DESARRAIGADOS

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Foto: Danny Mahecha. Informe IWGIA 11:  Los Nükak. “El último pueblo de tradición nómada contactado oficialmente en Colombia”.

Rainer Löwy/Antropólogo

Esta es la segunda vez que estoy en Colombia. La primera fue hace 4 años para escribir unas notas para la revista ‘Der Spiegel’ sobre las negociaciones de paz del gobierno con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en la Habana. Esta vez me encuentro en el país indagando sobre el fenómeno –a nivel global creciente– de la migración forzada y en consecuencia del desarraigo de seres humanos asociado a conflictos bélicos. Me sitúo principalmente en Colombia, porque llama asombrosamente la atención, que siendo Colombia un país sin guerra con otra Nación, ocupe el segundo lugar en el mundo —después de Siria— con más población desplazada de sus territorios (alrededor de 6 millones de personas), como producto de un conflicto armado interno que lleva más de medio siglo.

Por sugerencia de un amigo en común, el abogado indigenista peruano-español, Pedro García Hierro —ya desaparecido— visité a Efraín Jaramillo para hablar sobre sus experiencias con el desplazamiento de pueblos indígenas. El objetivo es completar la serie de entrevistas que he venido haciendo sobre este fenómeno en África y América.

Mi interlocutor me solicita expresamente que no le coloque ninguna etiqueta y menos la de ser “especialista” de algo. No obstante aclaro que es una persona que conoce del tema y ha vivido de cerca lo que ha sido el desplazamiento y lo que significa el desarraigo que causa la violencia en poblaciones que tienen una intima relación con la tierra y el territorio, como son los pueblos indígenas y afrodescendientes de Colombia. Un texto en especial es ilustrativo de lo que afirmo: “El Caso del Naya”, una investigación que hizo al alimón con Pedro García Hierro[1]—. Percibo, desde que responde a mi primera pregunta que a mi interlocutor le apasiona hablar de este tema y que allí se encuentra en su elemento. Me causa la impresión que estuviera dictando una charla a neófitos en la materia, por la cantidad de rodeos explicativos y citas rebuscadas algunas de las cuales coloco en este texto. Para una mente poco acostumbrada a este tipo de coloquios, algunas respuestas estarían edulcoradas con relatos —aparentemente anacrónicos— de épocas pasadas que se sabe de antemano que no volverán, pero que se evocan con sentimiento y añoranza. Mi interlocutor interviene en los hechos que relata desde su punto de vista, como alguien que la ha vivido desde afuera, pero que hace parte del relato.

Esta charla hace parte de la investigación sobre el desarraigo de pueblos aborígenes, que me encuentro realizando en el marco de mi tesis doctoral, cuyo resultado se conocerá sólo en un par de años. Estas notas recortadas y editadas no son un avance de mi tesis ni representan una visión acabada sobre la compleja problemática del desarraigo de indígenas en Colombia. No obstante considerándolas de utilidad, –por la actualidad del tema– decidí darlas a conocer a mis amigos de Colombia y Alemania.

*   *   *

“Cuando llegaron los europeos a África,

ellos traían la Biblia y nosotros teníamos la tierra.

Nos dijeron: Cerremos los ojos que vamos a rezar.

Cuando los abrimos, nosotros teníamos la Biblia y ellos la tierra”.

Desmond Tutu (Arzobispo sudafricano)

 

“No es suficiente recuperar la tierra despojada.

Es necesario también devolverles la biblia a los usurpadores,

para restituir la espiritualidad india vinculada a la tierra”.

Manuel Quintín Lame (parodiando a un rebelde)

Rainer Löwy (RL): Antes de abordar el tema quisiera conocer algo más de tu trabajo con poblaciones indígenas. Con Pedro García Hierro o “Perico”, como es conocido por sus amigos, coincidí en Madrid en el año 2009, con motivo de la entrega del Premio Bartolomé de las Casas a la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN). En esa ocasión me comentó que habías trabajado en el Río Naya, a raíz de la masacre de indígenas nasa y campesinos perpetrada por paramilitares del Bloque Calima en abril de 2001, lo que había generado un desplazamiento de buena parte de su población. Mencionó también que con anterioridad a lo del Naya, habías trabajado en el Alto Río Sinú con el pueblo emberá katío, que también había sido desplazado, aunque esa vez por la construcción de una represa. En ambos casos esas experiencias te habrían provocado una gran decepción por los resultados desfavorables de esas mediaciones. ¿En algún momento has sentido frustración por lo que haces como antropólogo?

Efraín Jaramillo (EJ): Seguir de cerca la evolución de las culturas indígenas y en general lo que sucede con poblaciones étnicas, se me ha convertido en una genuina ocupación social e intelectual, a través de todos estos años. Es una actividad que ha estado al margen de toda moda y tal vez por eso no merezca la atención y el interés para mucha gente. Para mi ha sido sin embargo una ocupación muy enriquecedora. No puedo imaginar estar haciendo algo diferente. Naturalmente que cuando esta actividad se ejerce de forma crítica, con entusiasmo y en voz alta, se corren riesgos. Pero nunca me he sentido frustrado. De frustración no se padece nunca, pues lo que se hace con pasión no se sufre. Me aflige por supuesto el silencio que crean a mi alrededor algunas personas y organizaciones que me hacen objeto de su escarnio, por situarme al margen de toda ideología, y temo naturalmente, como cualquier ser humano, ser condenado al ostracismo, una situación que sucede aún en el país con los adversarios políticos. No debes olvidar que aún vivimos coletazos de esa época funesta para el pensamiento crítico, cuando el disentimiento ideológico era un signo de decadencia burguesa. Bueno, esos son los ‘gajes del oficio,’ como coloquialmente se dice.

Pero más allá de eso y en lo personal, debo admitir que me duele la pérdida de amigos como Kimy Pernía, Alonso María Jarúpia, Lucindo Domico, entre muchos otros, durante esas que tu llamas “mediaciones.” A ese sentimiento de aflicción que me acompaña, confundida con cierta dosis de culpa por la pérdida de estas vidas, es tal vez a lo que Perico se refiere como ‘decepción‘ y que tu traduces como ‘frustración’. Pero bueno no estamos aquí para hablar de mis penurias como activista social… (risas).

(Hace una pausa y me invita a comer un durazno que trajo su hija de su finca en Boyacá,  mientras prepara un té ayurveda, a manera de animar el espíritu para “entrar en materia”. Mientras tanto observo una enorme foto de indígenas armados con cerbatanas y machetes que cuelga de su oficina en el centro de Bogotá. Más tarde me entero que se trata de una comunidad emberá katío del Alto Río Andágueda (en los límites de Chocó, Antioquia y Risaralda), que se apresta para recuperar una mina de oro de su territorio, que estaba en poder de una familia ‘paisa’ de Andes-Antioquia.[2] Al cabo de 10 minutos iniciamos el diálogo. Lanzo una pregunta al aire, sin tener la certeza de que sea la mejor manera de iniciar el tema:

¿Qué percepción se tiene en Colombia del desplazado indígena?

Lo primero que siente la gran mayoría de los colombianos ante la presencia de desplazados indígenas, es una especie de indiferencia. Muchos los rehúyen. Pareciera que se sintieran importunados. Pasan de largo al verlos amontonados con sus críos en los andenes y con sus carteles que sólo leen las primeras palabras: “Desplazados por la violencia”… Se niegan –poco les importa– averiguar, quienes son, de dónde vienen y quién los desplazó y por qué. Esas imágenes generan una sensación de inseguridad, pues son simplemente “los otros”, los que no conocemos, los que no quisiéramos ser. Personifican lo que no queremos que nos suceda a nosotros. Y eso genera también angustia. Aunque nadie los rechaza, la gente se acostumbra a verlos, que es una manera de in-visibilizarlos. Para el caso de los desplazados embera de Risaralda y Chocó, hacen parte del paisaje bogotano, pero también de Medellín, y Pereira. Careciendo de cualquier tipo de estabilidad económica, desamparados y excluidos culturalmente, se mueven por varias ciudades, buscando recursos para sobrevivir. Son los nómadas modernos interurbanos.

Puedo entender perfectamente lo que ellos piensan de nosotros, pues viví una situación similar en la época llamada “ La Violencia”, cuando me fui del país. En Alemania, aunque sólo en pocas ocasiones sentí el rechazo, si percibí lo que representa ser un “extraño” en una tierra desconocida, y vivir en permanente ansiedad, provocada por la precariedad material y la ausencia de comunicación por el desconocimiento del idioma… pero bueno, es una situación  que solo la traigo a colación para señalar que empatizo con estos indígenas desplazados en vías de desarraigo y puedo ponerme en los zapatos de esos ‘extraños’ y entender lo que sienten.

En varias ocasiones traté vanamente de entablar un diálogo con estos indígenas  embera que recurren a la mendicidad para sobrevivir. Sólo años después, cuando fui invitado por la antropóloga Julia Marín a trabajar con varias familias embera katío desplazadas del Alto Andágueda, que habían retornado a su territorio en “La Puria” (Carmen de Atrato, Chocó), pude hacerme una imagen más sensible de lo que es un ‘desplazado’ indígena y de las diferentes formas de desplazamiento, que no todas conducen al desarraigo, que es el tema que más te interesa y estás investigando.

RL: Según tu experiencia ¿Cuáles son las  características del ‘desarraigado’?

EJ: ‘Desarraigar’, como lo indica su etimología, significa extraer de raíz a una planta. Separar una planta de la tierra. Pero la sociología la ha acogido en su léxico para denotar que hay individuos que pierden –voluntaria o forzadamente– su territorio, rompiéndose todos los vínculos que lo unen a él. En botánica es más usado el término ‘erradicar’. Para el caso de un indígena, es una situación que sucede cuando a alguien lo separan de su entorno social, cultural y territorial, donde tiene sus raíces y está vinculado a una comunidad a la cual pertenece y que le brinda seguridad. A veces se emplea el término ‘des-territorialización’ para expresar lo mismo; no obstante el término más usual y que más conexión tiene con la realidad que se quiere explicar con este tipo de problemáticas de los pueblos étnico-territoriales, es el de ‘desarraigo’. Pero no sé si tu, que sí eres un estudioso y conocedor del tema, estas de acuerdo con esta explicación.

RL: El equivalente a ‘desarraigo’ en alemán es “Entwurzeleung”. Pero este vocablo no se emplea con ese significado tan específico como le dan en Colombia. Si, creo que ‘desarraigo’ es la designación más adecuada para describir la situación de personas que lo han perdido todo. En Europa se habla de ‘Vertribene’ (desplazados) , para referirse a personas que han sido expulsados de sus países de origen por la guerra y que han dejado todo allí, hasta su pertenencia a una nacionalidad, pues a veces no poseen un documento que la certifique. Por eso es que estas personas que buscan refugio (‘refugiados’) en otros países, son calificados también de “apátridas” una condición descrita por Hannah Arendt, en la que se encontraron miles de personas durante y después de la I y sobre todo la II guerra mundial. Personas que se vieron obligados a salir de sus países y fueron desnacionalizadas. La idea de Arendt es que las personas dejan de ser personas si no son ciudadanos de un Estado-Nación y sin este reconocimiento, tampoco son realmente sujetos de los derechos humanos, así se diga que estos derechos son universales e inalienables.

Muchos de estos refugiados que tocan a las puertas de Europa intuyen que nunca más regresarán a sus países y que sus hijos crecerán en otras tierras hablando otros idiomas. Serán en ese sentido también ‘desarraigados’. La diferencia que yo establecería es que para el caso de Siria por ejemplo son sirios los que expulsan de su territorio a otros sirios. En el caso que tu mencionas son indígenas que son expulsados de sus tierras por otros que no son indígenas, con el fin de despojarlos de sus tierras y recursos, en un proceso de colonización y expropiación de territorios, que aún hoy se repite, 500 años después de la llegada de los europeos. Continúa entonces la colonización de sus vidas y el despojo de sus bienes, aunque hayan variado los métodos, las razones y las circunstancias para despojarlos de todo lo que tienen, en especial de sus tierras.

EJ: Si, y es una diferencia muy grande entre lo que sucede en el Oriente Medio y lo que sucede con los pueblos indígenas aquí. Podría tener alguna semejanza con lo que sucede entre Turquía y el pueblo Kurdo. Pero creo ver otra diferencia más. Y es que entre los refugiados que llegan a Europa hay ingenieros, médicos, etc., profesionales que pueden integrarse relativamente fácil y rápido a la sociedad que los recibe, pues han tenido trabajos y proyectos de vida bastante parecidos a los que tienen los europeos. Cosa que no sucede con aquellos indígenas embera y otros pueblos semi-nómades de los Llanos orientales, que han vivido de la pesca, la caza y el aprovechamiento de los recursos que le ofrece la oferta ambiental de sus territorios. Jamás podrían integrarse a la sociedad mayor que los recibe y sus hijos, además del desarraigo, vivirán por muchos años siendo “extraños” en su propio país, sin obtener habilidades para construir proyectos de vida en condiciones sociales culturalmente diferentes a las suyas.

El drama puede ser aún mayor, si se tiene en cuenta que estos indígenas –en el caso de que puedan retornar a sus tierras–, pueden encontrar una tierra que no van a reconocer. No es la misma tierra. Se dan cuenta que ese mundo es distinto y que sus tierras han sido intervenidas por otra gente –bosques destruidos por la explotación maderera, ríos contaminados por la minería y potreros para la ganadería–. Paradójicamente son también ‘extraños’ en sus territorios, una verdadera incertidumbre. Y un callejón sin salida para jóvenes que crecieron en la ciudad y perdieron las capacidades para vivir en el territorio y la habilidad para obtener de él los recursos para su sobrevivencia. No sólo han perdido estas potencialidades, sino que están viviendo en un espacio que no distinguen como propio. Mantendrían así su condición de desplazados. No me imagino un desarraigo más perverso que vivir en condición de desplazado –y percibirse como tal– estando en su propio territorio.

RL: Se me ocurre que es un estado sicológico similar a un patológico sentido de soledad, en medio de una multitud.

Coincido contigo en que la habilidad para obtener de un territorio ancestral los recursos para la sobrevivencia, es una de las columnas que sostienen la identidad de un pueblo indígena. Por eso pienso que perder esa habilidad es también una de las razones para el desarraigo. Hay un sinnúmero de pueblos tribales en África que se encuentran, ya no sólo en acelerados procesos de desarraigo, sino de extinción física, debido a que sus territorios ya no les ofrecen los recursos que garantizan su pervivencia. Por mi parte no me imagino mayor angustia que vivir en la zozobra permanente de que se puede morir de hambre, como dramáticamente lo ilustra el documental fotográfico de Sebastião Salgado[3] sobre la tragedia de varios pueblos tribales de las regiones del Sahel que cubren el norte del África subsahariana. Son imágenes conmovedoras que hacen soltar las lágrimas. Creo entender que es en este sentido que se emplea el concepto de ‘desplazados ambientales’ para denotar que hay poblaciones que abandonan su territorio porque las condiciones medioambientales fueron de tal manera alteradas, que no es posible que esos territorios puedan albergar vida humana.

Pero quisiera anotar que a pesar de estas enormes diferencias, hay también grandes coincidencias entre los refugiados que llegan a los países europeos y los indígenas desplazados que tocan a las puertas de las grandes ciudades de Colombia. Ambos son ignorados y viven en la penumbra de la conciencia de las sociedades que los reciben. Pero aquí vuelven otra vez las diferencias: En los principales países europeos la presencia masiva de refugiados ha originado movimientos políticos xenofóbicos, que han exacerbado los temores y los odios hacia ellos, lo que es una amenaza a la tradición liberal de Europa: En Francia con el ‘Frente Nacional’, en Alemania con Alternativa para Alemania (AfD), en Italia con el partido ‘La liga Norte’ y en Holanda con el Partido de la Libertad (PVV). En la misma semana en que Trump celebraba su triunfo en EEUU, en Coblenza (Alemania) se reunían los líderes de estos partidos ultraconservadores[4] para proclamar –abandonando todo suerte de tapujos– una Europa libre de “refugiados”. Lo particular de este movimiento generalizado hacia la ultraderecha es que se nutre no solo de la xenofobia. El odio a los extranjeros va unido en no pocas ocasiones al resentimiento contra una clase política indolente con las necesidades de sectores populares.


La diferencia con Colombia es en este sentido grande: No creo que en este país pueda traer réditos políticos crear un movimiento populista de derecha convirtiendo a la población indígena o afrocolombiana desplazada en indeseables, tal como lo logran estos partidos políticos neofascistas y xenófobos de Europa, explotando el pánico y la angustia que despiertan los actos terroristas en el corazón de Europa, para sacar capital político exacerbando el miedo al extraño.

EJ: Si, los indígenas desarraigados, son extraños más no son vistos como enemigos. Simplemente son ‘otros’. Hubo sin embargo momentos en la historia de Colombia en que se presentó a los indígenas como enemigos del progreso, lastres para el desarrollo del país y otras linduras. Y a sus territorios colectivos –resguardos– como “ruinas de un edificio antiguo, inútiles y molestos para la industria, el comercio y la agricultura”, como lo sentenció Tomás Eastman –ministro de Hacienda de Colombia a comienzos del siglo XX– para invitar a resolver el problema del país, disolviendo los resguardos indígenas y ponerlos a disposición de las fuerzas del mercado. A esta invitación a desarraigar a los indígenas, el Estado respondió con empatía hacia los indígenas y no abolió los resguardos. Pero no pudo garantizarles la seguridad a miles de indígenas nómades de la Orinoquia que fueron masacrados y expulsados de sus territorios ancestrales. Estos indígenas Cuiba, Jiw, Betoye, mapayerri, Hitnú, Nükak y un largo etcétera, son la encarnación viviente del desarraigo.

Quisiera añadir algo al respecto, que a veces no se tiene en cuenta, pero que hay que entender. Y es que hay una tendencia natural en los seres humanos a discriminar a los diferentes. Es tan humano el impulso a excluir como el generoso ideal de incluir. Por eso es que ha resultado infructuoso, desde que existe la antropología en el país, procurar que la sociedad colombiana conozca a profundidad a los indígenas para desmontar los prejuicios que se tienen frente a los ‘extraños’. Ha sido más eficiente procurar la tolerancia, el respeto al diferente, conteniendo estos prejuicios para evitar que se desencadene violencia hacia ellos, como sucedio a mediados de los años sesenta en San Rafael de Planas, donde colonos mataron a un grupo de indígenas Guahibos, alegando que no eran seres humanos. Pero coincido contigo, hoy soplan vientos de intolerancia en el mundo y todas las sociedades están expuestas a que surjan movimientos políticos que hagan un uso social y un manejo político del miedo a los diferentes. Si sucedió en la Alemania de Hegel, Goethe, Kant, Beethoven…  ¿podemos estar seguros que esto no pueda suceder en otras partes del mundo, incluso aquí? Y bien, si esto llegara a suceder aquí, significaría  que los colombianos no cuentan —¿han contado alguna vez?— con medios para procesar estos acontecimientos de modo colectivo a través de la comunicación discursiva (Habermas).

RL: Si, sucedió en la Alemania de Hannah Arendt, que tanto admiramos los dos y está sucediendo con el creciente movimiento Alternativa para Alemania (AfD). Por cierto el problema no es sufrir de prejuicios. Lo fundamental para una sociedad es evitar que esos prejuicios se conviertan en principios, que trasladados a la esfera de la ideología son motores de acción política nefastos para los extranjeros, como lo está haciendo el xenófobo de Trump y los nuevos liderazgos neofascistas europeos que hoy amenazan a todos aquellos que aquí hemos denominado como ‘extraños’.

Retomando el tema de los desarraigados indígenas de los Llanos colombianos, creo que hacia futuro se vislumbra algo siniestro en la implementación de los planes de desarrollo económico en el posacuerdo, que no se debe perder de vista: En el portafolio del Estado se encuentra la implementación de las Zonas de Interés de Desarrollo Rural Económico y Social (ZIDRES), una figura que fue aceptada en los acuerdos de la Habana. La implementación de estos planes en territorios ancestrales de estos pueblos semi-nómadaspodría cerrar el círculo del desarraigo para estos “sobrevivientes” de las masacres del Llano.

A este respecto me gustaría saber si en el Colectivo de trabajo al cual perteneces se han esbozado fórmulas teóricas y prácticas para evitar que los pueblos indígenas estén condenados al desarraigo.

EJ: Esta situación de desamparo como la que están viviendo estos pueblos indígenas desarraigados o en vías de desarraigo, se da en un contexto de relaciones de absoluto desconocimiento del ‘otro’, del desarraigado. Relaciones de desconocimiento que no solo involucran al Estado, sino también a las organizaciones que dicen  representarlos. Dada esta situación, parece urgente que esos “otros” se den a conocer. Y la única manera de darse a conocer es mediante la acción política, anunciándose por todos los medios que sean posibles. En las circunstancias actuales, cuando estas poblaciones no pueden ejercer plenamente su ciudadanía, precisamente por su condición de desarraigo, entonces es urgente colocarlos en el mapa de los derechos humanos, buscando que organismos internacionales de derechos humanos, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se apersonen de su situación y expidan medidas cautelares para protegerlos. Eso es algo que hay que hacer en el corto plazo.

Pero a mediano y largo plazo se requiere descolonizar las relaciones entre Estado y pueblos indígenas. Siempre nos ha parecido una proposición inteligente, que para coadyuvar a construir una ética de la descolonización, se hace  necesario ponerse en el lugar de los desarraigados y desde allí indagar las patologías del Estado. Es una especie de antropología al revés. Si la etnología surgió en un contexto colonial, para estudiar el funcionamiento interno de las sociedades objeto de sometimiento, lo que se pretendería ahora es indagar sobre las formas de funcionamiento del Estado, para que estos pueblos desarrollen mecanismos de defensa contra la subordinación. En esta parte la última palabra la tienen los pueblos y las organizaciones indígenas. Y se desea que las dirigencias indígenas asuman con seriedad estos retos.

RL: Si suena inteligente… y pienso que el rol que una persona crítica puede desempeñar es tratar de desnudar al poder, para que los pueblos lo vean tal cual es. Y para un antropólogo con sentido crítico y ético es importante desarrollar practicas concretas con comunidades y pueblos, así sean estos pequeños. Por eso me llamó bastante la atención el trabajo de ustedes con el pueblo embera katío en el Alto Sinú, investigando y colaborando en la construcción de relatos que permitieron a este pueblo constituirse como un sujeto histórico y entenderse como un colectivo capaz de erigir un orden justo, igualitario y una comunidad  profundamente humana.

EJ: Suena también muy razonable políticamente…

RL: Para concluir este dialogo con Efraín, me pareció oportuno leer este epígrafe extraído de un texto de Augusto Roa Bastos sobre los indígenas Aché: “Un pueblo que canta su muerte”, que señala de forma conmovedora, como el desarraigo es la agonía que precede a la extinción definitiva de un pueblo:

“No hay alambradas electrizadas. No hay aparatos demasiado complicados.

El gas letal surge de las epidemias, de los focos infecciosos

a que son sometidos los prisioneros selváticos.

La más mortífera e invisible de las formas de aniquilación, es, sobre todo,

el mismo cercenamiento al indígena de su medio natural, la selva;

la violenta ruptura de sus costumbres; su desintegración cultural

(la integridad física no resiste ante la disolución de la personalidad social”, observa L. Strauss);

el antagonismo fomentado, exacerbado deliberadamente por los captores

entre los prisioneros ya “amansados” y los salvajes aún libres.

He aquí el caldo de cultivo del virus más terrible, el arma más barata,

la fórmula infalible de esta extinción en masa,

precedida de una patética agonía”

Bogotá, febrero 23 de 2017


[1] García Hierro, Pedro & Jaramillo Jaramillo, Efraín: “Pacífico colombiano. El caso del Naya”. Informe IWGIA 2, Bogotá 2008.

[2] La historia de lo que allí sucedió, que cobró la vida a más de un centenar de indígenas y el desplazamiento de igual número de familias, es magistralmente narrada por Juan José Hoyos en el libro “El oro y la sangre”.

[3] Documental “La sal de la tierra” (2014) de Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado:

gnula.nu/documental/ver-le-sel-de-la-terre-la-sal-de-la-tierra-2014-online/

[4] La francesa Marine Le Pen, el holandés Geert Wilders, la alemana Frauke Petry y el italiano Matteo Salvini.

 

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