: disolver las diferencias (culturales, de clase…), conduciendo a una masificación de la sociedad, una característica que comparten todos los sistemas totalitarios. Sería un proyecto superior, al que había que subordinar todos los esfuerzos del resto de movimientos sociales. Por tal razón las reivindicaciones indígenas por la tierra eran catalogadas como contradicciones secundarias, lo que significaba que el movimiento indígena debía supeditar sus luchas a las necesidades del partido único. El proyecto comunista parte así de la equívoca idea de que los problemas de los indígenas son problemas secundarios que sustraen la atención de los objetivos centrales de la lucha de clases y dispersan el campo popular. El calificativo de “contradicciones secundarias” para calificar los problemas indígenas, sugiere que se trata de problemas de gente de poca monta, de “segunda clase”.
Para esa época del asesinato de estos nueve compañeros indígenas (eran los primeros años de lucha del CRIC) se era tan pusilánime, que el comunicado del CRIC decía (no recuerdo bien) algo así como que “… nos extrañaría y deploraríamos que fuerzas que se dicen revolucionarias, tuvieran que ver con este hecho que hoy enluta a las comunidades indígenas del Cauca…” Fue el primer grupo de autodefensa indígena que surgió en un resguardo para contender las acciones de los “pájaros” (asesinos a sueldo de los terratenientes).
Este hecho acaecido en el resguardo de Munchique-Los Tigres, junto al asesinato en 1982 de Ramón Júlicue, líder indígena páez del resguardo de San Francisco en el Norte del Cauca, a manos de las FARC y el asesinato del querido sacerdote paéz Álvaro Ulcué Chocué en 1984, ordenado por los terratenientes a los cuales se les había recuperado la tierra en Toribío y otros resguardos del Norte del Cauca, fueron los hechos más ostensibles para que se fundara el Movimiento Armado Quintín Lame (MAQL), con 139 hombres y mujeres, en su mayoría indígenas paeces.
Hay que recordar que el VI congreso del CRIC en marzo de 1981 (todavía estaban calientes los cuerpos de los asesinados del grupo de autodefensa indígena), se realizó en Toribio, donde el párroco era el paez Alvaro Ulcué. En ese congreso se fraguó la política de recuperar no solo las tierras de los resguardos, sino también los espacios propios de decisión política. La exitosa recuperación de tierras en el Norte del Cauca no sólo derrotó a los terratenientes, sino que acabó con la hegemonía del partido comunista en Toribío. A Álvaro Ulcué, que había sido el anfitrión y principal promotor del VI Congreso lo responsabilizaron de esta derrota, no sólo del proyecto del Estado, sino del proyecto comunista. Aunque se sabe que entre los asesinos de Álvaro en Santander de Quilichao se encuentran dos policías del entonces F-2, hoy todavía subsisten dudas, de la misma forma que no hay claridad (no obstante que hoy se reivindique su nombre, luego de varias décadas de indiferencia) sobre el asesinato de Avelino Ul, después de que Avelino se acercara a las luchas del CRIC por la tierra (“torcida” según el proyecto político del PC).
Después de muchos enfrentamientos entre el MAQL y las FARC, que causaron más de un centenar de muertos (la mayoría comuneros “ajusticiados” por oponerse al reclutamiento, o simpatizar con el Quintin Lame), se llegó a un acuerdo de no agresión. Ese acuerdo duerme hoy el sueño de los justos, pues fueron suscritos por Jacobo Arenas, Manuel Marulanda y Alfonso Cano, que ya no viven.
Pero un acuerdo de no agresión no significó que las FARC abandonaran el territorio indígena o cambiaran su actitud autoritaria de ejercicio del poder, pues era (aún lo es) incomprensible para ellas la idea de democracia, entendida como espacio polémico de la política, donde se ejerce la libertad de la palabra, la opinión y sobre todo, de la potestad para decidir sobre la forma de organizarse autónomamente. Solo mentes autoritarias e ideologizadas consideran estas expresiones de soberanía popular como intentos de dividir al movimiento popular. Pero lo que más indigna a las organizaciones indígenas es que se siga reclutando contra su voluntad a jóvenes indígenas para participar de otros proyectos que no son los suyos. Valdría la pena hacer una lista de los muertos que ha causado esta oposición indígena a participar de este proyecto militar. Todavía los indígenas lamentan las muertes del líder histórico del CRIC, Cristobal Secue, del comunicador Rodolfo Maya Aricape y el líder espiritual y The Wala (médico tradicional paez) Lisandro Tenorio Tróchez, para mencionar sólo tres de los últimos.
Para nadie es un secreto, que estrechamente ligada a la ocupación de los territorios indígenas surgen una serie de organizaciones indígenas, cuyo objetivo central es recuperarle al CRIC el terreno político perdido. En agosto de 2006 en Caloto sale a la luz pública un grupo de indígenas provenientes de Caldono y Jambaló, que se hace llamar “Movimiento Sin Tierra Nietos de Quintín Lame”. Y con indígenas de los resguardos de Miranda, Corinto, Tacueyó, Toribío y San Francisco, las Asociaciones Indígenas “Lorenzo Ramos” y “Avelino Ul”, que comienzan a ser muy activos en la recuperación de tierras en la zona plana del Norte del Cauca y en el proyecto de Liberación de la Madre Tierra. Este proyecto político está entonces, como se dice en argot popular “vivito y coleando”. Pero puede significar que con estas nuevas presencias del proyecto comunista en los indígenas, se estén planteando alternativas de lucha diferentes a la armada.
El tercer proyecto político al cual queremos hacer referencia y que aquí exponemos de último, pero que a nuestro juicio es el más importante, surge en 1971 en Toribio, con la fundación del CRIC, en un contexto generalizado de lucha campesina por la tierra, que para el caso indígena tuvo que ver con la recuperación de las tierras de sus resguardos, agobiados como el resto de campesinos negros y mestizos del país, por la miseria que se originaba en la falta de tierras. No extraña que la principal reivindicación del CRIC tuviera entonces que ver con la ‘recuperación de las tierras de los resguardos’. Y tampoco fue casual que los indígenas que más apoyaron la creación del CRIC fueran los ‘terrajeros’, aquellos indígenas sin tierra que tenían que trabajar gratuitamente para el patrón varios días al mes, a cambio de recibir en usufructo un pedazo de su propia tierra. Estos terrajeros provenían de varias zonas indígenas del Cauca. Los más conocidos y combativos eran los de El Credo, en el Municipio de Caloto, pero venían también terrajeros de San Fernando y el Gran Chimán (que al decir de Álvaro Tombé eran los “más verracos para recuperar tierras”) en el resguardo de Guambía y de Loma Gorda, en Jambaló.
Este proyecto se originó principalmente en el Cauca por ser esta la región que se ha caracterizado por sus enérgicas protestas y levantamientos protagonizadas por sus pobladores ancestrales contra los poderes que los han dominado; por lo general estos alzamientos eran de naturaleza insurreccional en la medida en que estaban dirigidos contra gobiernos locales, que representaban los intereses de los gamonales, los terratenientes y la iglesia, que en casi todas las zonas estaban aliados o eran los mismos. Esta lucha iniciada por los terrajeros, los más pobres y desposeídos, los más ofendidos, humillados y explotados por una clase semi-feudal, fue una gran lección. Cuando esos terrajeros impugnaron el poder de los gamonales, de la iglesia y de los partidos políticos para recuperar las tierras de sus ancestros, estaba surgiendo un proyecto político nuevo. Sobre este hecho hicimos memoria con el corazón (la memoria más auténtica, más inmediata) en la celebración de los 40 años del CRIC en febrero de 2011: “Nos lo decía el corazón, que estábamos viviendo una hora americana, de esas insurrectas que le han dado giros radicales a la historia. Hoy sus hijos y nietos tienen la obligación de mantener vivo este legado, no entregar jamás las conquistas logradas, no dejarse doblegar ante la fuerza y continuar el camino abierto por ellos”.
En febrero de 1985 se celebró en el resguardo de Vitoncó una asamblea del CRIC, donde participaron todos los cabildos indígenas del Cauca (para ese entonces 45). Esa asamblea es de una importancia proverbial para el proyecto político propio, por cuanto fue la primera vez que las autoridades indígenas resuelven unificar sus voluntades para defenderse de todos los intentos de las FARC de menoscabar su derecho a decidir sobre su futuro con autonomía, pues estas habían instituido en el Cauca un espacio político unipolar, que exigía que todas las acciones giraran alrededor de su proyecto político. En este encuentro hizo presencia pública, el MAQL, el cual se comprometió a repeler cualquier ataque a los resguardos y a los cabildos, y a respetar la autoridad indígena en sus territorios.
Con la Resolución de Vitoncó se disuadió a aquellos adversarios de los indígenas de continuar con sus acciones punitivas contra los líderes que estaban al frente de la recuperación de tierras. De paso es bueno recordar que en esa asamblea de Vitoncó se hizo presente las FARC con dos altos mandos del VI frente, que tomaron atenta nota de la declaración de los gobernadores indígenas, lo que hizo suponer a los cabildos que respetarían las decisiones tomadas por la asamblea.
Para los que hemos participado de obra y pensamiento en ese proyecto político autónomo de los indígenas del Cauca y admiramos la resistencia de las comunidades, desde la cotidianidad del trabajo en sus huertos (tules), para evitar que se destruyan cosas básicas de su entorno que están conectadas, como la tierra, el agua, los bosques, para proteger su comida, sus semillas y en fin, todo aquello que tiene que ver con la vida misma; y que observamos de cerca los esfuerzos que hacen por sacar adelante sus proyectos de educación y salud, pero también la resistencia que ofrecen para no dejarse quitar sus logros políticos y económicos, que son muchos, nos sentimos orgullosos de que ese proyecto político propio tome nuevos aires y vuelva a ser un referente organizativo para otros pueblos como los afrocolombianos y campesinos del Cauca, y porque no, para los colombianos. Aunque parezca insólito, el socialismo democrático puede llegar también por esa vía. Estaríamos, como recordaba Fernando Mires citando a Hegel, frente a otra “astucia de la historia”.
Esos escenarios desde donde opera este proyecto político propio y autónomo, deja así de ser marginal para volverse una fuerza que pueda concluir el proceso de descolonización que se emprendió hace 40 años, y se pueda detener, y quizás algún día revertir, los procesos en marcha que continúan mercantilizando los territorios, la “madre tierra” que llaman los indígenas.
Para terminar me quiero disculpar ante el CRIC, si hace unos meses expresé mi desesperanza en una entrevista (“Hacia dónde va el movimiento indígena colombiano”) manifestando mis dudas de que se ese proyecto propio y autónomo pudiera seguir con vida ante el avance de esos otros dos proyectos políticos, del Estado y de la izquierda. Y digo desesperanza porque del proyecto del Estado, manejado por la derecha, de allí los indígenas no pueden esperar nada; de allí sólo vienen empeños por deshumanizarlos y convertirlos en chivos expiatorios de todos los atrasos del país. Y Dios los salve que el ex-presidente Uribe, vuelva por sus fueros con su recién creado partido “Puro Centro Democrático”, que no tiene nada de puro ni de democrático, pero sí aspira a ser el centro, alrededor del cual gire toda la vida política del país. Pero tampoco el proyecto político del PC tiene algo que ofrecerles a los indígenas. Son y continuaran siendo dos mundos diferentes en permanente colisión, pues el talante autoritario del proyecto del PC bloquea cualquier ejercicio democrático en la región. Pero tampoco los indígenas pueden esperar algo de las izquierdas desarmadas. Y quiero reiterar aquí lo que dije en esa entrevista que ha causado tantas respuestas airadas: “…las izquierdas de Colombia no son un dechado de virtudes y les falta la grandeza de espíritu, la elevada moral y los gestos nobles, que Rosa Luxemburgo consideraba fundamentales para hacer historia… Son colosos con pies de barro que se desploman al tocar tierra indígena, pues frente a la cuestión étnica tienen demasiadas ideas filosóficas, pero carecen de propuestas políticas prácticas para los pueblos indígenas y afrocolombianos.”
El proyecto político del PC y de las otras izquierdas está declinando en el mundo indígena caucano, aunque haya todavía muchos que quieran ahorcarse de ese palo. Lo más importante es que el proyecto propio está con el viento a la espalda, por lo menos así se lo hicieron entender a los colombianos los indígenas paeces con sus bastones de mando. Ese hecho hace que la actuación iracunda de Luis Acosta (jefe de la guardia indígena) contra el ejército, pase a un segundo plano. El sargento lo entenderá, pero también recibirá una disculpa, pues conozco el talante rebelde, pero también sensato y generoso de Lucho.
Bogotá, julio 24 de 2012