Las Plumas Rojas — Idle No More

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Pierre Beaucage

Antropólogo

Montreal, Quebec, Canadá

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Apreciado Efraín,

Leímos con interés tu texto, que muestra la situación de la política en las organizaciones indígenas de Colombia.

La  situación en Québec y en Canadá es algo similar. Hace tres años surgió un  movimiento de ‘hartazgo’ de las bases indígenas, en particular de mujeres jóvenes, en todo el país, contra la corrupción y la desidia de sus  autoridades, en connivencia con el Estado. Este movimiento tomó el nombre de “Idle No More” (‘Basta ya de pasividad’), adoptando como símbolo “Plumas Rojas”.

Los líderes, en acuerdo con el gobierno conservador de Steven Harper, hicieron vehementes declaraciones de protesta por la televisión y no pasó nada. En noviembre pasado, valientes periodistas sacaron a la luz la situación que viven jóvenes mujeres indígenas en Val d’Or, una ciudad minera al noreste de  Québec. Estas indefensas jóvenes indígenas que viven por fuera de sus comunidades eran abusadas sexualmente por policías de la ciudad, una de  ellas en la misma comisaría.

El escándalo sacudió a toda la provincia. Hubo un circo de los caciques y de algunas ONGs de la región. El Gobierno compró su silencio con 6 millones de dólares. Y están  empantanadas las investigaciones.

Ahora hay una ola de suicidio en  Attawapiskat, una comunidad indígena del norte de Ontario, donde la  gente vive hacinada en casuchas insalubres, sin higiene y sin trabajo. Allí se hicieron presentes unos ministros del gobierno y dicen que van a mandar sicólogos. Y los diputados indígenas indignados… por cuatro días.

Son tiempos duros pues, de traición más que de represión. Pero no abandonaremos la lucha!

El antropólogo canadiense, Pierre Beaucage, muy cercano a las luchas indígenas de nuestro país escribió una nota sobre este movimiento que surgió desde la base y la repercusión que tuvo en la sociedad canadiense. A continuación el texto:

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Hace dos años, surgió en Canadá un movimiento indígena de nuevo cuño. Sus protagonistas eran jóvenes mujeres que protestaban contra las condiciones infrahumanas en las que vive la población autóctona de este país, particularmente las mujeres, en las “reservas” y en los barrios pobres de muchas ciudades. La chispa fue la huelga de hambre iniciada por Theresa Spence, jefa del pueblo de Attawapiskat, en el norte de la provincia de Ontario. Harta de ver ignoradas por las autoridades del país sus peticiones por agua potable, viviendas decentes y atención médica, mantuvo su huelga durante semanas. Los medios que la ridiculizaban en un principio, cambiaron de actitud cuando vieron que se ampliaba la protesta. L@s miles de manifestantes que marcharon en todo el país tomaron como símbolo una Pluma Roja, color de rebelión, y adoptaron como consigna  Idle No More (‘Se acabó la pasividad’). Para la mayor parte de la población no indígena de Canadá, el movimiento de las Plumas Rojas significó un despertar a la dura realidad que viven hoy las Primeras Naciones.

La noche del 22 de octubre de 2015, llegó otra “onda de choque”: salieron al aire en la televisión pública de Radio Canadá (francesa) doce mujeres Nishnabe de Val d’Or (ciudad minera al noroeste de Quebec), denunciando la violencia física y sexual de las que vienen siendo víctimas desde hace años por parte de la propia policía (Sécurité du Québec).  Esta vez la chispa fue la desaparición de una mujer nativa, Cindy Ruperthouse, en Val d’Or, ocurrida en abril de 2014. Las denuncias de la familia a la policía quedaron sin respuesta: se archivó el expediente sin hacerse siquiera una investigación con la gente cercana.  El hecho llamó la atención de un grupo de mujeres periodistas de investigación de Montreal: para ellas Cindy era una de las cerca de 2000 mujeres desaparecidas y asesinadas en Canadá en los últimos diez años. La periodista Josée Dupuis fue a Val d’Or y empezó a reconstruir la trama de esta desaparición.

Dupuis logró ganarse la confianza de las amigas de Cindy y estas decidieron TOMAR LA PALABRA,  después de años y años de silencio. Sus testimonios a la televisión pública en un programa de mucha audiencia, consternaron al país. Revelaban las espeluznantes condiciones de vida de las mujeres indígenas que viven en esta ciudad minera (situación que seguramente se repiten en muchos otros lugares).

Muchas jóvenes indígenas llegan a la ciudad «buscando una vida mejor» que la que conocieron en las Reservas Indígenas, donde reina la pobreza con sus secuelas de alcoholismo y violencia. Pero en la ciudad, no hay empleo para ellas y se encuentran rápidamente  en la calle. Su precaria situación económica y el racismo imperante las hacen extremadamente vulnerables y expuestas a más violencias de género. Los testimonios de las jóvenes muestran como los policías de la Süreté du Québec, que deberían protegerlas, se han convertido en sus opresores. Usualmente, después de arrestos arbitrarios, el coche patrulla no se dirige a la comisaría, sino a un camino boscoso, donde son agredidas y violadas. Las que se resisten reciben golpizas. Un castigo alternativo: abandonar a la rebelde en pleno bosque, a dos horas de camino del pueblo (¡ con temperaturas de treinta grados bajo cero!)  Otra indígena narró como a los 19 años, se sintió más segura cuando vio que la llevaban a la comisaría. Pero se equivocó, pues allí mismo la violaron, mientras el personal de la comisaría miraba a un lado.  Cindy fue una víctima más de un sistema generalizado de abusos y su caso terminó trágicamente. Estas valerosas jóvenes sacaron a la luz la verdad, no obstante (confiesan) tener miedo a que su denuncia ponga en peligro su seguridad personal.

La encuesta reveló también como el propio Ministerio de Justicia de la provincia de Québec estaba al tanto desde hace más de cinco meses de estas denuncias contra la policía, sin hacer nada, hasta que se hicieron públicas y ganaron notoriedad en la opinión pública canadiense. El punto es que este mal ejemplo venía desde arriba: El primer ministro canadiense Steven Harper, que detentó el poder durante casi diez años, se negó siempre a ordenar una investigación sobre las miles de desapariciones ocurridas (principalmente en dos provincias occidentales del país, Alberta y Columbia Británica), argumentando que “había que dejar a la policía hacer su trabajo.” Los acontecimientos de Val d’Or prueban que la policía puede ser precisamente parte del problema.

La repercusión de estos hechos, sacados a la luz pública por el movimiento de las Plumas Rojas ya ha arrojado resultados: el ministerio de Justicia ha suspendido (temporalmente) a ocho policías denunciados por sus víctimas; una marcha de protesta juntó en Val d’Or, a cientos de manifestantes indígenas y no indígenas; la Asamblea de las Primeras Naciones de Québec-Labrador, que reúne a los jefes de los diez pueblos indígenas, ha convocado  a una reunión de emergencia en el mismo Val d’Or, para decidir acciones inmediatas; y voces indígenas de todo el país exigen del nuevo primer ministro, Justin Trudeau, que realice por fin las investigaciones independientes a nivel nacional sobre los asesinatos y desapariciones de mujeres indígenas (a la que se comprometió durante su campaña electoral).

¡De un mar a otro, las Plumas Rojas se están alzando otra vez!

 

 

 

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