El día señalado

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Chiesie Camila Salinas
Ecóloga

 

Ahora que están volcados los ojos de todos los analistas políticos sobre el acuerdo de paz, colocando la lupa en diferentes sectores del pueblo colombiano para explorar los beneficios que traerá, quisimos entrevistar al antropólogo Efraín Jaramillo Jaramillo, sobre lo que piensa de la utilidad de estos acuerdos para los pueblos indígenas y afrocolombianos de Colombia.

 

 

 

Chiesie Camila Salinas (CCS): Ahora que ya se conoce el texto completo de los acuerdos de la Habana entre el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ¿cuál es la opinión que te merecen?

Efraín Jaramillo Jaramillo (EJJ): Me ha tomado más de dos días leerlo. Aunque tengo que decir que la mayor parte del tiempo me quedé en el primer punto del acuerdo, lo que tiene que ver con la cuestión agraria, que es a mi juicio uno de los temas más relevantes para la población rural, en especial por supuesto para los indígenas. Sobre los demás puntos estoy a la espera de análisis más profundos de aquellos expertos en temas de derechos humanos, sobre todo los que se refieren a la justicia, la verdad, la reparación y la no repetición. Pero en principio, creo que el marco de los acuerdos brindan herramientas para que los pueblos indígenas continúen luchando para salir de esa oprobiosa situación en la que se encuentran muchos de ellos. Lo más importante, que abre los espacios para que puedan exigir sus derechos, que ya están reconocidos por la Constitución y la ley colombianas.

CCS: ¿Puedes explicar un poco más esto de los derechos…?

EJJ: Los pueblos étnico-territoriales son los sectores de la sociedad colombiana que más tienen derechos reconocidos. La declaración Universal de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas habla incluso del derecho de autodeterminación que tendrían estos pueblos, derechos que los equipara a los que tiene el pueblo francés o el español. Otra cosa es que el Estado se comprometa a defenderlos. En las regiones indígenas, donde impera la ley del más fuerte, sus derechos han sido afectados por un conjunto de intereses económicos de diversa índole: ganaderos, minero-energéticos, madereros y cultivos de plantación (incluida la coca). En esas regiones los derechos no valen y el Estado tampoco ha mostrado voluntad de defenderlos. Por eso es que los indígenas y los afrocolombianos fueron a la Habana a demandar a la Mesa de Negociaciones que al acuerdo final se incorporara un capítulo referente a tales de derechos, de obligatorio cumplimiento por todas las partes. El objetivo de esta exigencia era cerrar cualquier “rendija” por donde pudiesen colarse contingencias económicas y políticas perniciosas que vulneren sus derechos, empezando por blindar los más vulnerables, que son los territoriales. El documento elaborado por las organizaciones no fue recibido con mucho entusiasmo en la Habana. Sólo a última hora fue incorporado al texto del acuerdo. Este ‘capítulo étnico’ del acuerdo es de gran importancia para estos pueblos y fue una acción audaz de las organizaciones indígenas y afrocolombianas([1]).

CCS: ¿Quiere decir esto que votarías por el SI en el plebiscito?

EJJ: Pero por supuesto. Sólo personas que no hayan comprendido la trascendencia que tiene este acuerdo para acabar la guerra y frenar tanta violencia, pueden tener dudas. Pero puede también haber dudas en aquellos que han vivido durante décadas la tiranía de las FARC y sufrido sus vejámenes y por tal razón han perdido la confianza en que pueda haber algún cambio, pero también que perciban que no va a haber verdad, justicia ni resarcimiento. Pero tengo algo que añadir, que si bien es cierto votaré afirmativamente el plebiscito, no voy a dar mi voto a ningún miembro de las FARC para cualquier cargo de elección popular.

CCS: ¿Pero bueno, con ellos o sin ellos en la administración del país, crees que van a haber cambios sustanciales para la población indígena, y va a haber resarcimiento…?

EJJ: Confío en que los haya. Aunque entiendo que en este país a nadie le han dado gratis las cosas, los acuerdos han abierto un espacio de participación política para que las organizaciones indígenas puedan reivindicar con garantías y sin el temor de que les pase algo, muchas cosas que les han sido negadas. Por ejemplo el derecho a que sus territorios no sean intervenidos por empresas que vienen por la riqueza del subsuelo, por sus bosques, sus aguas y un sinnúmero de sus bienes ambientales, bienes que han sido la base de su subsistencia y bienestar. Son empresas mineras, madereras, agroindustriales que son verdaderas aplanadoras, que buscan además apropiarse de lo que otros durante siglos han construido y conservado.

CCS: Pero jugando el papel de ‘abogado del diablo’. ¿No es esto bueno para Colombia? Me explico:  ¿No generan estas inversiones empleo, riqueza y desarrollo para el país, una vía que al final beneficiará a todos, entre ellos a los pueblos indígenas?

EJJ: Esa es la visión y el paradigma clásico del liberalismo económico, de que el mercado con sus precios conduce a que los recursos de un país se empleen de manera eficiente. El mercado orientaría la producción, beneficiando a todos en general. La falacia de este paradigma liberal es que cuando es el mercado (la “mano invisible” de Adam Smith) el que escoge que es lo que se debe producir, entonces se desechan o se destruyen otros recursos igualmente, o tal vez más importantes para la población.

CCS: ¿Puedes dar un ejemplo de esto?

EJJ: Si uno muy sencillo, que ponían los representantes de las comunidades afrocolombianas del Pacífico Sur, cuando en la Escuela Interétnica se analizaba eso que llaman ‘desarrollo’. Ellos señalaban como la gran demanda de madera de mangle, para la extracción de taninos o para la construcción, había destruido el manglar y con ello habían eliminado la piangua, el camarón y otros moluscos que eran la base de la alimentación de muchas familias. A nivel global nos encontramos con las demandas del mercado mundial por productos primarios como el petróleo, el carbón, el oro, el aceite de palma o de soja, etc. Estas actividades extractivistas podrán haber generado “desarrollo” en los países que demandan estos productos, pero aquí han generado pobreza económica, ambiental, social…

CCS: Volviendo al tema, hay personas que piensan que esta manera de concebir el desarrollo no va a cambiar substancialmente en el posconflicto. Más aún, los acuerdos dejan un sabor agridulce, cuando dejan entrever que aún las mismas FARC no estarían en contra de este desarrollo… ¿estoy en lo cierto?

EJJ: Si, aunque ellos matizan las cosas. Dicen que aceptan que en el país, obedeciendo a la diversidad de culturas y formas de pensar el desarrollo, deben coexistir diversas formas de producción, unas capitalistas, otras cooperativistas, otras solidarias o comunitarias, etc. En una entrevista que le dio Timochenko a la ONIC. (una desafortunada entrevista que a todas luces fue acordada, ya que la entrevistadora le pregunta lo que Timochenko quiere responder). Pues en esa entrevista Timochenko con la visión agrarista que tienen las FARC, afirma, palabras más palabras menos, que entre la gente del campo (allí están incluidos todos los pobladores: campesinos, indígenas, afrocolombianos), no habrían mayores diferencias: Todos son colombianos. Podrían sí, según él, haber algunas contradicciones entre ellos, por ejemplo de que unos quieran sembrar papa, otros maíz, otros ullucos, etc., pero esas “contradicciones” serían fácilmente superables. En ningún momento la entrevistadora toca un tema neurálgico, como es la incoherencia que existe entre la política agrarista de las FARC, que durante medio siglo venía planteando que la única reforma agraria posible era la abolición de todos los latifundios y la expropiación de empresas agroindustriales, hasta aceptar en la Habana que la transformación estructural del agro incluye también la creación de grandes empresas agroindustriales con tierras que por ley debían ser cedidas a campesinos sin tierra, como ya viene sucediendo en el Vichada. Deja entrever sin embargo que habrían sectores indigenistas detrás de los pueblos indígenas o asesores detrás de las negritudes, interesados en fomentar y mantener la división entre los ‘pobladores del campo’. La entrevistadora no cuestionó nada y paso a otra pregunta insubstancial. Serán los indígenas y los afrocolombianos, que ahora —no sé la razón— se denominan, o son denominados “agrocolombianos”, los llamados a aclarar estas diferencias, más ahora cuando se habla de la posibilidad de constituir territorios interétnicos, pero sobre todo aclarar lo que para ellos significa, una concepción del desarrollo para el campo, que privilegia en lo fundamental los intereses de grandes inversionistas.

CCS: ¿Crees que los que impulsan el NO están pensando en las desventajas que habría para los campesinos sin tierra, de poner en marcha una reestructuración de la propiedad agraria con esas desventajas para este campesinado?

EJJ: Creo que este tipo de “reforma agraria” que piensa el gobierno de Juan Manuel Santos, no se diferencia mucho de lo que siempre ha planteado el Uribismo. Uribe siempre pensó que el desarrollo del campo debía ser un asunto de grandes inversiones de los que ya tienen la tierra. Mire el caso de su ministro de Agricultura Andrés Felipe Arias (llamado coloquialmente “Uribito”) que fue condenado por cuenta de su política de “Agro ingreso Seguro” (AIS), que debía promover a pequeños y medianos productores del campo, pero que terminó subsidiando a grandes empresarios.

CCS: ¿Qué sucedería si en el plebiscito gana el NO?

EJJ: En política lo peor que se debe hacer es tratar de adivinar. La política está sujeta a sucesos y por lo tanto nada se puede predecir. Nadie sabe lo qué sucederá mañana, aunque si podemos intuir que este acuerdo puede abrir un nuevo capítulo de la historia de Colombia. No nos quedaremos anclados en el pasado, pues la paz que nos venimos imaginando no es una invitación a que nada cambie. Y esa es  una contingencia nueva que parece irreversible. Por eso creo que si gana el NO, tampoco será una catástrofe. Por qué lo digo. Porque los colombianos hemos dado unos pasos muy esperanzadores en estos últimos cuatro años, que nos van a permitir apropiarnos de nuestro futuro. Algunos dirán que eso pertenece al terreno de la fantasía. Pero como lo comentaba en un texto anterior, hay algo que puede ser fascinante, y es que en la medida en que el pueblo pueda ejercer libremente el voto en el plebiscito —ningún político va a poner plata allí—, puede iniciar un camino para salir de su condición de “masa primaria” y constituirse como pueblo. No en ese “pueblo” que es inventado por los populistas, sino en un “pueblo político”, que busca constituirse como sujeto para lograr un objetivo común, o al decir de Gramsci, una lucha común para que “el pueblo se haga pueblo a sí mismo”.

CCS: Pero eso suena a utopía…

EJJ: Tengo la percepción, y me disculpas mi optimismo, que eso puede estar sucediendo. Mira hay una leyenda popular del Llano, que cuenta, que en un ‘parrando llanero’, uno de los invitados fue abordado por un personaje sombrío, que lo convida a que se vaya con él. Al reconocer que está en presencia de la muerte, el invitado aterrorizado toma su caballo y huye a todo galope, para estrellar su cabeza contra la rama de un árbol y caer mortalmente herido. En su último aliento divisa como el tenebroso personaje emerge de las tinieblas de la noche y oye que le dice: “¿Por qué fuiste tan lejos si sabias que venía por ti, porque hoy te tocaba?

Pues bien algo parecido puede estarle sucediendo a todos los que en este país se han opuesto al desarrollo político de la gente y quieren mantener la tutela que han ejercido siempre sobre las comunidades. Tratan por todos los medios de aferrarse al poder, aún cuando saben que el día señalado se acerca y que todo se les puede acabar, porque sus intereses no tienen vida. El ex presidente Uribe, el ex presidente  Pastrana, el procurador, muchos jerarcas de la iglesia, casi todos aquellos de las derechas, pero también de las izquierdas recalcitrantes, no pueden comprender, como en la moraleja de la leyenda llanera, que ya les llegó la hora y que esto que estamos viviendo puede ser nuestra entrada a la modernidad política que nos genera una gran variedad de nuevas perspectivas para el futuro, que nos devuelvan la autonomía de ser, de poder decidir. Yo me pregunto si esta no puede ser nuestra criolla Ilustración. En días pasados, en un programa de ‘Semana en vivo’, Héctor Riveros —director del instituto de pensamiento Liberal— afirmaba que “Este es el momento de la ciudadanía, las controversias políticas son intrascendentes” para luego afirmar que “para votar el SI no se necesita leer el acuerdo de la Habana”. ¿No se parecen estas palabras a aquellas respuestas que se les daba a los fieles que se atrevían a preguntar por la razón del enigma de la Santísima Trinidad y que recibían como toda respuesta de los jerarcas, que a los fieles no les correspondía pensar en ello, pues para eso “Doctores tenía la Santa Madre Iglesia”. Estas palabras de un orientador de ideas liberales, así parezcan que fuesen dichas en tono irónico, como después lo afirmó, no son propias de un espíritu liberal y en nada alientan el desarrollo de capacidades para manejar las nuevas contingencias que se nos han presentado. Pero bueno ya evolucionarán estas capacidades. Por lo menos al decirle adiós a las armas ya no podrá nadie cohibirnos a ejercitar el pensamiento.

CCS: Efraín, propongo que nos adentremos en temas que son más reales y tangibles para los pueblos indígenas, a la hora de pensar la decantación del acuerdo. Estoy pensando en los territorios y su restitución. Cómo se realizaría y qué cosas se deberían tener en cuenta al momento de restituir los territorios, etc. ¿Ves allí algunas dificultades, problemas tal vez?

EJJ: El concepto de ‘paz territorial’ propuesto por el negociador Sergio Jaramillo es de gran importancia para los pueblos indígenas, pues el territorio es el concepto que por excelencia vincula la vida material con la vida espiritual de los pueblos indígenas y en el cual encontramos un buen ejemplo de lo que significa una visión holística del mundo, donde no están bien definidas las fronteras entre lo económico, lo social, lo religioso y lo político. Es también el espacio que condensa las relaciones de los grupos étnico-territoriales con el resto de los colombianos. Y por supuesto es el centro de todas las tensiones que viven los pueblos indígenas, negros y campesinos con colonos, madereros, comerciantes, ganaderos, mineros, petroleras, ONG, narcotraficantes y grupos armados. Y naturalmente, ha sido también la fuente principal de las ‘broncas’ que han tenido con el Estado. De allí que ubicar la problemática de la paz en el territorio es un buen comienzo. Pero no estoy seguro de si se ha entendido a profundidad el problema de la restitución y lo que esto implica. El reverendo surafricano Desmond Tutu, arzobispo de la iglesia anglicana, dijo en una ocasión que cuando los europeos llegaron a África, “ellos tenían la Biblia y los africanos teníamos la tierra”, entonces dijeron algo así como “cerremos los ojos y recemos”. “Cuando volvimos a abrir los ojos, dice Tutu, ellos tenían la tierra y nosotros la Biblia”. Restituir la tierra es un aspecto fundamental de todas las reivindicaciones de los que fueron despojados de ella. Pero otra cosa que podemos concluir de la sentencia de Tutu es que es también importante devolverles la Biblia a los usurpadores. Esto significa que los territorios deben ser restituidos con toda la espiritualidad y formas de vida ancestral, incluyendo  las relaciones ecológicas y sociales que habían mantenido con sus territorios, antes de que fueran despojados de ellos. Este es el trabajo que tienen que hacer las organizaciones en el pos acuerdo, para que los territorios colectivos de  indígenas y negros vuelvan a ser, al decir de Libia Grueso, “Espacios de vida, alegría y libertad”.

 

Bogotá, septiembre 1 de 2016

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