¿Hacia dónde va el movimiento indígena colombiano?

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Víctor Segura Lapouble

Profesor universitario

 

En esta entrevista[1] el antropólogo Efraín Jaramillo Jaramillo da su opinión sobre aspectos controvertidos de las organizaciones de los aborígenes colombianos y las conflictivas relaciones que han tenido con las izquierdas. Este dialogo tuvo lugar en Bogotá el 28 de abril de 2012, con  motivo de la presentación del libro “Los Indígenas colombianos y el Estado. Desafíos ideológicos y políticos de la multiculturalidad” del Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) y el Colectivo de Trabajo Jenzera. Esta entrevista busca suscitar el debate sobre los conflictos que lesionan a estos pueblos tan significativos en la historia del país. [2]

 

Víctor Segura Lapouble (V.S.L.)- Para empezar, hablemos un poco sobre la historia y dinámica de las recientes luchas indígenas en Colombia; cómo se iniciaron, qué las motivaron, cuáles fueron sus objetivos, cómo se desarrollaron…

Efraín Jaramillo Jaramillo (E.J.J.)- Luchas indígenas se han presentado siempre desde la época de la Conquista española. La historia de Colombia está llena de episodios de esta naturaleza; la mayoría de estas contiendas las dieron los indígenas para detener la invasión de sus territorios, impedir el saqueo de sus bienes y riquezas y evadir la esclavitud. Pero en esta última etapa de movilización indígena, que es a la que seguramente te refieres, las luchas se dieron por la tierra y empezaron principalmente en el departamento del Cauca. Y se originaron allí, por cuanto el Cauca es una región que se ha caracterizado por enérgicas protestas y levantamientos protagonizadas por sus pobladores ancestrales contra los poderes que los han dominado; por lo general estos alzamientos eran de naturaleza insurreccional en la medida en que estaban dirigidos contra gobiernos locales, que representaban los intereses de los gamonales, los terratenientes y la iglesia, que en casi todas las zonas estaban aliados o eran los mismos. Importante para entender esta movilización de los indígenas, iniciada a finales de los años 60, es que tuvo lugar en un contexto generalizado de lucha por la tierra en Colombia. Para el caso indígena tuvo que ver con la recuperación de las tierras de sus resguardos, acosados por el hambre y la miseria.

V.S.L.- ¿Sigue siendo la lucha por la tierra el motor de sus movilizaciones?

E.J.J.- En Colombia todavía hay pueblos y comunidades que no tienen asegurada la tierra, pero aquellos pueblos que llevaron a cabo con éxito las recuperaciones de tierra en los años 70, están mejor y gozan de un ostensible bienestar económico y social, aunque todavía no hayan logrado erradicar totalmente la pobreza. En el Cauca, sin embargo, recuperadas buena parte de las tierras de sus ancestros y mejoradas sus condiciones de vida, han aflorado otros problemas y el eje de las movilizaciones se ha venido desplazando en estas últimas dos décadas hacia la búsqueda de espacios propios de representación política, hastiados de que sean los partidos y otras fuerzas políticas, los que les condicionen, o aún, definan sus agendas. Esto condujo a que aquellos partidos con un marcado sentido autoritario de su práctica política decidieran ignorarlos, cuando entendieron que no podían cooptarlos; pero ha llevado también a que a los indígenas se arrimaran otros sectores sociales, que como los negros, los campesinos y sectores populares de ciudades y pueblos vecinos, buscaban hacer tolda común con ellos, procurando subirse a un escenario político-organizativo propicio para luchar, como movimiento social pluricultural, contra ese entramado de exclusión social y política que los afectaba a todos por igual.

V.S.L.- ¿Podría entonces señalarse que las primeras movilizaciones indígenas eran de naturaleza campesina, mientras estas últimas son de origen cultural y político?

E.J.J.- Existen varias interpretaciones al respecto. Analistas de la izquierda marxista plantean que se trató de una genuina lucha de clases de indígenas-campesinos sin tierra, contra terratenientes. Pero hay historiadores y antropólogos que sostienen que desde siempre han sido movilizaciones étnicas por la defensa de sus culturas y recuperación de sus territorios ancestrales. A mi juicio las dos interpretaciones más que excluirse mutuamente, se complementan. Los indígenas empiezan a movilizarse en momentos en que la situación social y económica de sus comunidades se había vuelto insostenible por la falta de tierras; en eso su situación no se diferenciaba mucho de la que vivían los campesinos; pero a diferencia de estos, los indígenas no luchaban por cualquier tierra; para ellos era importante volver a tener  dominio sobre el territorio de sus ancestros y liberarse de la humillante opresión que sufrían, precisamente por encontrarse separados de sus tierras. No obstante siempre habrá apóstoles en ambas orillas, que recargan ideológicamente estas contiendas indígenas por la tierra, caracterizándolas como luchas de clase o como luchas étnicas. Cuando se exacerban estas divergencias interpretativas, puede conducir a divisiones, como las que se dieron en el CRIC[3] a finales de los años 70. Ahondar en esto es un tema para la academia, pues los indígenas ya no le prestan mayor atención, porque andan en otras cosas. Lo importante de entender de esta historia es que los indígenas del Cauca se hicieron a la tierra de sus mayores, ampliaron aún más sus resguardos, mejoraron sus condiciones de vida, fortalecieron sus organizaciones, se sacudieron el yugo de los gamonales y de la iglesia, eliminaron los sistemas de terraje y otras formas de servidumbre, y desarrollaron con éxito programas propios de producción, salud y educación. En síntesis derrotaron a los terratenientes del Cauca que los habían despojado de sus tierras, superaron sus aprietos materiales y dieron vuelta a la página. Hoy enfrentan, como le digo, otros problemas.

V.S.L.- Pero hay quienes opinan que el movimiento indígena no anda bien y que se requiere devolver la página para ver donde están los errores, o las “desviaciones”, como las llaman algunos críticos.

E.J.J.- Por lo general las cosas no tienen vuelta, veamos: ya hoy en Colombia no se puede hablar de un movimiento indígena homogéneo. Eso es una generalización que ha despistado a muchos. El movimiento indígena que impresionó positivamente a los colombianos y sacó a la luz pública la problemática de sus  pueblos, venía gestándose tres décadas antes en el Cauca y el Tolima con los levantamientos del legendario líder indígena páez Manuel Quintín Lame Chantre, para impedir la disolución de los resguardos. Estas luchas adquirieron, como te dije antes, sus más álgidos momentos al calor de las luchas campesinas por la tierra a finales de los años 60. Con estas características se fue  conformando este movimiento indígena que se expandió por toda la zona andina. A los indígenas en estas regiones de las cordilleras de los Andes y sus Valles, más allá de sus identidades culturales particulares, los juntaba la necesidad de tierra y sus adversarios eran los terratenientes. Esto generó una identidad política sin par, que es la que aglutinó a sus pueblos y embocó sus luchas en un solo torrente. En las llanuras del Oriente colombiano y en las selváticas zonas del Amazonas y del Pacífico, las luchas surgieron un poco después y no las definía la recuperación de sus tierras; de lo que se trataba allí era de defenderlas frente a compañías extractoras de recursos (madereros y mineros), ganaderos y aún de campesinos colonos, expulsados desde el interior del país por la violencia. El movimiento indígena que surgió en la zona andina fundó la ONIC[4] en 1981, con la concurrencia de indígenas de la Selva, los Llanos Orientales y el Pacífico…

V.S.L.- ¿no fue esa la época que caracterizaste como la edad de oro del movimiento indígena colombiano en un artículo de Mundo Indígena de IWGIA?

E.J.J.- Si, fueron unos años extraordinarios; de ascenso organizativo y cualificación política, durante los cuales se fundaron la mayoría de las organizaciones regionales y zonales que hoy existen en el país. Líderes indígenas del Cauca, sus colaboradores y varios amigos que trabajaban en el INCORA[5], colaboraron para que se crearan los resguardos indígenas en el Amazonas, la Orinoquia y el Pacífico. Este movimiento indígena representado por la ONIC , logra en esa época, que va hasta mediados de los años 80, abarcar a más del 90% de los 82 pueblos indígenas que hay en el país, alcanzando una unidad que no se había logrado en otro lugar de América. Es allí cuando llegan los apóstoles que traen la creencia de que pueblos indígenas selváticos no podían ser orientados por una organización, que como la ONIC,  era guiada por una organización andina como el CRIC, y menos que una y la misma organización estuviera cobijando indígenas de zonas tan diferentes como la Selva, el Llano y los Andes. De esa forma se presenta una segunda ruptura en el movimiento indígena, que es el germen de lo que años más tarde sería la OPIAC[6].

V.S.L.- ¿Cuál fue y como se presentó la primera ruptura?

E.J.J.- La que mencioné antes y que se presentó en el CRIC, la organización indígena más definida y emblemática del país, que ostenta el mérito de haber derrotado a una clase terrateniente retardataria y punitiva, si bien con grandes sacrificios y pérdidas en vidas humanas, pues hasta finales de los años 80 habían muerto cerca de un millar de indígenas, entre ellos muchos líderes destacados. A comienzos de los años 80 del siglo pasado, en momentos muy difíciles para el CRIC, cuando el presidente Turbay Ayala con la expedición del Estatuto de Seguridad, le declaró la guerra a los indígenas del Cauca para acabar con sus luchas por la tierra, llegan otros apóstoles, diferentes a los anteriores, que difunden la alucinante idea, de que entre guambianos y paéces, los dos más significativos pueblos indígenas del Cauca, que habían luchado hombro a hombro por las tierras de sus resguardos y contra el terraje, habrían diferencias culturales, y por lo tanto ideológicas y políticas en la forma de concebir la tierra; de esta forma se fraguó el fraccionamiento del CRIC, dando lugar al surgimiento de AISO[7], que es el embrión de lo que más tarde sería AICO[8]. Estoy simplificando las cosas, pues en el fondo de esta ruptura se encontraba la teoría de las nacionalidades indígenas que estaba en boga en México y que aquí algunos amigos cercanos a los indígenas la acogieron con devoción. Se trató de un momento muy inoportuno para plantear diferencias ideológicas. Pero bueno, así son los apóstoles, llegan cuando uno menos lo espera. Hay una amplia pléyade de ellos, unos con ruana, otros con sotana, otros de bluyín, de corbata o de camuflado verde oliva, que generan nuevos cismas y nuevos movimientos. Se podría señalar más matices a estas aseveraciones gruesas, pero por ahí van los tiros. Quizás lo más importante de entender es que estas actitudes cismáticas son más comunes de lo que se cree; además, no se presentan exclusivamente en los indígenas, es un proceder colombiano, quizás latinoamericano. Así como reza el refrán, que palabra y piedra suelta no tienen vuelta, esta página tampoco se puede devolver.

V.S.L.- ¿Qué ha cambiado en los movimientos sociales étnicos en Colombia y que está sucediendo actualmente?

E.J.J.- Han cambiado muchas cosas. Los indígenas han cambiado; sus organizaciones han cambiado. Algunas organizaciones se han venido preparando para contender a sus adversarios que también han cambiado, pues ya no se trata únicamente de terratenientes que corren las cercas y empujan a los indígenas selva adentro y sierra arriba; ahora sus principales antagonistas son grandes empresas extractoras de recursos y economías de plantación que esquilman sus territorios y bienes naturales. En este sentido las principales  organizaciones indígenas no pretenden aislados enfrentar a adversarios tan poderosos; por el contrario buscan amigos que los apoyen y hacen alianzas con sectores sociales cercanos, para que sus movilizaciones tengan más impacto. En contraste, otras organizaciones, más tradicionales y al margen de las contiendas políticas que se han dado en el país, han procurado aislarse de cualquier proceso político, gestionando sus asuntos y enfrentando sus problemas sin apoyos o injerencias externas; los pueblos que así proceden, al encerrarse en esencialismos culturales, para blindarse de reales o imaginarias imposiciones culturales, son, vaya paradoja, cooptadas por el Estado, ONG y otras cosas parecidas. Pero lo más común que sucede es que pierdan el aliento y se ahoguen, ya que ningún pueblo ha logrado sobrevivir y desarrollarse aislándose y nutriéndose de su propia substancia. Sin embargo, una buena parte de las organizaciones, por no decir la mayoría, han sido arrolladas por la violencia en sus territorios. Pero hay más cambios que a mi juicio también hay que tener en cuenta para entender el desarrollo de las organizaciones y la cuestión étnica actual.

V.S.L.- ¿Cuáles por ejemplo?

E.J.J.- Uno que es muy importante. Aquella idea de Estado unitario y Nación homogénea, que había sido el ideal de muchos pensadores y élites políticas de Colombia, comenzó a resquebrajarse con la Constitución de 1991, y ya no va más. Surgieron a la luz pública otras visiones sobre cómo organizar la sociedad y el Estado, la producción, los territorios, otras formas de concebir el desarrollo y la ciencia, sustentadas por pueblos indígenas americanos y africanos, tornando la cuestión étnica en uno de los más importantes y complejos desafíos socio-políticos para el Estado y para la Nación colombiana. Y no obstante el menoscabo que sufrió la Constitución de 1991 con el reordenamiento económico, jurídico y político que se ha hecho del país en los últimos años para restaurar un régimen gamonalista y terrateniente, en el cual el presidente Uribe se empeñó a fondo durante sus ocho años de gobierno, no se logró desmontar el Estado liberal de derecho que se ha venido construyendo, y que ha disminuido el poder de los potentados, las ideologías y las religiones.

El otro cambio, esta vez no tan positivo, es el que se ha producido al interior de las organizaciones indígenas, como producto de la apertura del Estado hacia sus pueblos indígenas y afrocolombianos con esa Constitución. Ha surgido un tipo de dirigente, que representa a sus pueblos ante el Estado. Se trata de modernos profesionales de la política, con grandes capacidades oratorias, viajan mucho, se mueven con soltura en aeropuertos y hoteles, poseen excepcionales destrezas y donaire para desenvolverse en foros internacionales, manejan tecnologías novedosas como computadoras, celulares y otras cosas por el estilo; los que vuelan más alto, cruzan fronteras, son llamados a participar de organismos internacionales, son influyentes en entidades del Estado, llegan al Senado de la República o a la Cámara de representantes y ocupan cargos públicos tan importantes como la personería de Bogotá; hablan de tú a tú con gobiernos y agencias de desarrollo, y algo que antes no sucedía, les fascina el poder y figurar en los medios.

V.S.L.- Pero eso es positivo. Apropiarse de tecnologías modernas, ocupar cargos públicos y poder hablar con gobiernos y líderes mundiales de igual a igual es uno de los logros más importantes de la irrupción de los movimientos indígenas en la vida pública del país. Ya los liderazgos no operan desde el anonimato. No veo porque esto pueda ser negativo o perjudicial.

E.J.J.- En teoría no tendría porque serlo. Pero en la historia real la modernidad capitalista le ha jugado una mala pasada a las organizaciones con este nuevo liderazgo, que al moverse en ambientes genéricos y distanciados de sus pueblos, terminan borrando de sus mentes la dimensión real de sus comunidades y alejándolos espiritualmente de ellas. Esto conduce a que entiendan cada vez menos los problemas y descuiden los apremios más inmediatos de sus paisanos; pero también que se les vuelvan intrascendentes las redes sociales comunitarias y banalicen las particularidades étnicas que son los fundamentos de la identidad de sus pueblos. Utilizan los movimientos, alianzas, partidos políticos indígenas y a sus amigos, más como vehículos de promoción personal y menos como herramientas para forjar instituciones económicas y políticas dinámicas que viabilicen el mejoramiento económico y social, y aumenten la capacidad para defender los bienes comunes de sus pueblos. No los conmueve el drama que viven miles de sus hermanos desplazados en las grandes ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, subsistiendo de la caridad pública; y tienen que estar muy confundidos estos líderes para no sentir indignación frente a esta situación. Peor aún, se debe estar muy alucinado para no entender que esto sucede en sus pueblos, no sólo por el conflicto armado, sino también porque tienen organizaciones e instituciones mal constituidas. Este desarrollo no representa pues un avance político de las organizaciones; y los líderes que se obnubilan con estas mieses que ofrece esta participación en el poder, procuran conservarlo a toda costa, bloqueando aún procesos internos de desarrollo institucional que puedan poner en peligro sus intereses.

V.S.L.- ¿De qué mieses estamos hablando que perturban la conciencia de esta nueva dirigencia?

E.J.J.- Como dijo Garganta Profunda en el escándalo de Watergate: siga la pista de la plata. En este caso pueden ser las transferencias de los ingresos corrientes de la Nación; o ser recursos de la cooperación internacional, o dineros que brinda la solidaridad. Pueden provenir de la venta de recursos naturales de sus territorios a empresas extractivistas,  o recursos obtenidos por sus pueblos en luchas anteriores. El poder que brinda la representación política, abre muchas puertas para torcidas operaciones; vea usted el caso de un reconocido líder indígena que ha sido judicializado por enriquecimiento ilícito, siendo funcionario público, o el caso de algunos alcaldes indígenas que terminaron en la cárcel por apropiaciones indebidas de dineros públicos, que tenían como destino inversiones en salud y educación en sus comunidades.

V.S.L.- Pero eso sucede en todos los escenarios de la representación política. Muchos alcaldes y gobernadores del país están siendo investigados por lucrarse de recursos públicos o dineros que habían gestionado para sus municipios y departamentos.

E.J.J.- Pero claro que sí. Es un mal de muchos… No obstante para el caso indígena las consecuencias son generalmente graves. Con organizaciones y comunidades débiles para ejercer controles sobre sus dirigentes, crece en estos el oportunismo, como forma de convivencia con la sociedad mayor y sus instituciones, y se va perdiendo la vergüenza, ante todo aquel altruismo característico de los líderes históricos que orientaron la lucha por la tierra, prestando un servicio a sus comunidades y renunciando de antemano a cualquier reconocimiento material, lo que nos enseña que el liderazgo no sólo es poder, es ante todo responsabilidad. Ya que algunos de esos líderes históricos eran también guías espirituales de sus pueblos, se podría decir que lo que se presenta actualmente es el triunfo del funcionario sobre el chamán. Los colaboradores de las luchas indígenas que estuvieron al lado de esos líderes históricos, saben de qué estoy hablando. Un problema adicional que se presenta es que ventilar estos asuntos no es sencillo, pues estas apreciaciones críticas, aunque sean comedidas, no son bien recibidas por las organizaciones, que prefieren no hablar de estas necedades de sus dirigentes, ya que esto afecta la credibilidad y por lo tanto la solidaridad internacional.

Peor aún, en ocasiones surge una solidaridad étnica, o se articulan clanes familiares, que en algunas regiones cierran filas a su alrededor para retener privilegios, restableciendo aún instituciones y costumbres autoritarias del orden tradicional, que congelan el desarrollo institucional de las organizaciones indígenas. Pero tiene usted razón, de esto hay bastantes ejemplos, no sólo en las organizaciones indígenas y no sólo en Colombia. No quisiera hablar más de esto, no solo por pudor y porque siento vergüenza ajena, sino porque brinda un espectáculo bochornoso que desluce a los indígenas y no se lo merecen sus organizaciones. Y lo peor, dudo que sea útil.

V.S.L.- Entiendo que una sana contribución a las organizaciones indígenas es señalar sus equivocaciones; ocultarlas no les presta ningún servicio. En este país se halaga mucho y en nombre de la prudencia, se calla y no se polemiza. Pero estas críticas no se habían expresado de forma tan exacerbada como aquí lo haces. Es más, me atrevería a decir que los que las han expresado así, han sido gente de la derecha y de reconocida trayectoria anti-indígena. Lo sucedido con algunos indígenas que han ocupado cargos públicos y que han sido condenados por la justicia tampoco puede empañar la imagen de muchos otros líderes que han jugado un papel importante en las movilizaciones y en la lucha por los derechos de los pueblos indígenas, y que han sido perseguidos y asesinados como Cristóbal Secue, Álvaro Ulcué,  o desaparecidos por los paramilitares como Kimy Pernía, sobre el cual has hablado y escrito mucho.

E.J.J.- Polemizar es positivo y necesario, eso no tiene ninguna duda. No entiendo sin embargo porque  tenemos que hablar siempre y sólo de las cosas bellas, que también hay muchas en los pueblos indígenas. Creo que es más inteligente criticar. Sin embargo en algo tienes razón, y es que hay cierta exageración en lo que expreso; la exageración es en este sentido un recurso didáctico para llegar al núcleo de la cuestión, con el fin de destacarla y hacerla más inteligible. Pero para evitar los malos entendidos que pueda generar esta entrevista, le reitero una vez más, que este fenómeno no afecta a todas las organizaciones indígenas ni a todas las dirigencias; es una generalización que tiene grandes excepciones, como aquella dirigencia embera katio que orientó, con el inefable Kimy a la cabeza, las movilizaciones contra la represa de Urra; no sobra recordarlo, que se trató de una dirigencia que en parte fue asesinada o desaparecida y que hoy se encuentra desarticulada.

O en el Cauca por ejemplo, donde han surgido ocasionalmente élites que buscan beneficiarse del legado de las luchas del CRIC y que hacen creer a  sus organizaciones, que el movimiento indígena sin ellas no tendría sentido. Pero allí este tipo de liderazgo es efímero y sucumbe ante los sistemas propios de censura y control que tienen las comunidades. Además hay también procesos en marcha en otras regiones indígenas del país, tendientes a superar estos despropósitos que se presentan en las cúpulas de las organizaciones, y es interesante ver que pueblos, cansados de las actuaciones de estas élites indecentes, terminan removiéndolas, dándole así un giro radical a sus estructuras  políticas para salir del estancamiento en que las habían sumido. De esto hay varios ejemplos en el país. Quisiera mencionar uno a manera de ilustración; el resguardo embera chamí de Karmatarua o Cristianía, en Antioquia, que es hoy un modelo representativo de un buen gobierno indígena.

En fin, también es cierto que élites que concentran poder y gobiernan sin restricciones para beneficio propio, no es un asunto exclusivamente indígena, también está generalizado, y es aún más común, en el mundo de los partidos y de los movimientos sociales en Colombia. Esto desanima, pues le resta entusiasmo al activismo social, ensombrece el romanticismo de las luchas populares y vuelve aburrida la militancia política. Así andamos.

V.S.L.- Admitiendo que sea real este cambio de comportamiento que le endilgas a una parte de la dirigencia indígena, ¿explicaría ello que después de una efusiva agitación social protagonizada por los indígenas, los movimientos sociales de carácter étnico se encuentren en un momento de letargo, quizás de reflujo? ¿No tiene que ver esto más bien con el gobierno de Juan Manuel Santos, que asombró a propios y extraños al cambiar el estilo de Uribe de estigmatizar y criminalizar las movilizaciones indígenas? O que se relacione quizás con lo que se habla en los mentideros políticos de que este reflujo se debe a la influencia de ideologías que buscan cooptar o replantear las luchas indígenas.

E.J.J.- El enfoque que yo tengo es que los indígenas han actuado por su propia cuenta y sus movilizaciones han sido bastante autónomas, así hayan recibido influencias de colaboradores y asesores de sus organizaciones, lo que siempre ha sido así y no veo nada raro ni malo en ello. Esa que llamas efusiva agitación social de los últimos tiempos arranca en el momento en que el presidente Uribe toma la decisión de demoler al movimiento indígena, tal como lo había hecho con otros movimientos sociales, después de ver fracasados los intentos de cooptarlo. Un amigo nuestro que estuvo cerca de Uribe nos comentó que en una ocasión, sorprendido por la capacidad de movilización de los indígenas, había dicho que él, con gente de ese talante acompañando su política de seguridad democrática, la crónica guerra de los grupos insurgentes contra el Estado, tendría para ellos, y en especial para las FARC[9], un precio muy alto. Yo le creo.

V.S.L.- ¿Le crees a tu amigo, a que Uribe expresó esto o a que los indígenas tengan esas facultades?

E.J.J.- Las tres cosas. El amigo de entonces era en esa época una fuente confiable, no sé ahora. Y Uribe conoce muy bien la capacidad de movilización de los indígenas del Cauca. Y debe haber seguido de cerca el gobierno de Fujimori en el Perú, y conocido además lo que le sucedió al MRTA[10] en ese país, cuando este grupo guerrillero asesinó al dirigente asháninca Alejandro Calderón en 1989, bajo la acusación de que él, 25 años atrás, había entregado al ejército peruano a un dirigente del MIR[11]. Este hecho provocó el levantamiento indígena más impresionante de toda la Amazonia, después del protagonizado por Juan Santos Atahualpa en el siglo XVIII. En menos de tres meses cerca de 10.000 ashánincas del gran pajonal, armados de lanzas y flechas asaltaron los campamentos del MRTA, causándoles considerables bajas y forzando a esta guerrilla a abandonar la región. Fue el comienzo de su fin, pues cuando Fujimori le asestó el golpe terminal con la cruenta retoma de la embajada del Japón, donde murieron sus líderes, ya este movimiento se había marchitado. También Uribe tuvo que haber oído hablar del movimiento indígena zapatista en Chiapas y de otras insurrecciones de carácter étnico en el mundo, que han amenazado con despedazar Estados.

V.S.L.- ¿Piensas que pueda suceder algo así en Colombia?

E.J.J.- Ya sucedió. El Movimiento Armado Quintín Lame surgió en el Cauca para frenar el asesinato de líderes indígenas durante la lucha por la tierra, pero para nadie es un secreto que los grandes enfrentamientos los tuvieron con el VI frente de las FARC , después de que este grupo asesinara en 1982 a Ramón Júlicue, líder indígena páez del resguardo de San Francisco en el Norte del Cauca, y a su hijo. Esta fue la gota que colmó el vaso. Habían sido muchos los abusos que este frente había cometido con los indígenas; para ello basta sólo mirar los comunicados del CRIC de esa época. Al final se llegó a acuerdos de no agresión, pero después de que estos enfrentamientos habían causado cerca de un centenar de muertos en ambos bandos. Esos acuerdos fueron firmados por Jacobo Arenas, Manuel Marulanda y Alfonso Cano que ya no son de este mundo, acuerdos que corren el peligro de olvidarse, con más veras, debido a la crónica amnesia que sufren los grupos insurgentes.

También había sucedido en planadas (Tolima), cuando las FARC asesinaron a una familia indígena páez, acusada de ser  informante del Ejército; esto ocurrió por allá en los años 60, durante la Operación Marquetalia; por aquel entonces los paeces crearon un grupo de autodefensa con cerca de 150 hombres, desatándose una guerra con las FARC que duró casi 20 años. Lo mismo sucedió en Ortega[12] (cordillera occidental del Cauca) con también indígenas paeces; allí, en el 2003, se desmovilizaron 160 combatientes de estas autodenominadas autodefensas campesinas de Ortega, poniendo fin a cerca de 4 décadas de actividad armada contra las FARC. En los dos últimos casos, el ejército les facilitó la tarea a los indígenas, proveyéndolos con armas y material de intendencia.

Levantamientos étnicos armados no son entonces nada nuevo en Colombia; y aunque ya los indígenas no están para meterse en más guerras y sería lamentable que volvieran a levantarse en armas, uno no puede predecir cómo reacciona un pueblo cuando es agredido, ofendido y experimenta que sus derechos y dignidad son atropellados. El talante de los paeces no es el de aceptar sometimientos; prefieren luchar, aún hasta el sacrificio. De esto pueden dar cuenta muchos españoles que dejaron sus vidas en territorio páez, durante y después de la Conquista. Por eso lo que sucedió en Toribío con la chiva-bomba enciende las alarmas. Y aunque parece prudente la actitud de los indígenas, a muchos les extraña ese silencio. Pero bueno, son ellos a los que se les ha manchado la honra y pisoteado el orgullo y no somos quienes para juzgarlos o pedirles pronunciamientos.

V.S.L.- En los documentos, comunicados y denuncias de algunas organizaciones indígenas se capta un marcado sesgo izquierdista. Para preparar esta entrevista leí muchos de ellos; y algo que me llamó la atención es que las denuncias sobre atropellos cometidos por grupos insurgentes contra las comunidades y sus líderes, en comparación con las que se emiten contra el ejército y los grupos paramilitares, son tímidas, o se engloban bajo ese término tan genérico de “actores armados”. No se necesita ser un experto en comunicación para suponer que se trata de un encubrimiento. ¿Se oculta algo por temor a represalias?

E.J.J.- Los indígenas que se forjaron en las contiendas de la lucha por la tierra, califican a los terratenientes y a las empresas expoliadoras de territorios y recursos como sus enemigos más inmediatos. Y ven a los campesinos, a los negros y a otros sectores populares como sus amigos más cercanos. Hablan de necesarias alianzas de estos sectores excluidos para enfrentar a sus opresores. Hablan igualmente de la urgencia de cambios estructurales en la economía y en el Estado para superar un sistema social injusto y otras cosas por el estilo. Este es un lenguaje muy común que los indígenas comparten con la izquierda. No estoy diciendo -cuidado- que compartan una ideología o pertenezcan a algún partido o movimiento de izquierda. Aunque admito que en los últimos años se ha dado un alza ideológica en los líderes, producto por un lado de la polarización que creó el presidente Uribe; pero por otro lado por la tradicional puja política de los líderes que para perfilarse y destacarse ante sus pares de otros movimientos sociales, inflan su talante revolucionario; y en esto hay el peligro de que los discursos se enardezcan, se salgan de madre y caigan en una retórica populista que reduce el mundo a indígenas-víctimas y Estado-victimario, parecida a como lo hace la izquierda con aparatosa elocuencia.

V.S.L.- Así las cosas, ¿por qué se sigue identificando a los indígenas con la izquierda?

E.J.J.- Esa supuesta identificación de los indígenas con corrientes de izquierda se debe a que estos movimientos y partidos apadrinan las luchas indígenas, aunque sin asumir, en muchos casos sin entender, las implicaciones que tiene ese apoyo para sus propias prácticas políticas, porque en realidad los indígenas son puestos como floreros en las marchas y manifestaciones populares de esos partidos. Y déjeme decirle algo que se relaciona con esto. Aunque hay excepciones y personas muy lúcidas y valiosas en estos partidos, las izquierdas de Colombia no son un dechado de virtudes y les falta la grandeza de espíritu, la elevada moral y los gestos nobles, que Rosa Luxemburgo consideraba fundamentales para hacer historia; a mi juicio no tienen hoy mayor cosa que ofrecerles a los indígenas. Vea, ni siquiera se manifiestan contra los abusos de los grupos insurgentes a las comunidades. Son colosos con pies de barro que se desploman al tocar tierra indígena, pues frente a la cuestión étnica tienen demasiadas ideas filosóficas, pero carecen de propuestas políticas prácticas para los pueblos indígenas y afrocolombianos.

V.S.L.- ¿A qué se debe esto?

A que en los programas de los partidos y organizaciones de izquierda, los indígenas son asimilados a los campesinos, pues adolecen de una manifiesta discapacidad para entender las nuevas realidades de nuestro tiempo, en especial las que irrumpen en la escena política con movimientos sociales generados por demandas étnicas, de género, etc., y son renuentes a aceptar que ha habido cambios en la sociedad, en la economía y en la política. Aunque comienza a hacerse notar una nueva izquierda, menos doctrinaria, más ilustrada, más proclive a análisis críticos de la sociedad, todavía esta no ha hecho escuela en los partidos y movimientos radicales de izquierda, donde prevalecen la demagogia y el populismo, fenómenos que impiden una mejor comprensión del multiculturalismo. Se trata entonces de falencias y no de simples tensiones entre formas de organización social y luchas políticas, que rara vez convergen por la vía del dialogo y en igualdad de condiciones. Estas falencias son más notorias, donde ellas han llegado al poder como en los vecinos países de Venezuela, Bolivia y Ecuador; la evaporación del socialismo del siglo XXI es quizás una muestra de ello. Los indígenas no son tontos, además son gente pragmática que no se moviliza fácilmente por ideas genéricas y pugnas ideológicas que han perdido sentido y han conducido a una atomización de la izquierda, arrastrando con ello a los movimientos sociales. La disminución de la participación indígena en los eventos populares de los últimos años, convocados por esas izquierdas, es tal vez una señal, una respuesta a no dejarse arrastrar, como sucedió, salvando las distancias, con las conflictivas relaciones del CRIC con la ANUC[13] en los años 70. En síntesis, la izquierda colombiana y los indígenas siguen siendo dos mundos diferentes en permanente colisión.

V.S.L.- Cualquiera pensaría que te has propuesto la tarea de denigrar de la izquierda.

E.J.J.- Nada más lejos de mi intensión. ¡Ni más faltaba! Además el término denigrar para calificar los reparos que hago a las izquierdas me parece injusto y no sólo por la etimología de la palabra. Los que tenemos una biografía de izquierda y hemos estado al lado de movimientos sociales, acostumbramos a hacer este tipo de críticas, pues deseamos sinceramente que se den reflexiones más profundas, que se revienten esos estrechos márgenes doctrinarios que impiden el surgimiento de nuevas teorías y formas de hacer política para oxigenar a la izquierda y rectificar el rumbo, como lo aconsejan nuevas visiones del marxismo. De la cada vez más fascista derecha, los indígenas no pueden esperar nada; de allí sólo vienen empeños por deshumanizarlos y convertirlos en chivos expiatorios de todos los atrasos del país.
En cuanto al posible encubrimiento por temor, que es a lo que te referías, eso ya se ha ido superando. Hasta pueblos indígenas tan vulnerables y tan golpeados como el awa, en el departamento de Nariño, no callan y denuncian con nombre propio a sus agresores. Lo curioso aquí es que hay organizaciones políticas, aún de derechos humanos, que para determinados casos de violaciones a los derechos de los pueblos indígenas, donde la autoría viene de grupos insurgentes, continúan utilizando en sus comunicados ese término genérico de actores armados. Esto además de inaceptable, es imprudente, pues le da argumentos al Estado para denostar a las organizaciones que defienden los derechos humanos. Pero también es cierto que hay pueblos indígenas que por debilidad y temor no denuncian, y otros que siendo fuertes, tampoco se pronuncian con la vehemencia que los ha caracterizado, contra la ocupación que grupos insurgentes han hecho de sus territorios y por la especie de Armagedones que desde allí preparan, utilizando las mejores condiciones estratégico-militares de sus territorios. Y lo traigo a colación aquí, porque si existe algo que desata todos los demonios y la indignación de los paeces, es cuando se invaden o se ocupan sus territorios.
V.S.L.- Poco a poco ha ido emergiendo un movimiento social en Colombia que plantea desde la izquierda la alianza de obreros, campesinos, indígenas y otros sectores populares, cada cual manteniendo su autonomía para evitar que sus reivindicaciones particulares sean traspapeladas por partidos políticos con ideas genéricas y programas  uniformes. ¿Es eso lo que buscan los indígenas?

E.J.J.- Para serte sincero, a estas alturas del partido no sé hacia dónde van los indígenas. Habría que preguntarles a ellos y a sus dirigentes. Hay tantos apóstoles…

V.S.L.- ¿No eres uno de ellos?

E.J.J.- (risas)… ¡Por favor!… Brecht decía que tener convicciones era tener esperanzas. Yo todavía tengo convicciones; cuando hablo de apóstoles, no me estoy refiriendo a personas con convencimientos. El término apóstol lo utilizo aquí, como generalmente lo hacen muchas personas, para caricaturizar a aquellos custodios de la fe que defienden celosamente una doctrina, o en este caso, a los que profesan ideologías petrificadas y conductas rígidas que excluyen otras ideas. Pero bueno, eso es una nota al margen. Yo estoy suelto de cualquier vínculo con las organizaciones indígenas; por eso puedo opinar sin ninguna atadura. También mis opiniones, ni las comprometen, ni las afectan, aunque a veces exasperan a los apóstoles. Le pongo un ejemplo en este sentido y sobre el tema que estamos tratando. Siempre he sostenido, y eso lo aprendí en el Cauca cuando participaba de las luchas indígenas de allí, que es necesario abrir espacios a la diversidad de pensamientos e ideas políticas y organizativas, más aún tratándose de sociedades multiétnicas y pluriculturales como las nuestras; y no hace mucho, volviendo a recordar estos enunciados, busqué ejemplificarlos refiriéndome críticamente a un artículo titulado Estrategias para dividir al movimiento indígena[14]. Pero en ese contexto, se me ocurrió también referirme al estilo de generar comunicación que desvalorizaba otras voces. Lo que argumentaba yo en aquella ocasión es que este estilo de ejercer las comunicaciones, no favorecía una formación crítica, pues la democracia deliberativa requiere distancia ideológica, Ya que sin posibilidades de cambios de opinión, la deliberación es un ejercicio estéril. ¡Y allí fue Troya! El apóstol dueño del artículo me dijo que no me metiera donde no me habían llamado. ¡Hágame el favor! Me excomulgó, me negaba el derecho a opinar sobre asuntos de mi propio país, sobre todo sobre asuntos que son de mi incumbencia como antropólogo y de mi interés como activista social que siempre he sido.

Alaine Touraine decía que una democracia solo cobraba vida cuando tenían expresión pública la gran variedad de formas de organización social que existen en un país. Lo mismo es válido para el mundo de las ideas que dan vida a esas expresiones sociales. Pero así no piensan los apóstoles, que no sólo no deliberan, sino que descontextualizan la realidad social y por esa vía excluyen también la diversidad de pensamientos. Peor aún, las sectas que ellos crean se refugian en un mundo inmune a todo análisis crítico, y por eso no padecen dilemas, ni tienen que lidiar con problemas y contradicciones internas de las organizaciones, como sí nos toca hacerlo a todos los mortales que trabajamos con movimientos sociales; ellos por el contrario, están por encima del bien y del mal, y por supuesto, sobreviven sin apuros todos los cataclismos políticos, ya que como dice Kolakowski, su virtud ha sido la completa y feliz ausencia de contaminación de cualquier realidad.

V.S.L.- No has dicho cuál es tu opinión frente a las autonomías desde la base…

E.J.J.- Ah sí, a lo que te referías antes. Yo he seguido con curiosidad y admiración la resistencia de los indígenas desde sus comunidades, desde la cotidianidad del trabajo en sus huertos para evitar que se destruyan cosas básicas de su entorno que están conectadas, como la tierra, el agua, los bosques, para proteger su comida, sus semillas y en fin, todo aquello que tiene que ver con lo que se denomina Sumak Kawsay o buen vivir en la filosofía quechua; he observado de cerca los esfuerzos que hacen por sacar adelante sus proyectos de educación y salud, pero también la resistencia que ofrecen para no dejarse quitar sus logros políticos y económicos, que son muchos. No obstante los que hemos sido partidarios de este enfoque autonomista no podemos ya ocultar el desaliento que produce la pérdida de vigor de estos procesos, y ya son varios los amigos que hemos empezado a dudar de que se pueda construir en el poco tiempo que les queda y desde esos escenarios marginales, desde donde operan estas organizaciones autónomas, un movimiento social pluricultural que pueda concluir el proceso de descolonización que se emprendió hace 40 años, y se pueda detener, y quizás algún día revertir, los procesos en marcha que continúan mercantilizando los territorios, la madre tierra que llaman los indígenas.

V.S.L.- Admitiendo esa autocrítica que se hacen ustedes, ¿no sería entonces oportuno para salir del atolladero en que se encuentran las organizaciones y acelerar los procesos de recuperación y fortalecimiento cultural, político y económico de los indígenas, que estos pueblos busquen apoyarse, o aún, hacer alianzas con partidos con los cuales tienen cierta afinidad política, como el Polo Democrático, el Partido Verde o el más reciente movimiento Progresistas?

E.J.J.- A mi juicio los indígenas deben seguir dialogando con la gente más cercana a ellos, aislarse es una majadería. Y si las alianzas se llevan a cabo después de un proceso de debates y consultas con las organizaciones, vaya y venga. Pero generalmente estas alianzas las hacen las dirigencias y esto acarrea riesgos; que yo recuerde, en todas las alianzas que han hecho con la izquierda colombiana o con los partidos progresistas, han salido mal librados los indígenas, lo que no significa que en todos los casos la responsabilidad haya sido exclusivamente de la izquierda. Voy a soltar una herejía, a veces los pactos que han hecho con la derecha han sido menos perjudiciales, pues les han proporcionado algún respiro en momentos difíciles. Un ejemplo fue el acuerdo con los terratenientes en el Cauca, el conocido acuerdo FEDEGAN[15]-CRIC. En cambio las alianzas con la izquierda, como todos los casamientos que se consuman sin pasión, solo han traído frustraciones. Esto se debe a que en algunos casos los partidos de izquierda les han asignado a los indígenas roles que ellos ni siquiera se habían imaginado; aquella idea, por ejemplo, de que los indígenas tienen la respuesta para enfrentar la crisis civilizatoria de los últimos tiempos o la clave para detener el cambio climático que amenaza con arrasar todas las formas de vida en el planeta, además de ser abusiva, es barata y poco seria, pues no les resuelve nada, ni a ellos ni al país; sin embargo a muchos indígenas los han subido a ese escenario para capitalizar la crisis ambiental global.

Otras alianzas han fracasado, porque los partidos no los han considerado como socios orgánicos de un proyecto político y toman las decisiones sin contar con ellos, lo que los ha dejado a la vera del camino; un ejemplo de esto es el del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, con los indígenas de tierras bajas; hay que mirar el caso de la carretera para atravesar el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, que es rechazada por los indígenas porque los afecta, pero que Evo anunció que se hace porque se hace. El fundador del Estado Plurinacional de Bolivia llega a calificar de enemigos internos a estos indígenas que hoy marchan en defensa de su territorio ancestral. Pero hay otras alianzas que fracasan porque se hacen con partidos considerados progresistas, como el Partido Verde, pero que son como el caballo de la estatua de la plaza, que no te caga nunca, pero tampoco te lleva a ninguna parte, chistosa anécdota contada por Daniel Samper Pizano, del humorista argentino Enrique Pinti, refiriéndose a su Partido Radical.

V.S.L.- Por la vía de los enfoques autonomistas no se llega a ninguna parte, pero por la vía de las alianzas con la izquierda tampoco. ¿Cómo se explica entonces este panorama tan contradictorio que aquí has dibujado?

E.J.J.- De ser una verdad real este panorama, sería una muestra del fiasco de la perspectiva política autonomista que hemos defendido y por lo tanto de nuestro propio fracaso ideológico.

V.S.L.- Ante ese cuadro tan desolador que presentas, ¿se les ocurre entonces algo que podría hacerse?

E.J.J.- Hay mucha gente que es de la opinión de que la ASI[16], a pesar de todos los estrujones y codazos que se dan a su interior, sigue siendo un partido político necesario para acompañar a las organizaciones y ayudarlas a salir del atolladero. De allí que este partido deba ser fortalecido políticamente, en vez de ser visto como armatoste para obtener beneficios personales, siguiendo la regla de que cuando me sirve estoy adentro y si no me sirve me voy para otro partido, o fundo uno nuevo, pero dejo la puerta abierta para regresar, si de nuevo puedo sacarle réditos políticos. Lo otro es obvio, las organizaciones deben decidir sus propias agendas, tener claridad hacia donde quieren ir y actuar en consecuencia, pero ante todo deben tener la entereza para separarse de liderazgos indigenistas y oportunistas que les hacen daño y que no permiten que sus instituciones se sigan desarrollando. Lo que si cada vez es más real es que mientras continúen viviendo en la incertidumbre, y haya ausencia de grandes definiciones para superar el estancamiento o el letargo, como calificaste la situación que viven estos pueblos, entonces estarán entrando más temprano que tarde en la recta final del etnocidio. Deberían por lo tanto hacer ingentes esfuerzos por mantenerse a flote y no desaparecer.

V.S.L.- Pero ¿cómo se logra eso?

E.J.J.- Sinceramente no sé. Lo único que me atrevo a decir es que para eso no hay recetas. Cada pueblo debe encontrar su camino, hacer uso de su imaginación e ingeniárselas para sobreaguar. Esa creatividad la han tenido muchos pueblos en el pasado. Los que no la tuvieron y resistieron, los desaparecieron. Mientras tanto nosotros debemos también ingeniarnos fórmulas para apoyarlos. En esa dirección sí me arriesgaría a decir algo, sobre todo después de leer la reciente entrevista que la revista Semana le hizo al empresario bananero y comandante paramilitar Raúl Hasbún, alias “Pedro Bonito”, que es cuando uno comprende la real dimensión de la para-política, la narco-para-democracia y el poder de la narco-economía en Colombia y los daños causados al país. Muchos capos del paramilitarismo están presos, muertos o extraditados, aunque también muchos están, como se dice en argot popular, pasando de agache. Sin embargo los avances realizados contra el paramilitarismo y sus aliados en el Estado son principalmente logros de la rama judicial que inició los procesos contra la parapolítica, apostándosela toda por el país; la jurisprudencia de la Corte Constitucional y las actuaciones de la Corte Suprema de Justicia son pruebas de ello. Tenemos, aunque no sabemos hasta cuando, esos órganos de poder constitucional garantistas de derechos fundamentales. Me atrevería entonces a decir, que ahora que los indígenas se encuentran en esa situación que caracterizas como de letargo, están lastimados y debilitados, las organizaciones han perdido el brío para reivindicar sus derechos y los liderazgos, por sus pequeños y mezquinos intereses bloquean el desarrollo de sus instituciones, entonces valdría la pena trabajar su problemática desde la perspectiva de esos derechos, que deben ser tutelados por las cortes; son derechos que han sido vulnerados por múltiples actores y desconocidos o menospreciados por el Estado.

V.S.L.- ¿Cuáles son esos derechos que han sido vulnerados y quiénes son los autores de esas violaciones?

E.J.J.- Se han violado muchos derechos, casi todos. A los pueblos indígenas no sólo se les ha perturbado su entorno con la ocupación que han hecho todos los actores armados de sus territorios,  pero también con la penetración de intereses económicos como la minería, la explotación de hidrocarburos, la extracción de recursos madereros y los monocultivos de plantación, incluida la coca; más aún, algunos de sus territorios como el de los embera katio del Alto San Jorge y Alto Sinú fueron sembrados con minas antipersona que han cobrado varias vidas. Esta afectación de sus territorios, también ha perturbado de manera severa sus modos de vida; el creciente desarraigo de algunos pueblos, ha puesto en riesgo sus vidas como pueblos. Y el derecho a la vida es un derecho fundamental de la Constitución Política de Colombia, que se antepone a cualquier otro derecho o interés público o privado. La opinión que compartimos muchos de los que hemos estado cercanos a los pueblos indígenas, es que al Estado le debemos exigir el cumplimiento de los mandatos constitucionales. Porque el Estado tiene la obligación no sólo de respetar los derechos de los pueblos indígenas, sino también de garantizarlos y en caso de pérdida, restablecerlos.

Jorge Luis Borges dijo alguna vez que en especiales momentos la suerte de un solo hombre representaba la de todos los seres humanos. Algo similar podemos decir para los indígenas, debido al particular momento que vive Colombia: la suerte de los pueblos indígenas, representa la de todos los colombianos, o como una vez se concluyó en el congreso indígena de Bosa, de que si no había paz para los pueblos indígenas, difícilmente Colombia conocería la paz. Así también lo entendió la Corte Constitucional, cuando en su Auto 004 de 2009 expresó que había varios pueblos indígenas que estaban al borde de la extinción física o cultural a causa del conflicto armado, lo cual sería un orden de cosas inconstitucional que afectaba a todos los colombianos.

V.S.L.- A propósito del auto 004, ¿Cuál es el estado actual de los planes de salvaguarda étnica?

E.J.J.- No quisiera entrar en detalles, pero me late que es otro fraude más que el Estado está tramando contra sus pueblos indígenas, lo que mostraría también las falencias de las luchas legales por los derechos de los pueblos indígenas.  Hay malestares en algunas zonas por la lentitud con que marchan los planes de salvaguarda. Creo que en este caso el presidente Santos hizo gala de sus dotes de tramoyista. Por un lado se comprometió con la Corte Constitucional a cumplir con el auto, pero por otro lado empantanó el proceso al poner a los indígenas a elaborar propuestas estratégicas y lineamientos políticos para el Programa Nacional de Garantías de Derechos de los Pueblos Indígenas, para el Plan de Salvaguarda Étnica y el Proceso de Consulta Previa. Estas propuestas deben, según la Corte Constitucional, ser el resultado de un proceso de concertación con las autoridades indígenas desde lo local, pasando por lo regional para llegar a lo nacional. El Estado ha venido suministrando los recursos para llevar a cabo esta labor. Son varios los pueblos que se encuentran atascados, elaborando sus planes de salvaguarda, y como los recursos se agotan, en parte por dudosos usos, como lo han denunciado algunos indígenas, entonces se alarga el proceso mientras se tramitan nuevos recursos. Si el proceso se dilata o los resultados no son satisfactorios y el Estado los objeta en la Mesa de Concertación, los responsables serán los líderes y organizaciones indígenas que están al frente del proceso. En síntesis el gobierno acata la orden de la Corte Constitucional, pero empantana el proceso para dilatar su cumplimiento. Prefiere, porque es más barato para el Estado y más dispendioso para las organizaciones indígenas, continuar suministrando más y más recursos para que los líderes de las organizaciones y sus asesores continúen investigando y realizando encuentros, talleres y otras cosas por el estilo para sistematizar  y hacer los diagnósticos.

Mientras tanto la situación en las regiones se agrava, como se deduce de algunas comunicaciones de las organizaciones que, como las de los cinco pueblos del resguardo Caño Mochuelo en el Casanare, manifiestan no entender como la Corte reconoce la vulnerabilidad de los indígenas de esta región, pero que después de tres años de la expedición del auto 004 las soluciones al problema territorial de fondo no llegan, entretanto el Estado sigue  promoviendo proyectos petroleros en sus territorios. O el caso del resguardo embera katio Quebrada Cañaveral en Córdoba, donde los indígenas no saben que es lo que se está adelantando para salvaguardar sus vidas, mientras viven expulsados de su resguardo, donde se plantan cultivos de uso ilícito, se expiden concesiones mineras y mueren por minas antipersona.

V.S.L.- Si la vía de la defensa legal de derechos también se agota, ¿a qué te vas a dedicar entonces?

E.J.J.- A veces, como a todos los que nos hemos empeñado con entusiasmo en esta labor, me abate la desesperanza, pero por fortuna también suceden cosas positivas en las comunidades que lo animan a uno a continuar. A veces me llega también de la memoria una frase que habría pronunciado Lutero; algo así como que si el supiera que el mundo se habría de acabar al día siguiente, él hoy sembraría un manzano. Aún sabiendo que este país va de mal en peor, en lo que al desarrollo de la interculturalidad se refiere, continuare con agrado, pues me genera mucha satisfacción, arrimando el hombro para apuntalar procesos organizativos propios de las comunidades indígenas, negras y campesinas, pues son dignos de admiración los esfuerzos que hacen algunos pueblos por sobrevivir y recomponer sus instituciones, a pesar de la barbarie y crisis humanitaria que viven y de que a diario se encuentran cara a cara con muchos de sus victimarios.

Por supuesto que seguiré contribuyendo a la construcción de procesos interculturales que han emprendido estos pueblos, pues en el Colectivo de Trabajo Jenzera y en la Escuela Interétnica somos del convencimiento de que debemos seguir cultivando y divulgando la idea de que como Nación pluriétnica, tenemos que continuar  persistiendo, aun con más ahínco, con más pedagogía y cercanía a las comunidades, en los caminos de la democracia, que en Colombia por sus particularidades históricas y sociales, debe ser intercultural o será sólo una pantomima de democracia, como hasta ahora.


[1] Una versión re sumida de esta entrevista fue publicada por el periódico DESDE ABAJO No. 181. www.desdeabajo.info

[2] Las notas de pie de página son del periódico (V.S.L.).

[3] Consejo Regional Indígena del Cauca.

[4] Organización Nacional Indígena de Colombia.

[5] Instituto Colombiano de Reforma Agraria, hoy INCODER

[6] Organización de los Pueblos indígenas de la Amazonia Colombiana.

[7] Autoridades Indígenas del Suroccidente.

[8] Autoridades Indígenas de Colombia.

[9] Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia

[10] Movimiento Revolucionario Tupac Amaru

[11] Movimiento de Izquierda Revolucionaria

[12] Región indígena del Cauca, en la cordillera occidental

[13] Asociación Nacional de Usuarios Campesinos

[14] Ambos artículos se encuentran en la red: “Estrategias para dividir el movimiento indígena” en: http://servindi.org/actualidad/25194 y “Conflictos en el movimiento indígena caucano” en: http://www.ecoportal.net/Temas_Especiales/Pueblos_Indigenas/conflictos_en_el_movimiento_indigena_caucano

 

[15] Federación de Ganaderos

[16] Alianza Social Independiente, antes Alianza Social Indígena

Víctor Segura Lapouble

Profesor universitario

 

En esta entrevista[1] el antropólogo Efraín Jaramillo Jaramillo da su opinión sobre aspectos controvertidos de las organizaciones de los aborígenes colombianos y las conflictivas relaciones que han tenido con las izquierdas. Este dialogo tuvo lugar en Bogotá el 28 de abril de 2012, con  motivo de la presentación del libro “Los Indígenas colombianos y el Estado. Desafíos ideológicos y políticos de la multiculturalidad” del Grupo Internacional de Trabajo sobre Asuntos Indígenas (IWGIA) y el Colectivo de Trabajo Jenzera. Esta entrevista busca suscitar el debate sobre los conflictos que lesionan a estos pueblos tan significativos en la historia del país. [2]

 

Víctor Segura Lapouble (V.S.L.)- Para empezar, hablemos un poco sobre la historia y dinámica de las recientes luchas indígenas en Colombia; cómo se iniciaron, qué las motivaron, cuáles fueron sus objetivos, cómo se desarrollaron…

Efraín Jaramillo Jaramillo (E.J.J.)- Luchas indígenas se han presentado siempre desde la época de la Conquista española. La historia de Colombia está llena de episodios de esta naturaleza; la mayoría de estas contiendas las dieron los indígenas para detener la invasión de sus territorios, impedir el saqueo de sus bienes y riquezas y evadir la esclavitud. Pero en esta última etapa de movilización indígena, que es a la que seguramente te refieres, las luchas se dieron por la tierra y empezaron principalmente en el departamento del Cauca. Y se originaron allí, por cuanto el Cauca es una región que se ha caracterizado por enérgicas protestas y levantamientos protagonizadas por sus pobladores ancestrales contra los poderes que los han dominado; por lo general estos alzamientos eran de naturaleza insurreccional en la medida en que estaban dirigidos contra gobiernos locales, que representaban los intereses de los gamonales, los terratenientes y la iglesia, que en casi todas las zonas estaban aliados o eran los mismos. Importante para entender esta movilización de los indígenas, iniciada a finales de los años 60, es que tuvo lugar en un contexto generalizado de lucha por la tierra en Colombia. Para el caso indígena tuvo que ver con la recuperación de las tierras de sus resguardos, acosados por el hambre y la miseria.

V.S.L.- ¿Sigue siendo la lucha por la tierra el motor de sus movilizaciones?

E.J.J.- En Colombia todavía hay pueblos y comunidades que no tienen asegurada la tierra, pero aquellos pueblos que llevaron a cabo con éxito las recuperaciones de tierra en los años 70, están mejor y gozan de un ostensible bienestar económico y social, aunque todavía no hayan logrado erradicar totalmente la pobreza. En el Cauca, sin embargo, recuperadas buena parte de las tierras de sus ancestros y mejoradas sus condiciones de vida, han aflorado otros problemas y el eje de las movilizaciones se ha venido desplazando en estas últimas dos décadas hacia la búsqueda de espacios propios de representación política, hastiados de que sean los partidos y otras fuerzas políticas, los que les condicionen, o aún, definan sus agendas. Esto condujo a que aquellos partidos con un marcado sentido autoritario de su práctica política decidieran ignorarlos, cuando entendieron que no podían cooptarlos; pero ha llevado también a que a los indígenas se arrimaran otros sectores sociales, que como los negros, los campesinos y sectores populares de ciudades y pueblos vecinos, buscaban hacer tolda común con ellos, procurando subirse a un escenario político-organizativo propicio para luchar, como movimiento social pluricultural, contra ese entramado de exclusión social y política que los afectaba a todos por igual.

V.S.L.- ¿Podría entonces señalarse que las primeras movilizaciones indígenas eran de naturaleza campesina, mientras estas últimas son de origen cultural y político?

E.J.J.- Existen varias interpretaciones al respecto. Analistas de la izquierda marxista plantean que se trató de una genuina lucha de clases de indígenas-campesinos sin tierra, contra terratenientes. Pero hay historiadores y antropólogos que sostienen que desde siempre han sido movilizaciones étnicas por la defensa de sus culturas y recuperación de sus territorios ancestrales. A mi juicio las dos interpretaciones más que excluirse mutuamente, se complementan. Los indígenas empiezan a movilizarse en momentos en que la situación social y económica de sus comunidades se había vuelto insostenible por la falta de tierras; en eso su situación no se diferenciaba mucho de la que vivían los campesinos; pero a diferencia de estos, los indígenas no luchaban por cualquier tierra; para ellos era importante volver a tener  dominio sobre el territorio de sus ancestros y liberarse de la humillante opresión que sufrían, precisamente por encontrarse separados de sus tierras. No obstante siempre habrá apóstoles en ambas orillas, que recargan ideológicamente estas contiendas indígenas por la tierra, caracterizándolas como luchas de clase o como luchas étnicas. Cuando se exacerban estas divergencias interpretativas, puede conducir a divisiones, como las que se dieron en el CRIC[3] a finales de los años 70. Ahondar en esto es un tema para la academia, pues los indígenas ya no le prestan mayor atención, porque andan en otras cosas. Lo importante de entender de esta historia es que los indígenas del Cauca se hicieron a la tierra de sus mayores, ampliaron aún más sus resguardos, mejoraron sus condiciones de vida, fortalecieron sus organizaciones, se sacudieron el yugo de los gamonales y de la iglesia, eliminaron los sistemas de terraje y otras formas de servidumbre, y desarrollaron con éxito programas propios de producción, salud y educación. En síntesis derrotaron a los terratenientes del Cauca que los habían despojado de sus tierras, superaron sus aprietos materiales y dieron vuelta a la página. Hoy enfrentan, como le digo, otros problemas.

V.S.L.- Pero hay quienes opinan que el movimiento indígena no anda bien y que se requiere devolver la página para ver donde están los errores, o las “desviaciones”, como las llaman algunos críticos.

E.J.J.- Por lo general las cosas no tienen vuelta, veamos: ya hoy en Colombia no se puede hablar de un movimiento indígena homogéneo. Eso es una generalización que ha despistado a muchos. El movimiento indígena que impresionó positivamente a los colombianos y sacó a la luz pública la problemática de sus  pueblos, venía gestándose tres décadas antes en el Cauca y el Tolima con los levantamientos del legendario líder indígena páez Manuel Quintín Lame Chantre, para impedir la disolución de los resguardos. Estas luchas adquirieron, como te dije antes, sus más álgidos momentos al calor de las luchas campesinas por la tierra a finales de los años 60. Con estas características se fue  conformando este movimiento indígena que se expandió por toda la zona andina. A los indígenas en estas regiones de las cordilleras de los Andes y sus Valles, más allá de sus identidades culturales particulares, los juntaba la necesidad de tierra y sus adversarios eran los terratenientes. Esto generó una identidad política sin par, que es la que aglutinó a sus pueblos y embocó sus luchas en un solo torrente. En las llanuras del Oriente colombiano y en las selváticas zonas del Amazonas y del Pacífico, las luchas surgieron un poco después y no las definía la recuperación de sus tierras; de lo que se trataba allí era de defenderlas frente a compañías extractoras de recursos (madereros y mineros), ganaderos y aún de campesinos colonos, expulsados desde el interior del país por la violencia. El movimiento indígena que surgió en la zona andina fundó la ONIC[4] en 1981, con la concurrencia de indígenas de la Selva, los Llanos Orientales y el Pacífico…

V.S.L.- ¿no fue esa la época que caracterizaste como la edad de oro del movimiento indígena colombiano en un artículo de Mundo Indígena de IWGIA?

E.J.J.- Si, fueron unos años extraordinarios; de ascenso organizativo y cualificación política, durante los cuales se fundaron la mayoría de las organizaciones regionales y zonales que hoy existen en el país. Líderes indígenas del Cauca, sus colaboradores y varios amigos que trabajaban en el INCORA[5], colaboraron para que se crearan los resguardos indígenas en el Amazonas, la Orinoquia y el Pacífico. Este movimiento indígena representado por la ONIC , logra en esa época, que va hasta mediados de los años 80, abarcar a más del 90% de los 82 pueblos indígenas que hay en el país, alcanzando una unidad que no se había logrado en otro lugar de América. Es allí cuando llegan los apóstoles que traen la creencia de que pueblos indígenas selváticos no podían ser orientados por una organización, que como la ONIC,  era guiada por una organización andina como el CRIC, y menos que una y la misma organización estuviera cobijando indígenas de zonas tan diferentes como la Selva, el Llano y los Andes. De esa forma se presenta una segunda ruptura en el movimiento indígena, que es el germen de lo que años más tarde sería la OPIAC[6].

V.S.L.- ¿Cuál fue y como se presentó la primera ruptura?

E.J.J.- La que mencioné antes y que se presentó en el CRIC, la organización indígena más definida y emblemática del país, que ostenta el mérito de haber derrotado a una clase terrateniente retardataria y punitiva, si bien con grandes sacrificios y pérdidas en vidas humanas, pues hasta finales de los años 80 habían muerto cerca de un millar de indígenas, entre ellos muchos líderes destacados. A comienzos de los años 80 del siglo pasado, en momentos muy difíciles para el CRIC, cuando el presidente Turbay Ayala con la expedición del Estatuto de Seguridad, le declaró la guerra a los indígenas del Cauca para acabar con sus luchas por la tierra, llegan otros apóstoles, diferentes a los anteriores, que difunden la alucinante idea, de que entre guambianos y paéces, los dos más significativos pueblos indígenas del Cauca, que habían luchado hombro a hombro por las tierras de sus resguardos y contra el terraje, habrían diferencias culturales, y por lo tanto ideológicas y políticas en la forma de concebir la tierra; de esta forma se fraguó el fraccionamiento del CRIC, dando lugar al surgimiento de AISO[7], que es el embrión de lo que más tarde sería AICO[8]. Estoy simplificando las cosas, pues en el fondo de esta ruptura se encontraba la teoría de las nacionalidades indígenas que estaba en boga en México y que aquí algunos amigos cercanos a los indígenas la acogieron con devoción. Se trató de un momento muy inoportuno para plantear diferencias ideológicas. Pero bueno, así son los apóstoles, llegan cuando uno menos lo espera. Hay una amplia pléyade de ellos, unos con ruana, otros con sotana, otros de bluyín, de corbata o de camuflado verde oliva, que generan nuevos cismas y nuevos movimientos. Se podría señalar más matices a estas aseveraciones gruesas, pero por ahí van los tiros. Quizás lo más importante de entender es que estas actitudes cismáticas son más comunes de lo que se cree; además, no se presentan exclusivamente en los indígenas, es un proceder colombiano, quizás latinoamericano. Así como reza el refrán, que palabra y piedra suelta no tienen vuelta, esta página tampoco se puede devolver.

V.S.L.- ¿Qué ha cambiado en los movimientos sociales étnicos en Colombia y que está sucediendo actualmente?

E.J.J.- Han cambiado muchas cosas. Los indígenas han cambiado; sus organizaciones han cambiado. Algunas organizaciones se han venido preparando para contender a sus adversarios que también han cambiado, pues ya no se trata únicamente de terratenientes que corren las cercas y empujan a los indígenas selva adentro y sierra arriba; ahora sus principales antagonistas son grandes empresas extractoras de recursos y economías de plantación que esquilman sus territorios y bienes naturales. En este sentido las principales  organizaciones indígenas no pretenden aislados enfrentar a adversarios tan poderosos; por el contrario buscan amigos que los apoyen y hacen alianzas con sectores sociales cercanos, para que sus movilizaciones tengan más impacto. En contraste, otras organizaciones, más tradicionales y al margen de las contiendas políticas que se han dado en el país, han procurado aislarse de cualquier proceso político, gestionando sus asuntos y enfrentando sus problemas sin apoyos o injerencias externas; los pueblos que así proceden, al encerrarse en esencialismos culturales, para blindarse de reales o imaginarias imposiciones culturales, son, vaya paradoja, cooptadas por el Estado, ONG y otras cosas parecidas. Pero lo más común que sucede es que pierdan el aliento y se ahoguen, ya que ningún pueblo ha logrado sobrevivir y desarrollarse aislándose y nutriéndose de su propia substancia. Sin embargo, una buena parte de las organizaciones, por no decir la mayoría, han sido arrolladas por la violencia en sus territorios. Pero hay más cambios que a mi juicio también hay que tener en cuenta para entender el desarrollo de las organizaciones y la cuestión étnica actual.

V.S.L.- ¿Cuáles por ejemplo?

E.J.J.- Uno que es muy importante. Aquella idea de Estado unitario y Nación homogénea, que había sido el ideal de muchos pensadores y élites políticas de Colombia, comenzó a resquebrajarse con la Constitución de 1991, y ya no va más. Surgieron a la luz pública otras visiones sobre cómo organizar la sociedad y el Estado, la producción, los territorios, otras formas de concebir el desarrollo y la ciencia, sustentadas por pueblos indígenas americanos y africanos, tornando la cuestión étnica en uno de los más importantes y complejos desafíos socio-políticos para el Estado y para la Nación colombiana. Y no obstante el menoscabo que sufrió la Constitución de 1991 con el reordenamiento económico, jurídico y político que se ha hecho del país en los últimos años para restaurar un régimen gamonalista y terrateniente, en el cual el presidente Uribe se empeñó a fondo durante sus ocho años de gobierno, no se logró desmontar el Estado liberal de derecho que se ha venido construyendo, y que ha disminuido el poder de los potentados, las ideologías y las religiones.

El otro cambio, esta vez no tan positivo, es el que se ha producido al interior de las organizaciones indígenas, como producto de la apertura del Estado hacia sus pueblos indígenas y afrocolombianos con esa Constitución. Ha surgido un tipo de dirigente, que representa a sus pueblos ante el Estado. Se trata de modernos profesionales de la política, con grandes capacidades oratorias, viajan mucho, se mueven con soltura en aeropuertos y hoteles, poseen excepcionales destrezas y donaire para desenvolverse en foros internacionales, manejan tecnologías novedosas como computadoras, celulares y otras cosas por el estilo; los que vuelan más alto, cruzan fronteras, son llamados a participar de organismos internacionales, son influyentes en entidades del Estado, llegan al Senado de la República o a la Cámara de representantes y ocupan cargos públicos tan importantes como la personería de Bogotá; hablan de tú a tú con gobiernos y agencias de desarrollo, y algo que antes no sucedía, les fascina el poder y figurar en los medios.

V.S.L.- Pero eso es positivo. Apropiarse de tecnologías modernas, ocupar cargos públicos y poder hablar con gobiernos y líderes mundiales de igual a igual es uno de los logros más importantes de la irrupción de los movimientos indígenas en la vida pública del país. Ya los liderazgos no operan desde el anonimato. No veo porque esto pueda ser negativo o perjudicial.

E.J.J.- En teoría no tendría porque serlo. Pero en la historia real la modernidad capitalista le ha jugado una mala pasada a las organizaciones con este nuevo liderazgo, que al moverse en ambientes genéricos y distanciados de sus pueblos, terminan borrando de sus mentes la dimensión real de sus comunidades y alejándolos espiritualmente de ellas. Esto conduce a que entiendan cada vez menos los problemas y descuiden los apremios más inmediatos de sus paisanos; pero también que se les vuelvan intrascendentes las redes sociales comunitarias y banalicen las particularidades étnicas que son los fundamentos de la identidad de sus pueblos. Utilizan los movimientos, alianzas, partidos políticos indígenas y a sus amigos, más como vehículos de promoción personal y menos como herramientas para forjar instituciones económicas y políticas dinámicas que viabilicen el mejoramiento económico y social, y aumenten la capacidad para defender los bienes comunes de sus pueblos. No los conmueve el drama que viven miles de sus hermanos desplazados en las grandes ciudades como Bogotá, Medellín y Cali, subsistiendo de la caridad pública; y tienen que estar muy confundidos estos líderes para no sentir indignación frente a esta situación. Peor aún, se debe estar muy alucinado para no entender que esto sucede en sus pueblos, no sólo por el conflicto armado, sino también porque tienen organizaciones e instituciones mal constituidas. Este desarrollo no representa pues un avance político de las organizaciones; y los líderes que se obnubilan con estas mieses que ofrece esta participación en el poder, procuran conservarlo a toda costa, bloqueando aún procesos internos de desarrollo institucional que puedan poner en peligro sus intereses.

V.S.L.- ¿De qué mieses estamos hablando que perturban la conciencia de esta nueva dirigencia?

E.J.J.- Como dijo Garganta Profunda en el escándalo de Watergate: siga la pista de la plata. En este caso pueden ser las transferencias de los ingresos corrientes de la Nación; o ser recursos de la cooperación internacional, o dineros que brinda la solidaridad. Pueden provenir de la venta de recursos naturales de sus territorios a empresas extractivistas,  o recursos obtenidos por sus pueblos en luchas anteriores. El poder que brinda la representación política, abre muchas puertas para torcidas operaciones; vea usted el caso de un reconocido líder indígena que ha sido judicializado por enriquecimiento ilícito, siendo funcionario público, o el caso de algunos alcaldes indígenas que terminaron en la cárcel por apropiaciones indebidas de dineros públicos, que tenían como destino inversiones en salud y educación en sus comunidades.

V.S.L.- Pero eso sucede en todos los escenarios de la representación política. Muchos alcaldes y gobernadores del país están siendo investigados por lucrarse de recursos públicos o dineros que habían gestionado para sus municipios y departamentos.

E.J.J.- Pero claro que sí. Es un mal de muchos… No obstante para el caso indígena las consecuencias son generalmente graves. Con organizaciones y comunidades débiles para ejercer controles sobre sus dirigentes, crece en estos el oportunismo, como forma de convivencia con la sociedad mayor y sus instituciones, y se va perdiendo la vergüenza, ante todo aquel altruismo característico de los líderes históricos que orientaron la lucha por la tierra, prestando un servicio a sus comunidades y renunciando de antemano a cualquier reconocimiento material, lo que nos enseña que el liderazgo no sólo es poder, es ante todo responsabilidad. Ya que algunos de esos líderes históricos eran también guías espirituales de sus pueblos, se podría decir que lo que se presenta actualmente es el triunfo del funcionario sobre el chamán. Los colaboradores de las luchas indígenas que estuvieron al lado de esos líderes históricos, saben de qué estoy hablando. Un problema adicional que se presenta es que ventilar estos asuntos no es sencillo, pues estas apreciaciones críticas, aunque sean comedidas, no son bien recibidas por las organizaciones, que prefieren no hablar de estas necedades de sus dirigentes, ya que esto afecta la credibilidad y por lo tanto la solidaridad internacional.

Peor aún, en ocasiones surge una solidaridad étnica, o se articulan clanes familiares, que en algunas regiones cierran filas a su alrededor para retener privilegios, restableciendo aún instituciones y costumbres autoritarias del orden tradicional, que congelan el desarrollo institucional de las organizaciones indígenas. Pero tiene usted razón, de esto hay bastantes ejemplos, no sólo en las organizaciones indígenas y no sólo en Colombia. No quisiera hablar más de esto, no solo por pudor y porque siento vergüenza ajena, sino porque brinda un espectáculo bochornoso que desluce a los indígenas y no se lo merecen sus organizaciones. Y lo peor, dudo que sea útil.

V.S.L.- Entiendo que una sana contribución a las organizaciones indígenas es señalar sus equivocaciones; ocultarlas no les presta ningún servicio. En este país se halaga mucho y en nombre de la prudencia, se calla y no se polemiza. Pero estas críticas no se habían expresado de forma tan exacerbada como aquí lo haces. Es más, me atrevería a decir que los que las han expresado así, han sido gente de la derecha y de reconocida trayectoria anti-indígena. Lo sucedido con algunos indígenas que han ocupado cargos públicos y que han sido condenados por la justicia tampoco puede empañar la imagen de muchos otros líderes que han jugado un papel importante en las movilizaciones y en la lucha por los derechos de los pueblos indígenas, y que han sido perseguidos y asesinados como Cristóbal Secue, Álvaro Ulcué,  o desaparecidos por los paramilitares como Kimy Pernía, sobre el cual has hablado y escrito mucho.

E.J.J.- Polemizar es positivo y necesario, eso no tiene ninguna duda. No entiendo sin embargo porque  tenemos que hablar siempre y sólo de las cosas bellas, que también hay muchas en los pueblos indígenas. Creo que es más inteligente criticar. Sin embargo en algo tienes razón, y es que hay cierta exageración en lo que expreso; la exageración es en este sentido un recurso didáctico para llegar al núcleo de la cuestión, con el fin de destacarla y hacerla más inteligible. Pero para evitar los malos entendidos que pueda generar esta entrevista, le reitero una vez más, que este fenómeno no afecta a todas las organizaciones indígenas ni a todas las dirigencias; es una generalización que tiene grandes excepciones, como aquella dirigencia embera katio que orientó, con el inefable Kimy a la cabeza, las movilizaciones contra la represa de Urra; no sobra recordarlo, que se trató de una dirigencia que en parte fue asesinada o desaparecida y que hoy se encuentra desarticulada.

O en el Cauca por ejemplo, donde han surgido ocasionalmente élites que buscan beneficiarse del legado de las luchas del CRIC y que hacen creer a  sus organizaciones, que el movimiento indígena sin ellas no tendría sentido. Pero allí este tipo de liderazgo es efímero y sucumbe ante los sistemas propios de censura y control que tienen las comunidades. Además hay también procesos en marcha en otras regiones indígenas del país, tendientes a superar estos despropósitos que se presentan en las cúpulas de las organizaciones, y es interesante ver que pueblos, cansados de las actuaciones de estas élites indecentes, terminan removiéndolas, dándole así un giro radical a sus estructuras  políticas para salir del estancamiento en que las habían sumido. De esto hay varios ejemplos en el país. Quisiera mencionar uno a manera de ilustración; el resguardo embera chamí de Karmatarua o Cristianía, en Antioquia, que es hoy un modelo representativo de un buen gobierno indígena.

En fin, también es cierto que élites que concentran poder y gobiernan sin restricciones para beneficio propio, no es un asunto exclusivamente indígena, también está generalizado, y es aún más común, en el mundo de los partidos y de los movimientos sociales en Colombia. Esto desanima, pues le resta entusiasmo al activismo social, ensombrece el romanticismo de las luchas populares y vuelve aburrida la militancia política. Así andamos.

V.S.L.- Admitiendo que sea real este cambio de comportamiento que le endilgas a una parte de la dirigencia indígena, ¿explicaría ello que después de una efusiva agitación social protagonizada por los indígenas, los movimientos sociales de carácter étnico se encuentren en un momento de letargo, quizás de reflujo? ¿No tiene que ver esto más bien con el gobierno de Juan Manuel Santos, que asombró a propios y extraños al cambiar el estilo de Uribe de estigmatizar y criminalizar las movilizaciones indígenas? O que se relacione quizás con lo que se habla en los mentideros políticos de que este reflujo se debe a la influencia de ideologías que buscan cooptar o replantear las luchas indígenas.

E.J.J.- El enfoque que yo tengo es que los indígenas han actuado por su propia cuenta y sus movilizaciones han sido bastante autónomas, así hayan recibido influencias de colaboradores y asesores de sus organizaciones, lo que siempre ha sido así y no veo nada raro ni malo en ello. Esa que llamas efusiva agitación social de los últimos tiempos arranca en el momento en que el presidente Uribe toma la decisión de demoler al movimiento indígena, tal como lo había hecho con otros movimientos sociales, después de ver fracasados los intentos de cooptarlo. Un amigo nuestro que estuvo cerca de Uribe nos comentó que en una ocasión, sorprendido por la capacidad de movilización de los indígenas, había dicho que él, con gente de ese talante acompañando su política de seguridad democrática, la crónica guerra de los grupos insurgentes contra el Estado, tendría para ellos, y en especial para las FARC[9], un precio muy alto. Yo le creo.

V.S.L.- ¿Le crees a tu amigo, a que Uribe expresó esto o a que los indígenas tengan esas facultades?

E.J.J.- Las tres cosas. El amigo de entonces era en esa época una fuente confiable, no sé ahora. Y Uribe conoce muy bien la capacidad de movilización de los indígenas del Cauca. Y debe haber seguido de cerca el gobierno de Fujimori en el Perú, y conocido además lo que le sucedió al MRTA[10] en ese país, cuando este grupo guerrillero asesinó al dirigente asháninca Alejandro Calderón en 1989, bajo la acusación de que él, 25 años atrás, había entregado al ejército peruano a un dirigente del MIR[11]. Este hecho provocó el levantamiento indígena más impresionante de toda la Amazonia, después del protagonizado por Juan Santos Atahualpa en el siglo XVIII. En menos de tres meses cerca de 10.000 ashánincas del gran pajonal, armados de lanzas y flechas asaltaron los campamentos del MRTA, causándoles considerables bajas y forzando a esta guerrilla a abandonar la región. Fue el comienzo de su fin, pues cuando Fujimori le asestó el golpe terminal con la cruenta retoma de la embajada del Japón, donde murieron sus líderes, ya este movimiento se había marchitado. También Uribe tuvo que haber oído hablar del movimiento indígena zapatista en Chiapas y de otras insurrecciones de carácter étnico en el mundo, que han amenazado con despedazar Estados.

V.S.L.- ¿Piensas que pueda suceder algo así en Colombia?

E.J.J.- Ya sucedió. El Movimiento Armado Quintín Lame surgió en el Cauca para frenar el asesinato de líderes indígenas durante la lucha por la tierra, pero para nadie es un secreto que los grandes enfrentamientos los tuvieron con el VI frente de las FARC , después de que este grupo asesinara en 1982 a Ramón Júlicue, líder indígena páez del resguardo de San Francisco en el Norte del Cauca, y a su hijo. Esta fue la gota que colmó el vaso. Habían sido muchos los abusos que este frente había cometido con los indígenas; para ello basta sólo mirar los comunicados del CRIC de esa época. Al final se llegó a acuerdos de no agresión, pero después de que estos enfrentamientos habían causado cerca de un centenar de muertos en ambos bandos. Esos acuerdos fueron firmados por Jacobo Arenas, Manuel Marulanda y Alfonso Cano que ya no son de este mundo, acuerdos que corren el peligro de olvidarse, con más veras, debido a la crónica amnesia que sufren los grupos insurgentes.

También había sucedido en planadas (Tolima), cuando las FARC asesinaron a una familia indígena páez, acusada de ser  informante del Ejército; esto ocurrió por allá en los años 60, durante la Operación Marquetalia; por aquel entonces los paeces crearon un grupo de autodefensa con cerca de 150 hombres, desatándose una guerra con las FARC que duró casi 20 años. Lo mismo sucedió en Ortega[12] (cordillera occidental del Cauca) con también indígenas paeces; allí, en el 2003, se desmovilizaron 160 combatientes de estas autodenominadas autodefensas campesinas de Ortega, poniendo fin a cerca de 4 décadas de actividad armada contra las FARC. En los dos últimos casos, el ejército les facilitó la tarea a los indígenas, proveyéndolos con armas y material de intendencia.

Levantamientos étnicos armados no son entonces nada nuevo en Colombia; y aunque ya los indígenas no están para meterse en más guerras y sería lamentable que volvieran a levantarse en armas, uno no puede predecir cómo reacciona un pueblo cuando es agredido, ofendido y experimenta que sus derechos y dignidad son atropellados. El talante de los paeces no es el de aceptar sometimientos; prefieren luchar, aún hasta el sacrificio. De esto pueden dar cuenta muchos españoles que dejaron sus vidas en territorio páez, durante y después de la Conquista. Por eso lo que sucedió en Toribío con la chiva-bomba enciende las alarmas. Y aunque parece prudente la actitud de los indígenas, a muchos les extraña ese silencio. Pero bueno, son ellos a los que se les ha manchado la honra y pisoteado el orgullo y no somos quienes para juzgarlos o pedirles pronunciamientos.

V.S.L.- En los documentos, comunicados y denuncias de algunas organizaciones indígenas se capta un marcado sesgo izquierdista. Para preparar esta entrevista leí muchos de ellos; y algo que me llamó la atención es que las denuncias sobre atropellos cometidos por grupos insurgentes contra las comunidades y sus líderes, en comparación con las que se emiten contra el ejército y los grupos paramilitares, son tímidas, o se engloban bajo ese término tan genérico de “actores armados”. No se necesita ser un experto en comunicación para suponer que se trata de un encubrimiento. ¿Se oculta algo por temor a represalias?

E.J.J.- Los indígenas que se forjaron en las contiendas de la lucha por la tierra, califican a los terratenientes y a las empresas expoliadoras de territorios y recursos como sus enemigos más inmediatos. Y ven a los campesinos, a los negros y a otros sectores populares como sus amigos más cercanos. Hablan de necesarias alianzas de estos sectores excluidos para enfrentar a sus opresores. Hablan igualmente de la urgencia de cambios estructurales en la economía y en el Estado para superar un sistema social injusto y otras cosas por el estilo. Este es un lenguaje muy común que los indígenas comparten con la izquierda. No estoy diciendo -cuidado- que compartan una ideología o pertenezcan a algún partido o movimiento de izquierda. Aunque admito que en los últimos años se ha dado un alza ideológica en los líderes, producto por un lado de la polarización que creó el presidente Uribe; pero por otro lado por la tradicional puja política de los líderes que para perfilarse y destacarse ante sus pares de otros movimientos sociales, inflan su talante revolucionario; y en esto hay el peligro de que los discursos se enardezcan, se salgan de madre y caigan en una retórica populista que reduce el mundo a indígenas-víctimas y Estado-victimario, parecida a como lo hace la izquierda con aparatosa elocuencia.

V.S.L.- Así las cosas, ¿por qué se sigue identificando a los indígenas con la izquierda?

E.J.J.- Esa supuesta identificación de los indígenas con corrientes de izquierda se debe a que estos movimientos y partidos apadrinan las luchas indígenas, aunque sin asumir, en muchos casos sin entender, las implicaciones que tiene ese apoyo para sus propias prácticas políticas, porque en realidad los indígenas son puestos como floreros en las marchas y manifestaciones populares de esos partidos. Y déjeme decirle algo que se relaciona con esto. Aunque hay excepciones y personas muy lúcidas y valiosas en estos partidos, las izquierdas de Colombia no son un dechado de virtudes y les falta la grandeza de espíritu, la elevada moral y los gestos nobles, que Rosa Luxemburgo consideraba fundamentales para hacer historia; a mi juicio no tienen hoy mayor cosa que ofrecerles a los indígenas. Vea, ni siquiera se manifiestan contra los abusos de los grupos insurgentes a las comunidades. Son colosos con pies de barro que se desploman al tocar tierra indígena, pues frente a la cuestión étnica tienen demasiadas ideas filosóficas, pero carecen de propuestas políticas prácticas para los pueblos indígenas y afrocolombianos.

V.S.L.- ¿A qué se debe esto?

A que en los programas de los partidos y organizaciones de izquierda, los indígenas son asimilados a los campesinos, pues adolecen de una manifiesta discapacidad para entender las nuevas realidades de nuestro tiempo, en especial las que irrumpen en la escena política con movimientos sociales generados por demandas étnicas, de género, etc., y son renuentes a aceptar que ha habido cambios en la sociedad, en la economía y en la política. Aunque comienza a hacerse notar una nueva izquierda, menos doctrinaria, más ilustrada, más proclive a análisis críticos de la sociedad, todavía esta no ha hecho escuela en los partidos y movimientos radicales de izquierda, donde prevalecen la demagogia y el populismo, fenómenos que impiden una mejor comprensión del multiculturalismo. Se trata entonces de falencias y no de simples tensiones entre formas de organización social y luchas políticas, que rara vez convergen por la vía del dialogo y en igualdad de condiciones. Estas falencias son más notorias, donde ellas han llegado al poder como en los vecinos países de Venezuela, Bolivia y Ecuador; la evaporación del socialismo del siglo XXI es quizás una muestra de ello. Los indígenas no son tontos, además son gente pragmática que no se moviliza fácilmente por ideas genéricas y pugnas ideológicas que han perdido sentido y han conducido a una atomización de la izquierda, arrastrando con ello a los movimientos sociales. La disminución de la participación indígena en los eventos populares de los últimos años, convocados por esas izquierdas, es tal vez una señal, una respuesta a no dejarse arrastrar, como sucedió, salvando las distancias, con las conflictivas relaciones del CRIC con la ANUC[13] en los años 70. En síntesis, la izquierda colombiana y los indígenas siguen siendo dos mundos diferentes en permanente colisión.

V.S.L.- Cualquiera pensaría que te has propuesto la tarea de denigrar de la izquierda.

E.J.J.- Nada más lejos de mi intensión. ¡Ni más faltaba! Además el término denigrar para calificar los reparos que hago a las izquierdas me parece injusto y no sólo por la etimología de la palabra. Los que tenemos una biografía de izquierda y hemos estado al lado de movimientos sociales, acostumbramos a hacer este tipo de críticas, pues deseamos sinceramente que se den reflexiones más profundas, que se revienten esos estrechos márgenes doctrinarios que impiden el surgimiento de nuevas teorías y formas de hacer política para oxigenar a la izquierda y rectificar el rumbo, como lo aconsejan nuevas visiones del marxismo. De la cada vez más fascista derecha, los indígenas no pueden esperar nada; de allí sólo vienen empeños por deshumanizarlos y convertirlos en chivos expiatorios de todos los atrasos del país.
En cuanto al posible encubrimiento por temor, que es a lo que te referías, eso ya se ha ido superando. Hasta pueblos indígenas tan vulnerables y tan golpeados como el awa, en el departamento de Nariño, no callan y denuncian con nombre propio a sus agresores. Lo curioso aquí es que hay organizaciones políticas, aún de derechos humanos, que para determinados casos de violaciones a los derechos de los pueblos indígenas, donde la autoría viene de grupos insurgentes, continúan utilizando en sus comunicados ese término genérico de actores armados. Esto además de inaceptable, es imprudente, pues le da argumentos al Estado para denostar a las organizaciones que defienden los derechos humanos. Pero también es cierto que hay pueblos indígenas que por debilidad y temor no denuncian, y otros que siendo fuertes, tampoco se pronuncian con la vehemencia que los ha caracterizado, contra la ocupación que grupos insurgentes han hecho de sus territorios y por la especie de Armagedones que desde allí preparan, utilizando las mejores condiciones estratégico-militares de sus territorios. Y lo traigo a colación aquí, porque si existe algo que desata todos los demonios y la indignación de los paeces, es cuando se invaden o se ocupan sus territorios.
V.S.L.- Poco a poco ha ido emergiendo un movimiento social en Colombia que plantea desde la izquierda la alianza de obreros, campesinos, indígenas y otros sectores populares, cada cual manteniendo su autonomía para evitar que sus reivindicaciones particulares sean traspapeladas por partidos políticos con ideas genéricas y programas  uniformes. ¿Es eso lo que buscan los indígenas?

E.J.J.- Para serte sincero, a estas alturas del partido no sé hacia dónde van los indígenas. Habría que preguntarles a ellos y a sus dirigentes. Hay tantos apóstoles…

V.S.L.- ¿No eres uno de ellos?

E.J.J.- (risas)… ¡Por favor!… Brecht decía que tener convicciones era tener esperanzas. Yo todavía tengo convicciones; cuando hablo de apóstoles, no me estoy refiriendo a personas con convencimientos. El término apóstol lo utilizo aquí, como generalmente lo hacen muchas personas, para caricaturizar a aquellos custodios de la fe que defienden celosamente una doctrina, o en este caso, a los que profesan ideologías petrificadas y conductas rígidas que excluyen otras ideas. Pero bueno, eso es una nota al margen. Yo estoy suelto de cualquier vínculo con las organizaciones indígenas; por eso puedo opinar sin ninguna atadura. También mis opiniones, ni las comprometen, ni las afectan, aunque a veces exasperan a los apóstoles. Le pongo un ejemplo en este sentido y sobre el tema que estamos tratando. Siempre he sostenido, y eso lo aprendí en el Cauca cuando participaba de las luchas indígenas de allí, que es necesario abrir espacios a la diversidad de pensamientos e ideas políticas y organizativas, más aún tratándose de sociedades multiétnicas y pluriculturales como las nuestras; y no hace mucho, volviendo a recordar estos enunciados, busqué ejemplificarlos refiriéndome críticamente a un artículo titulado Estrategias para dividir al movimiento indígena[14]. Pero en ese contexto, se me ocurrió también referirme al estilo de generar comunicación que desvalorizaba otras voces. Lo que argumentaba yo en aquella ocasión es que este estilo de ejercer las comunicaciones, no favorecía una formación crítica, pues la democracia deliberativa requiere distancia ideológica, Ya que sin posibilidades de cambios de opinión, la deliberación es un ejercicio estéril. ¡Y allí fue Troya! El apóstol dueño del artículo me dijo que no me metiera donde no me habían llamado. ¡Hágame el favor! Me excomulgó, me negaba el derecho a opinar sobre asuntos de mi propio país, sobre todo sobre asuntos que son de mi incumbencia como antropólogo y de mi interés como activista social que siempre he sido.

Alaine Touraine decía que una democracia solo cobraba vida cuando tenían expresión pública la gran variedad de formas de organización social que existen en un país. Lo mismo es válido para el mundo de las ideas que dan vida a esas expresiones sociales. Pero así no piensan los apóstoles, que no sólo no deliberan, sino que descontextualizan la realidad social y por esa vía excluyen también la diversidad de pensamientos. Peor aún, las sectas que ellos crean se refugian en un mundo inmune a todo análisis crítico, y por eso no padecen dilemas, ni tienen que lidiar con problemas y contradicciones internas de las organizaciones, como sí nos toca hacerlo a todos los mortales que trabajamos con movimientos sociales; ellos por el contrario, están por encima del bien y del mal, y por supuesto, sobreviven sin apuros todos los cataclismos políticos, ya que como dice Kolakowski, su virtud ha sido la completa y feliz ausencia de contaminación de cualquier realidad.

V.S.L.- No has dicho cuál es tu opinión frente a las autonomías desde la base…

E.J.J.- Ah sí, a lo que te referías antes. Yo he seguido con curiosidad y admiración la resistencia de los indígenas desde sus comunidades, desde la cotidianidad del trabajo en sus huertos para evitar que se destruyan cosas básicas de su entorno que están conectadas, como la tierra, el agua, los bosques, para proteger su comida, sus semillas y en fin, todo aquello que tiene que ver con lo que se denomina Sumak Kawsay o buen vivir en la filosofía quechua; he observado de cerca los esfuerzos que hacen por sacar adelante sus proyectos de educación y salud, pero también la resistencia que ofrecen para no dejarse quitar sus logros políticos y económicos, que son muchos. No obstante los que hemos sido partidarios de este enfoque autonomista no podemos ya ocultar el desaliento que produce la pérdida de vigor de estos procesos, y ya son varios los amigos que hemos empezado a dudar de que se pueda construir en el poco tiempo que les queda y desde esos escenarios marginales, desde donde operan estas organizaciones autónomas, un movimiento social pluricultural que pueda concluir el proceso de descolonización que se emprendió hace 40 años, y se pueda detener, y quizás algún día revertir, los procesos en marcha que continúan mercantilizando los territorios, la madre tierra que llaman los indígenas.

V.S.L.- Admitiendo esa autocrítica que se hacen ustedes, ¿no sería entonces oportuno para salir del atolladero en que se encuentran las organizaciones y acelerar los procesos de recuperación y fortalecimiento cultural, político y económico de los indígenas, que estos pueblos busquen apoyarse, o aún, hacer alianzas con partidos con los cuales tienen cierta afinidad política, como el Polo Democrático, el Partido Verde o el más reciente movimiento Progresistas?

E.J.J.- A mi juicio los indígenas deben seguir dialogando con la gente más cercana a ellos, aislarse es una majadería. Y si las alianzas se llevan a cabo después de un proceso de debates y consultas con las organizaciones, vaya y venga. Pero generalmente estas alianzas las hacen las dirigencias y esto acarrea riesgos; que yo recuerde, en todas las alianzas que han hecho con la izquierda colombiana o con los partidos progresistas, han salido mal librados los indígenas, lo que no significa que en todos los casos la responsabilidad haya sido exclusivamente de la izquierda. Voy a soltar una herejía, a veces los pactos que han hecho con la derecha han sido menos perjudiciales, pues les han proporcionado algún respiro en momentos difíciles. Un ejemplo fue el acuerdo con los terratenientes en el Cauca, el conocido acuerdo FEDEGAN[15]-CRIC. En cambio las alianzas con la izquierda, como todos los casamientos que se consuman sin pasión, solo han traído frustraciones. Esto se debe a que en algunos casos los partidos de izquierda les han asignado a los indígenas roles que ellos ni siquiera se habían imaginado; aquella idea, por ejemplo, de que los indígenas tienen la respuesta para enfrentar la crisis civilizatoria de los últimos tiempos o la clave para detener el cambio climático que amenaza con arrasar todas las formas de vida en el planeta, además de ser abusiva, es barata y poco seria, pues no les resuelve nada, ni a ellos ni al país; sin embargo a muchos indígenas los han subido a ese escenario para capitalizar la crisis ambiental global.

Otras alianzas han fracasado, porque los partidos no los han considerado como socios orgánicos de un proyecto político y toman las decisiones sin contar con ellos, lo que los ha dejado a la vera del camino; un ejemplo de esto es el del Movimiento al Socialismo (MAS) en Bolivia, con los indígenas de tierras bajas; hay que mirar el caso de la carretera para atravesar el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, que es rechazada por los indígenas porque los afecta, pero que Evo anunció que se hace porque se hace. El fundador del Estado Plurinacional de Bolivia llega a calificar de enemigos internos a estos indígenas que hoy marchan en defensa de su territorio ancestral. Pero hay otras alianzas que fracasan porque se hacen con partidos considerados progresistas, como el Partido Verde, pero que son como el caballo de la estatua de la plaza, que no te caga nunca, pero tampoco te lleva a ninguna parte, chistosa anécdota contada por Daniel Samper Pizano, del humorista argentino Enrique Pinti, refiriéndose a su Partido Radical.

V.S.L.- Por la vía de los enfoques autonomistas no se llega a ninguna parte, pero por la vía de las alianzas con la izquierda tampoco. ¿Cómo se explica entonces este panorama tan contradictorio que aquí has dibujado?

E.J.J.- De ser una verdad real este panorama, sería una muestra del fiasco de la perspectiva política autonomista que hemos defendido y por lo tanto de nuestro propio fracaso ideológico.

V.S.L.- Ante ese cuadro tan desolador que presentas, ¿se les ocurre entonces algo que podría hacerse?

E.J.J.- Hay mucha gente que es de la opinión de que la ASI[16], a pesar de todos los estrujones y codazos que se dan a su interior, sigue siendo un partido político necesario para acompañar a las organizaciones y ayudarlas a salir del atolladero. De allí que este partido deba ser fortalecido políticamente, en vez de ser visto como armatoste para obtener beneficios personales, siguiendo la regla de que cuando me sirve estoy adentro y si no me sirve me voy para otro partido, o fundo uno nuevo, pero dejo la puerta abierta para regresar, si de nuevo puedo sacarle réditos políticos. Lo otro es obvio, las organizaciones deben decidir sus propias agendas, tener claridad hacia donde quieren ir y actuar en consecuencia, pero ante todo deben tener la entereza para separarse de liderazgos indigenistas y oportunistas que les hacen daño y que no permiten que sus instituciones se sigan desarrollando. Lo que si cada vez es más real es que mientras continúen viviendo en la incertidumbre, y haya ausencia de grandes definiciones para superar el estancamiento o el letargo, como calificaste la situación que viven estos pueblos, entonces estarán entrando más temprano que tarde en la recta final del etnocidio. Deberían por lo tanto hacer ingentes esfuerzos por mantenerse a flote y no desaparecer.

V.S.L.- Pero ¿cómo se logra eso?

E.J.J.- Sinceramente no sé. Lo único que me atrevo a decir es que para eso no hay recetas. Cada pueblo debe encontrar su camino, hacer uso de su imaginación e ingeniárselas para sobreaguar. Esa creatividad la han tenido muchos pueblos en el pasado. Los que no la tuvieron y resistieron, los desaparecieron. Mientras tanto nosotros debemos también ingeniarnos fórmulas para apoyarlos. En esa dirección sí me arriesgaría a decir algo, sobre todo después de leer la reciente entrevista que la revista Semana le hizo al empresario bananero y comandante paramilitar Raúl Hasbún, alias “Pedro Bonito”, que es cuando uno comprende la real dimensión de la para-política, la narco-para-democracia y el poder de la narco-economía en Colombia y los daños causados al país. Muchos capos del paramilitarismo están presos, muertos o extraditados, aunque también muchos están, como se dice en argot popular, pasando de agache. Sin embargo los avances realizados contra el paramilitarismo y sus aliados en el Estado son principalmente logros de la rama judicial que inició los procesos contra la parapolítica, apostándosela toda por el país; la jurisprudencia de la Corte Constitucional y las actuaciones de la Corte Suprema de Justicia son pruebas de ello. Tenemos, aunque no sabemos hasta cuando, esos órganos de poder constitucional garantistas de derechos fundamentales. Me atrevería entonces a decir, que ahora que los indígenas se encuentran en esa situación que caracterizas como de letargo, están lastimados y debilitados, las organizaciones han perdido el brío para reivindicar sus derechos y los liderazgos, por sus pequeños y mezquinos intereses bloquean el desarrollo de sus instituciones, entonces valdría la pena trabajar su problemática desde la perspectiva de esos derechos, que deben ser tutelados por las cortes; son derechos que han sido vulnerados por múltiples actores y desconocidos o menospreciados por el Estado.

V.S.L.- ¿Cuáles son esos derechos que han sido vulnerados y quiénes son los autores de esas violaciones?

E.J.J.- Se han violado muchos derechos, casi todos. A los pueblos indígenas no sólo se les ha perturbado su entorno con la ocupación que han hecho todos los actores armados de sus territorios,  pero también con la penetración de intereses económicos como la minería, la explotación de hidrocarburos, la extracción de recursos madereros y los monocultivos de plantación, incluida la coca; más aún, algunos de sus territorios como el de los embera katio del Alto San Jorge y Alto Sinú fueron sembrados con minas antipersona que han cobrado varias vidas. Esta afectación de sus territorios, también ha perturbado de manera severa sus modos de vida; el creciente desarraigo de algunos pueblos, ha puesto en riesgo sus vidas como pueblos. Y el derecho a la vida es un derecho fundamental de la Constitución Política de Colombia, que se antepone a cualquier otro derecho o interés público o privado. La opinión que compartimos muchos de los que hemos estado cercanos a los pueblos indígenas, es que al Estado le debemos exigir el cumplimiento de los mandatos constitucionales. Porque el Estado tiene la obligación no sólo de respetar los derechos de los pueblos indígenas, sino también de garantizarlos y en caso de pérdida, restablecerlos.

Jorge Luis Borges dijo alguna vez que en especiales momentos la suerte de un solo hombre representaba la de todos los seres humanos. Algo similar podemos decir para los indígenas, debido al particular momento que vive Colombia: la suerte de los pueblos indígenas, representa la de todos los colombianos, o como una vez se concluyó en el congreso indígena de Bosa, de que si no había paz para los pueblos indígenas, difícilmente Colombia conocería la paz. Así también lo entendió la Corte Constitucional, cuando en su Auto 004 de 2009 expresó que había varios pueblos indígenas que estaban al borde de la extinción física o cultural a causa del conflicto armado, lo cual sería un orden de cosas inconstitucional que afectaba a todos los colombianos.

V.S.L.- A propósito del auto 004, ¿Cuál es el estado actual de los planes de salvaguarda étnica?

E.J.J.- No quisiera entrar en detalles, pero me late que es otro fraude más que el Estado está tramando contra sus pueblos indígenas, lo que mostraría también las falencias de las luchas legales por los derechos de los pueblos indígenas.  Hay malestares en algunas zonas por la lentitud con que marchan los planes de salvaguarda. Creo que en este caso el presidente Santos hizo gala de sus dotes de tramoyista. Por un lado se comprometió con la Corte Constitucional a cumplir con el auto, pero por otro lado empantanó el proceso al poner a los indígenas a elaborar propuestas estratégicas y lineamientos políticos para el Programa Nacional de Garantías de Derechos de los Pueblos Indígenas, para el Plan de Salvaguarda Étnica y el Proceso de Consulta Previa. Estas propuestas deben, según la Corte Constitucional, ser el resultado de un proceso de concertación con las autoridades indígenas desde lo local, pasando por lo regional para llegar a lo nacional. El Estado ha venido suministrando los recursos para llevar a cabo esta labor. Son varios los pueblos que se encuentran atascados, elaborando sus planes de salvaguarda, y como los recursos se agotan, en parte por dudosos usos, como lo han denunciado algunos indígenas, entonces se alarga el proceso mientras se tramitan nuevos recursos. Si el proceso se dilata o los resultados no son satisfactorios y el Estado los objeta en la Mesa de Concertación, los responsables serán los líderes y organizaciones indígenas que están al frente del proceso. En síntesis el gobierno acata la orden de la Corte Constitucional, pero empantana el proceso para dilatar su cumplimiento. Prefiere, porque es más barato para el Estado y más dispendioso para las organizaciones indígenas, continuar suministrando más y más recursos para que los líderes de las organizaciones y sus asesores continúen investigando y realizando encuentros, talleres y otras cosas por el estilo para sistematizar  y hacer los diagnósticos.

Mientras tanto la situación en las regiones se agrava, como se deduce de algunas comunicaciones de las organizaciones que, como las de los cinco pueblos del resguardo Caño Mochuelo en el Casanare, manifiestan no entender como la Corte reconoce la vulnerabilidad de los indígenas de esta región, pero que después de tres años de la expedición del auto 004 las soluciones al problema territorial de fondo no llegan, entretanto el Estado sigue  promoviendo proyectos petroleros en sus territorios. O el caso del resguardo embera katio Quebrada Cañaveral en Córdoba, donde los indígenas no saben que es lo que se está adelantando para salvaguardar sus vidas, mientras viven expulsados de su resguardo, donde se plantan cultivos de uso ilícito, se expiden concesiones mineras y mueren por minas antipersona.

V.S.L.- Si la vía de la defensa legal de derechos también se agota, ¿a qué te vas a dedicar entonces?

E.J.J.- A veces, como a todos los que nos hemos empeñado con entusiasmo en esta labor, me abate la desesperanza, pero por fortuna también suceden cosas positivas en las comunidades que lo animan a uno a continuar. A veces me llega también de la memoria una frase que habría pronunciado Lutero; algo así como que si el supiera que el mundo se habría de acabar al día siguiente, él hoy sembraría un manzano. Aún sabiendo que este país va de mal en peor, en lo que al desarrollo de la interculturalidad se refiere, continuare con agrado, pues me genera mucha satisfacción, arrimando el hombro para apuntalar procesos organizativos propios de las comunidades indígenas, negras y campesinas, pues son dignos de admiración los esfuerzos que hacen algunos pueblos por sobrevivir y recomponer sus instituciones, a pesar de la barbarie y crisis humanitaria que viven y de que a diario se encuentran cara a cara con muchos de sus victimarios.

Por supuesto que seguiré contribuyendo a la construcción de procesos interculturales que han emprendido estos pueblos, pues en el Colectivo de Trabajo Jenzera y en la Escuela Interétnica somos del convencimiento de que debemos seguir cultivando y divulgando la idea de que como Nación pluriétnica, tenemos que continuar  persistiendo, aun con más ahínco, con más pedagogía y cercanía a las comunidades, en los caminos de la democracia, que en Colombia por sus particularidades históricas y sociales, debe ser intercultural o será sólo una pantomima de democracia, como hasta ahora.


[1] Una versión re sumida de esta entrevista fue publicada por el periódico DESDE ABAJO No. 181. www.desdeabajo.info

[2] Las notas de pie de página son del periódico (V.S.L.).

[3] Consejo Regional Indígena del Cauca.

[4] Organización Nacional Indígena de Colombia.

[5] Instituto Colombiano de Reforma Agraria, hoy INCODER

[6] Organización de los Pueblos indígenas de la Amazonia Colombiana.

[7] Autoridades Indígenas del Suroccidente.

[8] Autoridades Indígenas de Colombia.

[9] Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia

[10] Movimiento Revolucionario Tupac Amaru

[11] Movimiento de Izquierda Revolucionaria

[12] Región indígena del Cauca, en la cordillera occidental

[13] Asociación Nacional de Usuarios Campesinos

[14] Ambos artículos se encuentran en la red: “Estrategias para dividir el movimiento indígena” en: http://servindi.org/actualidad/25194 y “Conflictos en el movimiento indígena caucano” en: http://www.ecoportal.net/Temas_Especiales/Pueblos_Indigenas/conflictos_en_el_movimiento_indigena_caucano

[15] Federación de Ganaderos

[16] Alianza Social Independiente, antes Alianza Social Indígena

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