EL PACÍFICO EN LLAMAS

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ESCUELA INTERÉTNICA

Pacífico mío te están vendiendo,

te están destruyendo que es peor.

¡Malhaya sea quien te lastime!

Contigo se rompe mi corazón!

Silvano Caicedo

Acorralado por el centralismo, los incumplimientos y el abandono del Estado; ahogado por el clientelismo, la corrupción y la inclemencia de grupos armados; agotado por la devastación de sus territorios y el saqueo de sus riquezas; ese territorio-región del Pacífico, donde el 4% de la población del país puso el 17% de los muertos y la peor masacre de la historia reciente de Colombia; ese Pacífico es el que hoy se sacude tras décadas de exclusión y olvido.

En el puerto de Buenaventura y en Quibdó, coincidiendo con la conmemoración del día de la afrocolombianidad, estalló un movimiento de protesta que ha durado varios días y advierte con expandirse a todo el litoral. Es una protesta del orden regional con implicaciones en lo nacional que ha adquirido trazos de insubordinación por estar dirigida a sacudirse el régimen de exclusión impuesto por una indolente clase gobernante de la región que tiene evidentes nexos con la clase política nacional. En horabuena se han elevado las voces indignadas de miles de pobladores de las dos principales ciudades de la región, que reclaman una atención seria y considerada a una problemática desatendida durante muchos años, una situación que se había vuelto inaguantable.

La fuerte agitación que por estos días experimenta el Pacífico, seguramente amainará, y al igual que los ríos desbordados, las aguas regresarán a su cauce y todo retornará a la normalidad.

¿Retornará la normalidad? Tal vez, pero ya no va a ser lo mismo, pues la esperanza que generó el nuevo escenario de paz derrotó al conformismo, al cual habían sido habituadas las comunidades del Pacífico por un grupo reducido de familias que tradicionalmente han usufructuado el poder económico y político en la región, y condenado al fracaso el futuro de sus paisanos. El Pacífico, territorio tradicional y patria del pueblo afrocolombiano ya no será el mismo, porque no se trata esta vez de un habitual ‘paro cívico’, de esos que se convocan para presionar recursos del orden nacional  para alimentar la voracidad de las élites trapaceras que viven de sus engaños y saqueo de lo público. Ya el Pacífico está buscando una salida para superar el grotesco escenario político corrompido que ha afectado seriamente la institucionalidad fundamental para la vida y bienestar de las comunidades y para garantizar la tranquilidad, la integridad social, la soberanía alimentaria, el acceso al agua o el derecho a un ambiente sano.

El levantamiento de Buenaventura ilustra una triste y cruda realidad: Es observado, analizado y calificado por los medios, no tanto como producto de la creciente miseria en la que han caido los habitantes del principal puerto de Colombia, sino por las pérdidas que sufren las empresas beneficiarias de las actividades portuarias de importación y exportación de mercancias que son afectadas por los bloqueos. El Estado por su parte, fastidiado porque este tipo de acciones supuestamente no contribuyen a la Paz, reprime con fuerzas antimotines los bloqueos, contribuyendo así a generar una situación de violencia generalizada con saqueos y destrucción de establecimientos comerciales. Este es el panorama que ha sido confeccionado por los medios. Tal vez el próximo paso será hacer una campaña para recolectar alimentos tipo Mocoa o Venezuela para rápidamente superar la situación. Se olvidan estos medios de que el Pacífico, fue alguna vez un ‘remanso de paz’ que brindó refugio y protección a comunidades cimarronas que huían de la esclavitud. Un Pacífico que en el lapso de una década se tornó en una de las regiones más violentas del país, debido a la pugna por el control de rentas asociadas a la mineria (la legal y la ilegal), a los cultivos de uso ilícito, a la explotación de sus bienes naturales, por la posesión de tierras o el dominio de territorios geopolíticamente estratégicos para exportaciones ilícitas y contrabando de armas. Callan los medios que esta pugna ha costado la vida a cientos de jóvenes afrocolombianos, en calidad de “raspachines”, aserradores, mineros o milicianos que han sido reclutados forzosamente o ‘enganchados’ por uno u otro grupo.

A pesar del silencio, este remezón social ha abierto una rendija para que el país vea y escuche al Pacífico, y tenga más elementos de juicio para entender el clamor de los hombres y mujeres de los barrios marginales, de Bajamar, de río, de playa y de selva, de los territorios colectivos de las comunidades negras, de los resguardos indígenas, que viven en uno de los espacios más estratégicos del planeta, pero paradójicamente más lastimados por el egoísmo y la indolencia.

Un ejemplo muestra la terrible paradójica de la región. El Pacífico siendo la región más lluviosa del planeta y donde se concentran los caudales de agua más grandes del país, sus pobladores no conocen que es tener agua potable permanente; y si alguna vez tendrán ese servicio, el agua estará contaminada con mercurio, cianuro y otros precursores químicos utilizados para la elaboración de la pasta de coca y para la explotación aurífera.

Siendo esta región el principal soporte para la conquista del Perú, sigue estando siglos atrasada en salud y educación. Los indicadores de calidad de vida la colocan en los últimos lugares. No hay empleos dignos y sigue expulsando miles de personas hacia Cali, Medellín, Pereira, Bogotá, España, Chile, Estados Unidos y recibiendo a aquellos que abandonan sus ríos porque sus territorios depredados por la minería ya no tienen capacidad para albergar vida.

Es uno de los mayores espacios de evolución de la vida, pero se tienen las tasas más altas de violencia contra sus pobladores, las más extensas deforestaciones por la tala ilegal y por la expansión de monocultivos de palma aceitera y de coca que le han arrebatado a las comunidades sus mejores tierras, actividades depreadadoras de hombres y territorios, toleradas generalmente por autoridades civiles y ambientales de la zona. Es el lugar de Colombia y uno de los del mundo con mayor biodiversidad, pero es también el lugar donde las semillas propias y adaptadas a tan singular clima, desaparecen sin pena ni gloria y sin que nadie se compadezca.

Sus enormes y majestuosos ríos se han enturbiado y podrido al igual que las castas políticas que la gobiernan. La peor minería, los peores efectos devastadores de la coca, la más infame tala de finas maderas se han centrado allí, gracias a que también los gobiernos de la zona se han involucrado activamente en esta economía parasitaria que les genera rentas. Este es el modelo de gobierno y de desarrollo que ofrece el Estado, un modelo pensado, decidido y planificado desde el centro del país, un modelo que ha convertido a los pobladores del Pacífico en marginados estructurales. Un resultado siniestro de estos megaproyectos es que ordenan el territorio y los recursos de acuerdo a los intereses del mercado, expulsando a sus pobladores de la región, o quedándose en ella como “desplazados en su propio territorio”, lo que llama Gustavo Wilches, “desplazados in situ”: “El GPS indica que no han cambiado sus coordenadas geográficas, pero su relación con el territorio, el sentido del mismo y hasta los hitos del paisaje, han sido transformados en virtud de decisiones ajenas.”

Mientras que otras regiones de Colombia comenzaron a experimentar un alivio con el acuerdo de paz entre el gobierno y las FARC, en el Pacífico se intensificó el conflicto y comenzaron de nuevo los desplazamientos masivos, las amenazas, los asesinatos. El ELN y paramilitares se han enseñoreado otra vez en gran parte de sus territorios, impidiendo que los procesos organizativos comunitarios aprovechen este respiro de paz para recomponer sus lazos comunitarios, restablecer alianzas, estrategias y armar sus planes de vida. El Estado no ha reaccionado a favor de los pobladores étnicos, por el contrario, como si no hubiera aprendido la lección, sigue utilizando medidas de fuerza y presionando a la población civil.

El gobierno firmó la Alianza del Pacífico con México, Perú y Chile, ofreciendo la región como plataforma atractiva para el desarrollo de inversiones del orden internacional en la creciente economía de la cuenca del Pacífico. Por encima de las poblaciones pasarán puentes, oleoductos, carreteras, puertos, cables y muchas líneas y flujos del desarrollo moderno; pero como dice el Obispo de Buenaventura, la mesa está servida, pero los pobladores ancestrales no están invitados.

El Pacífico no aguanta más el impacto de megaproyectos agroindustriales y de infraestructura que en su concepción y en su desarrollo constituyen la encarnaciones de esa arrogancia devastadora que ha caracterizado al capitalismo frente a los grupos y comunidades humanas que, como resultado de su centenaria interacción con el entorno, han desarrollado otras lógicas y otras racionalidades, no regidas necesariamente por la rentabilidad económica.

Estos pobladores afrocolombianos se resistieron muchos años a ser incluidos en un conflicto armado que no era el suyo y que se evidenció macabro y vacío, del cual fueron junto con la población indígena  sus principales víctimas. Y se resisten hoy a ser excluidos del desarrollo económico y social. Por eso en esta hora donde se la juegan todo por la vida, los colombianos debemos extenderle nuestra mano solidaria a ese Pacífico que se levanta, a ese león que hoy despierta y se resiste a que su futuro siga siendo birlado.

Ese es el Pacífico que anhelábamos ver, el que se resiste a seguir brindándole beneficios y ventajas económicas a las élites, a los comerciantes del extractivismo, a los contratistas y a políticos que hoy se acercan para ganar clientelas. Es hora de diferenciar y dar el apoyo a los pescadores, a los recolectores de frutos del manglar, a las piangüeras, agricultores ribereños, barequeros, a los pueblos indígenas, a las comunidades afrodescendientes a las ‘cantaoras’, a los hombres y mujeres humildes y trabajadoras que sufren en carne propia el atropello, la soberbia y la exclusión de un Estado que brilla por su ausencia.

Los reclamos del Pacífico no pueden seguir siendo ignorados. Calar bayonetas para acallarlos no ha sido nunca el camino correcto y sería una deshonrosa intervención. Las demandas que hoy levantan estos pobladores tampoco pueden ser borradas con la tradicional mermelada a una clase política que poco a poco ha dejado de pertenecer espiritualmente al Pacífico.

La hora que viven los afrocolombianos del Pacífico es una ‘hora americana’, una de esas horas insurrectas y dramáticas que estallan para cambiar el curso de la historia. Esta vez, nadie lo puede ocultar, estas jornadas de lucha buscan acabar con el clientelismo, las elecciones fraudulentas, la corrupción, el saqueo de los dineros públicos, los negocios turbios, la explotación minera que arrasa con la vida de los ríos, la instauración de la intimidación, la discriminación, la violencia y el terror que ejercen aquellos que se arrogan la potestad de imponer y aplicar, por la vía de los hechos, sus propias leyes.

Encuentro Regional Interétnico del Pacífico

Instituto Mayor Campesino (IMCA)

Buga, 25 de mayo de 2017

Asociación de Mujeres AINI (fuente la primavera de flores) del río NayaConsejo Comunitario del Río Mayorquín

Consejo Comunitario del Río Yurumanguí

Consejo Comunitario del Río Anchicayá

Gran Consejo Comunitario del Río Patía, sus brazos y la ensenada – ACAPA

Consejo Comunitario Bajo Río Mira y Frontera

Asociación Campesina del Alto Naya

Resguardo Eperara Siapidaara del Río Naya

Organización Negros Unidos por los Intereses y Defensa del Río Anchicayá

Consejo de Mayores del CRIC

Fundación Sol y Tierra

Proceso de Comunidades Negras – PCN

Colectivo de Trabajo Jenzera

 

 

 

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