De filosofía y ética en la política colombiana

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Efraín Jaramillo Jaramillo
Colectivo de Trabajo Jenzera

En la esfera de la política es de buen recibo el criterio, de que todo partido político que aspire a movilizar acciones colectivas en una sociedad, debe poseer un íntegro y coherente ‘fundamento filosófico’. Es más, se conceptúa que un partido debe ser valorado, tanto por sus programas, como por los principios filosóficos que lo rigen. Y lo que es muy importante: las orientaciones a sus asociados deben ser coherentes con la concepción filosófica que fundamenta su acción política.
Pero además de requerir una base filosófica, existe también el consenso, de que un partido político debe actuar con ‘criterio ético’, pues como expresa la máxima, ‘la política es una realidad esencialmente ética’. Si hasta hace poco muchos elogiaban la separación entre ética y política, hoy son pocos los políticos –ilustrados, por supuesto– que se atreven a sostener, sin sonrojarse, que es posible sustraerse de una ética social, al intervenir en asuntos que comprometen la vida de los ciudadanos.
Estos criterios no son de poca monta, si examinamos la crisis de identidad –y de credibilidad!– que viene afectando a los partidos políticos de Colombia y sacudiendo a toda la sociedad. No es vano entonces, insistir en la necesidad de que los partidos políticos estén provistos de un fundamento filosófico que sustente su acción política, y dispongan de una ética que la valide socialmente, para que la política deje de ser el terreno predilecto de las ideologías, las posverdades y la demagogia, que han ocasionado fenómenos tan lamentables como la corrupción, la delincuencia, la violencia, el narcotráfico y otros males que hoy agobian a la sociedad colombiana.
Hay que decir sin embargo, que cuando hablamos de ‘fundamento filosófico’, no nos referimos a ideologías o doctrinas originadas en creencias absolutas, de acuerdo a las cuales todo cuanto sucede en la sociedad, sigue un camino previamente delineado por lógicas estructurales . No nos referimos entonces a dogmas que enajenan el pensamiento –“cuando se deja de pensar se empieza a creer” –. También es ajeno a una seria reflexión filosófica, discurrir sin argumentos sobre la realidad social y dramatizar “falsos problemas”, o utilizar “verdades a medias, para hacer creer que son importantes”.
De manera semejante, cuando se exige la necesidad de que la praxis política de los partidos, se ajuste a los parámetros de una ‘Ética Social’, se está exigiendo no aceptar, sin contrapeso alguno, que criterios como ‘utilidad’ y ‘eficacia’ en la praxis electoral – usuales en la ‘captura’ de votos–, orienten la acción política. Pues es una lógica empírica y utilitarista que ha conducido en todos estos años a la degradación ética de los ciudadanos, al imponer convenciones –‘arreglos’ políticos, ofrecimiento de prebendas, chantajes, clientelismo, fraudes, compra de votos– que atrofian su visión política, conduciéndolos a elegir a quienes más tarde les van a robar su futuro.
Es usual que liderazgos que son renuentes –alucinados o no– a fundamentar filosóficamente sus movimientos políticos, convoquen a los ciudadanos a través de sentencias, que a manera de dictámenes, reducen la razón de ser de un partido a la capacidad de producir y divulgar símbolos y lemas, lo que lleva a que el dinamismo de la actividad política acabe siendo un asunto de técnicas de comunicación para llegar a más personas. Hace mucho escuché –no sé si sigue siendo así– que el fundamento filosófico de un partido indígena colombiano, se basaba en ‘exhortar’ a los ciudadanos a que acataran unos lineamientos morales, heredados del imperio Inca: Ama Sua, Ama Llulla, Ama Quella (no seas ladrón, no seas mentiroso, no seas ocioso), que son ‘mandamientos’ de organizaciones arcaicas que sólo exigen obediencia y que nada aportan al pensamiento, a la búsqueda del saber, a la de-liberación, que es la forma de ‘liberar’ –‘sacar a la luz’– la verdad.
Una mayoría de los pueblos indígenas y negros del país, los así llamados étnico-territoriales, no manifiestan gran interés por el debate intelectual sobre los fundamentos filosóficos de sus movimientos. No hallamos en ellos serios debates en torno a los valores normativos de su propia tradición e historia. Estos debates se realizan por fuera del accionar político de sus movimientos, lo que lamentablemente ha conducido a que sea un reducido grupo de dirigentes, intelectuales ‘poco’ orgánicos –Gramsci–, con el apoyo de intelectuales –nada orgánicos, pero solidarios con sus causas sociales–, los que terminen orientando la acción política de sus movimientos, con relatos de notorio impacto popular –léase: ‘populista’– , de modesta calidad teórica, saturados con ideas que tienen poca relación con sus realidades, y sobre todo con grandes vacíos filosóficos. Son relatos que hacen una lectura ligera de la historia, cuya finalidad política es captar la adherencia de poblaciones dispuestas a la indignación por la deuda social acumulada del Estado Colombiano durante muchos años de exclusión.
Los partidos tendrían mucho que aprender de las mejores tradiciones políticas surgidas en tierras, como las alemanas, que han sufrido todos los experimentos totalitarios conocidos; tradiciones que enfatizan el valor de la crítica como actitud básica ante la vida en sociedad; son tradiciones políticas que amplían por medio de la formación política, la capacidad crítica de los ciudadanos, para alcanzar la madurez de “valerse de su propia razón” (Kant), además de la “fuerza explosiva del conocimiento y la reflexión” –Adorno– para negarse a ser movilizados –seducidos– por propuestas políticas que como tantas veces en la historia han manipulado a los ciudadanos, apelando a sentimientos profundos –religiosos, nacionalistas, étnicos, mesiánicos, etc.–, que no se fundamentan en análisis racionales, sino que satisfacen necesidades emocionales de solidaridad con causas de aparente justicia histórica.

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